Emily se quedó atónita por la sorprendente respuesta de Alexander. Jamás habría imaginado que él permitiría que tuviera una mascota, considerando todo lo que había sucedido hasta el momento. Sin embargo, lo que realmente capturó su atención fue la sonrisa maliciosa que se dibujó en el rostro de Alexander. Esa expresión dejaba entrever que tenía algo en mente, y en lo más profundo de su ser, Emily sospechaba que quizás no eran buenas intenciones las que motivaban esa decisión. —Pero... señor Wolfsbone —empezó a decir Emily, carraspeando su garganta para adquirir confianza—, le aseguro que la mascota que elija será bien portada. No quiero causar problemas ni alterar la tranquilidad aquí —expresó Emily, con la esperanza de obtener una mayor aprobación de Alexander. El señor de la imponente