Algunos temen a la oscuridad, otro simplemente se sienten cómodos en el vacío, en la nada, pero nadie imaginó lo que tendría que pasar aquella niña de sonrisas limpias y faldones largos, ella era oscuridad y no por decisión propia, simplemente la maldad había abrazado su cuerpo, haciéndola parecer invencible.
Eider, ese era su nombre, era tan solo una pequeña entregada a aquella creencia que sus padres compartían con la comunidad, con tan solo seis años se había convertido en una corista de aquella iglesia que su padre dirigía, Eider tenía esa creencia siendo una buena cristiana como sus hermanos. En Galicia todos la conocían por ser el milagro de agosto, la niña que tuvo una segunda oportunidad.
Había empezado el colegio y en dos semanas convertido en una estudiante modelo la cual ayudaba a sus compañeros de cualquier modo. Si te tropezabas y caías al suelo... ella también se tiraba al suelo para comprender tu dolor, era todo lo que estaba bien en un pequeño, era todo.
No habían dudas... Eider era un ángel, tal vez la próxima mesías murmuraba su padre en aquellos cultos dirigidos al máximo creador.
—Es tan real lo puedo sentir junto a mí— tarareaba junto a su madre aquella canción cristiana mientras dibujaba en su cuaderno flores, al parecer las flores eran su cosa favorita en el mundo. —Es tan real— siguió acompañando aquella melodía que abrazaba el comedor de su casa, como todos los fines de semana, ella gastaba su tiempo junto a su madre, mientras que su padre y hermanos, salían al campo.
—Eider cariño levanta tus lápices de colores por favor— pidió su madre con un tono alegre, siempre positiva a cualquier situación, nunca sus hijos habían conocido un arranque o mala actitud de su parte, ella, era la madre modelo.
—Claro mamá— obedeció esta para levantar sus cosas ágilmente. —¿Papá llegará con Samara y adriel?— cuestionó en un tono alegre, al igual que ella sus hermanos crecían de la misma manera, Adriel tenía diez años y ayudaba a su padre en todo momento, Samara tenía ocho años y del mismo modo prefería pasar el tiempo con su padre.
Para ella era un orgullo mirar como su padre ayudaba a cualquier persona sin interés alguno, y como su madre regalaba alegría a sus vidas.
—Así es, pondré la mesa antes que estos regresen— informó su madre para colocar los primeros cubiertos con rapidez. Eider miró a su madre dejar cada uno de los platillos en la mesa, la cual era redonda. Según su padre... la mesa significaba igualdad, sin tener a nadie más poderoso que Dios.
El sonido de aquel auto viejo les informó que los faltantes habían llegado justo a tiempo. —Han llegado— aseguró su madre al mirar por la ventana, esta sonrió a su esposo e hijos. —Lávate las manos Eider— pidió para terminar con los últimos toques en aquella mesa, a la mujer no le importaba estar exhausta ni que sus pies dolieran de tanto andar sin descanso alguno, pues lo primordial para ella era cuidar de su familia, atender a cada uno de ellos como se lo merecían.
Sin dudarlo Eider se dirigió aquel lavabo de la cocina enjabonando sus pequeñas manos velozmente, los Alcalá eran la familia perfecta... algo triste, ya que la perfección no existe y su estabilidad buena estaría a punto de cambiar por completo.
—Hemos llegado cielo— informó Marcus para dejar su maletín y suspirar lentamente, con pasos largos Eider corrió a sus brazos. —Mi hermosa niña— exclamó Marcus para alzarla por los aires.
—Te he extrañado— informó su pequeña para abrazar su cuello y besar su mejilla.
—También yo a ti— aseguró el hombre al bajarla, solo habían pasado tres horas separados, pero para ellos era casi una eternidad.
—La comida está lista, lávense las manos y a la mesa mis amores— informó la mujer para acercarse a su esposo y acariciar sus cabellos, cada vez Marcus parecía más débil, más enfermo... Algo que realmente no entendían del todo, ya que según exámenes médicos, él estaba en perfecto estado.
—Bien— chillaron sus hijos mayores los cuales habían cruzado miradas con aquella niña de cabellos castaños. —¿Eider que has hecho sin mí?— preguntó su hermana para mirarla cómplice al ser más unidas, Samara del mismo modo había empezado con aquel síntoma extraño, cada vez para sus padres era más complicado tratar los sangrados nasales de ella.
—He dibujado— la niña respondió a su hermana la cual se dirigió al lavabo con pasos lentos al igual que su hermano.
Después de minutos estos se encontraban en la mesa, mirando aquel pollo frito que había hecho Lidia, su madre, con una sonrisa esta extendió sus manos tomando las palmas de su esposo e hijo.
—Bien vamos a agradecer por estos alimentos— informó el hombre para sonreír a cada m*****o de su familia. —Gracias padre por estos alimentos, gracias por no olvidarte de esta mesa y bendecirla cada día— continuó bajando la mirada lentamente, su familia no dudó en seguirlo.
Aquello causó un gruñido del ser quien cuidaba de la niña, confuso miro cada detalle de aquella casa; cruces eran la decoración principal en el lugar.
Sabía que aquellas personas eran creyentes, pero no tanto como para inducir a su creación por ese camino.
Con molestia dejó de recargarse en aquella esquina para mirar a la pequeña la cual parecía querer murmurar algunas palabras, y así acabar con él.
—Dios... gracias por esta comida, esta familia, gracias por todo señor— aquello acabó con la paciencia del hombre, por no poner detalle a su alrededor había sido engañado de nuevo por aquel ser de luz.
¿Cómo ella podía agradecer a ese hombre quién no cuidaba de ella como él lo hacía?— se preguntaba rabioso, Eider le pertenecía completamente... ella debía elogiarlo a él y a nadie más, porque él era su creador.
Furioso esté desapareció de aquella casa al sentir su sangre hervir dejando en paz a la familia, sabía donde buscar respuestas.... asistiendo aquel lugar donde el bien y el mal sé reunían al no estar de acuerdo.
Donde aquella batalla había durado miles de años, con almas flotando en ambos lados... en pocas palabras donde todo comenzó; El punto medio.
El punto medio... pocos son los relatos de aquel lugar, nada se compara con los rumores que se extienden del mismo, aquel lugar donde el ángel más hermoso y puro, fue destinado a un futuro incierto y perverso.
—Devil hace mucho que no te veo hijo mío— saludó aquel hombre, por el cual masas enteras de poblaciones darían su vida por conocer antes de la muerte, aquel hombre dueño de los mortales; su rival en otras teorías.
Con una mirada fría Devil lo examinó, él mismo lo había condenado a aquella miseria por contradecir sus órdenes, por no seguir aquel sendero.
—Es mía... pensé dejarlo claro al aceptar la marca en mi cuerpo por una eternidad— informó serio cuidando cada uno de sus pasos, la repulsión apareció cuando sus ojos observaron a aquel hombre sentado con una sonrisa en sus labios; ¿cómo podía fingir calidez o bondad?— se cuestionaba Devil. Para él aquellos sentimientos eran falsos, sabía que dentro de aquel hombre había maldad, ya que todos los seres la tenían internamente, había visto como era castigado, había visto como la máxima autoridad pecaba, existían marcas en su cuerpo, simplemente las ocultaba a la perfección.
—Devil... al igual que tú desconozco el origen de aquella niña, debiste llevarla contigo el día de su nacimiento— volvió a regañar siendo comprensivo con el hombre de traje n***o, el cual la ira lo consumió vivo con pensamientos destructivos.
Con la mirada Devil recorrió el lugar observando superior a cada uno de los Ángeles junto al ser de luz, haciendo que estos apartaran la mirada de él; sumisos.
Al igual que su creador sabían que Devil era un Dios, a quien tenían que respetar desde aquel acuerdo, para ellos era confortante saber que de su lado la vida florecía, el ser de luz estaba acompañado por docenas de ángeles, mientras que Devil estaba solo, tenía demonios, pero la mayor parte de su vida... se mantenía aislado de ellos.
Vivía en pecados, mentiras, farsantes... había dejado de conocer la lealtad, era por eso que la soledad lo había adoptado mejor que nadie.
—Solo escúchate...— gruñó al recorrer el lugar con pasos firmes, tentando a aquellos Angeles y buena bondad en el lugar. —¿Por qué la has mandado con esos idólatras?— preguntó a su dirección, El punto medio; era un desierto el cual se dividía en dos partes, la parte de montañas negras con fuego, el cual no era cálido estaba decorado con almas pecadoras sufriendo, ese lado pertenecía a Devil, mientras que a Adonay, o mejor conocido como el hombre de luz, le pertenecían los pastizales con flores y aquellos Angeles en el lugar.
Cada paso que marcaba Devil causaba la muerte de algunas flores por su aura a infierno. —Es lo mejor para ella... un manto de fe la puede salvar y curar de la oscuridad, pensé que te olvidarías de ella después de todo— confesó este para bajar la mirada pensativo, sabía que Devil era necio... el peor de todos, pero aun así debía detenerlo.
—No tienes por qué interponerte en mis asuntos, si quieres seguir teniendo el acuerdo y tener paz entre ambos reinos, es mejor que la dejes a mi Merced... ella es de mi propiedad— advirtió sin temor de ser castigado con otra marca en su cuerpo.
—Devil lo mejor es que te alejes de ella, por el bien de todos... no sabemos por qué nació, no sabemos qué consecuencias puede traer consigo— trató de explicar a su "socio" que en algún momento fue su mano derecha.
—Fue enviada para mí, acaso no te das cuenta... soy su creador, la he marcado con mi manto antes de ser bautizada a en tu nombre— confesó este recordando aquella cruz invertida en su frente y su cabello blanco hasta los hombros los cuales solo los inmortales podían ver, para Adonay aquello no era de gran revelación pues había mandado Angeles para cuidar a la niña y todos le informaban lo mismo. "Devil la ha marcado"— murmuraban estos con pesar.
—Devil— intentó calmarlo esperando verlo detenerse en aquel pastizal, después de segundos este se detuvo dejando en paz aquel lado lleno de vida algo que carecía el suyo.
—He sido castigado por ella, es mi responsabilidad... no te metas de nuevo si quieres seguir estando en paz— Amenazó para mirarlo con odio lo único que le causaba aquel hombre lleno de luz en su interior.
Era sencillo... las personas nacían con luz blanca en su interior, con el paso de los años estos cometían pecados obteniendo en ellos oscuridad, al estar podridos en oscuridad sin ningún gramo de luz eran propiedad de Devil y este podía hacer lo que quisiese con ellos en su infierno.
—Bien... no me meteré, desde ahora es tu responsabilidad, solo no quiero que dañes a terceros— exclamó el hombre cansado, sabía que Devil era el peor... su más grande dolor de cabeza.
—Estoy de acuerdo... nos veremos pronto— informó este dejando sus pastizales y regresando a su infierno denso, el cual era más importante para él.
—Dios cuidé de ti, Devil— el ser de luz lo bendijo en su nombre, causando que aquel demonio lo mirara con burla, Adonay no podía cuidar de él... porque él no era de su propiedad.
—Que el diablo queme tu alma al morir— respondió Devil haciendo referencia así mismo, con una sonrisa este cerró aquel portal desapareciendo por completo de aquel lugar árido.
Más aliviado decidió no regresar aquel mundo de mortales, pues ya no tenía nada de que preocuparse más que seguir dirigiendo demonios.
[…]
Esperaría por ella solo un par de años más... después de eso reinaría junto a ella una eternidad o mejor aún... vería la muerte en sus ojos, aquello parecía un delirio ante sus ojos, para él era increíble saber que un ser de oscuridad había nacido. Podía hacer con Eider lo que quisiera pues este era su padre... su creador.
—¿Cariño estás bien?— frente a ella su esposo parecía alguien moribundo, con rapidez intentó aliviar su pecho, Marcus cada vez enfermaba más, y su condición se volvía inexistente, incurable. —Te traeré una pastilla y un vaso de agua— dijo la mujer al dejar la cama con este tosiendo con fuerza, algunas veces podía sentir como su respiración se alentaba, aquello parecía una condena... Un castigo divino.
Algo que nunca entenderían, algo que iba más haya de ellos...