Dieciocho años atrás...
Dieciocho de agosto de 1994, la familia Alcalá corría por los pasillos de un hospital local de Galicia, la señora Lidia había tenido un percance en la cocina de su hogar cayendo al suelo con ocho meses de embarazo, de su tercer hijo que se trataba de una pequeña, la segunda niña en la familia.
—Cariño todo estará bien, nuestra pequeña estará bien— jadeó aquel hombre para soltar las manos de su bella esposa, la cual era transportada en una silla de ruedas con dirección al quirófano, aquello solo significaba peligro.
Un sangrado tenía a todas las enfermeras histéricas, con temor a no tener éxito por aquella corta despedida que interrumpía su trabajo, en aquel instante cada segundo era vital, la vida de la madre estaba en peligro.
—Cuida de los pequeños Marcus— gimió la mujer para caer inconsciente, el hombre negó esperando verla abrir los ojos una vez más, esperando despertar de aquel terrible sueño de media noche.
—Señor Alcalá debe esperar en la sala— explicó un enfermero tirando de él, los ojos del hombre no se despegaban de su amada, la cual entraba en aquella habitación con esas mujeres a sus lados, todas con una tarea primordial: salvarla. —Le informaré cualquier suceso, Pastor— insistió aquel joven siendo respetuoso, aquello hizo reaccionar al hombre, por primera vez miró al joven enfermero.
—Claro hijo, por favor cualquier suceso debes informármelo lo antes posible— asustado pidió sin dejar de mirar al joven, quien lo observaba con pesar, conocía a Marcus, todos lo hacían, Marcus; era alguien respetable, el último hombre respetuoso se decía, tanto para no merecer aquella prueba por la cual pasaba su familia.
—No lo dude, Pastor— sin más este se despidió del hombre sin antes indicarle a donde dirigirse, la sala de espera, a cada paso el hombre pedía por su esposa como por su hija; "Señor... en tus manos te entrego a mi esposa e hija, se justó con nosotros, no hemos hecho nada más que predicar tu palabra"— se repetía sin parar con toda su fe.
Sus manos aún temblaban del temor que lo abrazaba, estaba completamente solo sin nadie que lo acompañara en aquel momento de presión, al recordar a sus pequeños hijos en casa de su vecina no dudó en acercarse a la recepción para pedir una llamada.
—Pastor Marcus todo estará bien— informó la mujer con piel morena para brindarle una sonrisa, sin pedirlo está le extendió el aparato, con una sonrisa vacía el hombre de piel pálida le agradeció.
Marcus era un hombre respetable en aquella comunidad religiosa, desde el más pequeño hasta el más viejo conocía su nombre o alguno de sus actos de bondad.
—Gracias hija, dios te lo pagará— balbuceó el hombre para marcar a casa de aquella mujer jubilada quien era como una abuela para sus dos hijos, sus manos aún temblaban y la palidez a un no lo dejaba libre.
En ese mismo hospital un hombre se escondía en la oscuridad de aquel quirófano mirando trabajar a los especialistas, este se mantenía relajado esperando ver aquella expresión de tristeza o decepción de los médicos al no poder hacer nada más.
Aquel espectro mejor conocido como Luzbel o Lucifer había sido enviado a ese lugar sin explicaciones, con un gesto vacío observó el ritmo cardiaco de la mujer.
Tristemente esté estaba listo para llevarse aquel cuerpo diminuto o el de su madre, al oler la sangre suspiró repetidas veces... pues se trataba de su olor favorito.
Él era el dueño de la maldad en el mundo... el rey de las tinieblas, el anticristo en palabras cortas.
—Doctor— llamó una enfermera con un gesto para brindarle aquellos utensilios plateados al médico, una sonrisa burlona apareció en los labios del hombre de traje, "Es imposible que lo logren"—murmuró en un Perfecto latín solo para él.
—Bien— exclamó el doctor Lucas, el cual estaba listo para sacar a aquella pequeña y salvarle la vida. —En uno... dos... tres— satisfecho por fin el ser apareció en aquella escena acercándose por completo a la pequeña, mirándola fijamente.
Este frunció el ceño al ver su cuerpo sin luz, pero con los ojos abiertos llenos de vida, era casi imposible aquella situación. ¿Por qué aquella pequeña no tenía luz interior?, vacía, podrida siendo tan joven.
—Tu enim vitae— (Tienes vida) susurró furioso, su presencia no era notable para aquellos doctores que limpiaban a la pequeña, la cual se esperaba que naciera
Con complicaciones de todo tipo. —Quod non potest— (No es posible) insistió al intentar tocarla, piel cálida.
—Está bien... debemos preparar la incubadora ahora— ordenó el hombre con vestimenta blanca para sonreír a la pequeña de ojos oscuros y piel pálida, esta se quejaba de una manera diferente que a la de los recién nacidos, eso solo indicaba que algo andaba mal con ella.
—¿Quod tu es?— (¿Qué eres?) le preguntó en un perfecto Latín, con un gruñido la miró fijamente esperando cualquier reacción, su interior se encontraba vacío como el de un demonio, o persona infame.
Miró a la madre de aquel fenómeno como la había nombrado... Aquella mujer tenía luz interior, estaba completamente llena de vida, desesperado giró a ver a cada uno de los mortales en la habitación, todos brillaban dictándole que eran hijos del “Bien” y que nadie le pertenecía.
Nada tuvo sentido, ¿Qué hacía en aquel lugar?, acaso... miró a la criatura, ¿Debía acabar con ella?— se preguntó tenso, molesto.
Sabía que si la dejaba vivir sería castigado con otra marca en su cuerpo, pero tal vez aquella pequeña era su primera creación en la tierra... Ella había sido mandada para él, era de su propiedad por el simple hecho de no tener luz blanca— maquinaba de una forma egoísta.
Una pequeña quiniela nació en su cabeza... acabar con la vida de aquella pequeña o dejarla con los seres de luz. Verla llenar el mundo con caos fue tentador.
Con una sonrisa mordió uno de sus dedos causando que la sangre negra brotara manchando la manga de su traje; este ya había decidido sin demasiada dificultad.
—Devil prohibere— (Devil deténte) una voz aguda lo hizo alzar la mirada, furioso por interrumpir su sacrificio, serio miró aquella cosa con alas blancas.
—oportet accipere, quod suus 'officium tuum— (Debes llevártela, es tu trabajo) ordenó uno de los trece guardianes de luz, de los que vigilaban sus acciones.
—Est viventem est Mia— (Tiene vida... es mía) con un tono rudo este lo miró desafiante, el ángel negó con lástima, sabía que Luzbel era un demonio solitario sin compañeros o guardianes leales. —Al estar vacía con oscuridad en su interior me pertenece— exclamó.
—Pero es un error, debes llevarte su alma... Ahora— explicó el ángel tratando de ser comprensible con el hombre de traje, el cual negó sin antes vacilar con una sonrisa.
—Es mía, su alma me pertenece, ¿entendiste?— sin más que discutir, regresó a su deseo; marcarla para siempre, con su sangre marcó una cruz invertida en la frente de aquella niña, una marca que solo ellos podían apreciar. —Me pertenece— Satisfecho se alejó de aquella pequeña para caer de rodillas por el dolor que pulsaba su cuello; una nueva marca aparecía en él, haciéndolo gritar de dolor.
—Diabolus non debetis, ut est referre quam primum — (Devil no debiste de hacerlo, debo informar cuanto antes) aquel ser de luz desapareció dejándolo solo con el dolor de un castigo, la marca parecía ser inmensa.
—Os meum es creaturae— (Eres mi creación) informó para cambiar el color de sus ojos a fuego puro, sin otra cosa que hacer decidió mirarla por última vez. — iesse retro— (Volveré) dijo al darse la vuelta y salir de aquella habitación en la cual los doctores trabajaban sin notar aquella pequeña discusión.
Los pasos de Devil fueron lentos, por primera vez estaba sintiendo aquella sensación conocida como dolor de una manera no satisfactoria, aquel arranque no era el primero pues en toda su inmortalidad este había roto leyes dejando su cuerpo marcado de pies a cabeza.
La muerte no se había enamorado de la vida, sino que la había visto como una compañera, su reemplazo tal vez...
[...]
—Es bellísima, un completo milagro... Marcus— murmuró su madre al mirar a su pequeña tras el cristal, Lidia escondía su tristeza en pequeñas sonrisas al no poder tenerla en brazos, habían pasado dos largos meses en los cuales aquella pequeña luchaba por vivir cada noche.
—Estaba pensando en llamarla Eider, al estar inconsciente ese nombre no salía de mis pensamientos... le he preguntado a la señora Michell que significaba y esta me ha dicho que significa belleza, pienso que Dios lo ha escogido para ella— contó a su esposo quien se encontraba juntó a ella, esté la miró con los ojos más que abiertos. Sorprendido por aquella información nueva para él.
—Su nombre será Eider, será la niña más hermosa de toda Galicia... nuestro señor lo ha escogido para ella— exclamó más que contento, su fe había sido reforzada con aquel milagro de agosto.
A unos metros el mismo Diablo sonreía con burla al oírlos murmurar palabras estúpidas para él, él mismo había elegido ese nombre, no estaba conforme con aquella familia en la cual crecería su creación, pero lastimosamente no podía hacer otra cosa para cambiar la situación, en sus tiempos libres visitaba a su creación asegurándose que esta respirara. No había sido fácil, ya que aquel guardián lo seguía obligando a llevársela consigo; algo que este no iba a aceptar.
Al negarse en aquel juicio frente al gran creador este lo había condenado a un castigo eterno... el cual consistiría en cargar con aquella marca fresca hasta el último suspiro de la pequeña, o hasta que este se arrepintiera, cada día para él... era un desafío, pues esa marca arruinaba su trabajo u trajes.
Con valor se acercó aquel espejo mirándola por última vez, sonrió al ver el cabello de la pequeña, el cual ante sus ojos era blanco, sin más que hacer se alejó de aquel pasillo dejando a los padres solos.
—A ella no le hace falta un nombre santo... porque ella está bendecida— contó orgullosa su madre. —Al llevarla a casa me gustaría dar mi testimonio en nuestra iglesia, esto es un milagro Marcus— susurró la mujer con cierta felicidad de ser la portadora de una bendición.
—Estoy de acuerdo Cariño, Eider es un milagro para Galicia— con un abrazo estos siguieron apreciando a su hija.
Pocos meses después Eider fue llevada al domicilio donde sería su hogar y su historia recorrió toda Galicia "Ella era la prueba de la existencia de Dios" todos quienes la conocían podían observar la belleza que la caracterizaba haciendo honor a su nombre.
Cada vez la familia Alcalá se entregaba a la religión, haciendo que su iglesia fuera más visitada.
[...]
septiembre de 1998...
A la edad de cuatro años Eider era creyente, la pequeña conocía la palabra del señor por sus padres y aquella explicación fantástica para cualquier niño.
Aquella pequeña era caracterizada por su buena bondad además de su belleza, personas que la llegaban a conocer juraban que se trataba de un ángel después de oír su historia.
Su cabello era castaño y sus ojos oscuros los cuales la hacían parecer una muñeca, toda Galicia sabía que la familia Alcalá estaba bendecida por un manto sagrado.
—¿Mamá podemos ir a jugar?— preguntó esta con una sonrisa, su madre no tardó en acceder a su simple petición.
—Adriel lleva a tus hermanas a jugar al jardín— informó a su hijo mayor de solo ocho años, esté no dudó en tomar la mano de sus dos hermanas; Samara y Eider.
—¿Podemos ir a los trampolines?— preguntó Samara de Seis años, era una niña bella al igual que su hermana, lo único que la diferenciaba de Eider era el color de su cabello; el cual era rubio.
—Claro— informó el niño para cambiar de rumbo a los trampolines. —¿Qué quieres hacer Eider?— preguntó a su hermanita, la cual parecía temerosa de aquel trampolín.
—Solo quiero quedarme aquí— informó al llevar su vista a las flores que crecían en su césped, esta se arrodilló con aquel vestido rosado de flores azules.
—Bien, solo no te las lleves a los labios— espetó el niño para dejarla en paz y seguir a su hermana a aquellos trampolines que su padre había instalado en casa solo para ellos.
Eider era diferente al resto de los niños y todos lo sabían, era la niña perfecta, con una sonrisa acariciaba los pétalos de aquellas flores siendo delicada.
—Son hermosas, tan hermosas como el cielo azul— susurró para sí misma, además de ser vigilada por su hermano mayor, su madre la observaba mientras tejía su próximo sombrero.
Galicia era una comunidad tranquila para criar niños honrados y entregados a la religión, aunque como en todos los lugares el mal también acechaba.
Recostado en el tronco de un árbol, Devil la observaba crecer; al ser inmortal los años parecían días, y cada vez se asombraba más de su creación, era bella... sin duda sería perfecta para el puesto.
Al parecer para él aquella familia no era tan desagradable después de todo, pues sabía que cuidarían bien de Eider hasta que llegara el momento de partir junto a él, deseaba tanto ver sus ojos cerca, ver el temor y la emoción en sus pupilas.
Lo único que le molestaba era la creencia de aquellos adultos... no quería que su creación alabará a nadie que no fuera él, por qué ella le debía la vida a él.
Ella no debía creer en leyenda viva, muerta o resucitada... sino solo en él, quien castigaba a los pecadores y los condenaba en el infierno, era justo.
Hasta la fecha para él era un misterio el tener que asistir a su nacimiento, pues ella solo era un alma inocente y no una pecadora, con curiosidad dejó de ver a la pequeña jugar con las flores para observar a su madre... la mujer no tenía el aspecto de una pecadora en lo absoluto, al contrario lucía como una idólatra, estaba seguro de que por ella no había asistido aquel hospital.
Este no podía decir que se trataba del destino porque él no creía en eso, tal vez lo habían premiado, tal vez le habían dado otra especie de oportunidad, ansioso regresó la vista a la niña, era parte de ellos, un demonio puro, el cual pecaría y destruiría su alrededor.
—Eider... La hermosa, Eider— balbuceó serio, sin duda aquello había alegrado su vida, era la distracción perfecta después de todo el caos que su alma desembocaba.