Un hombre despreciable.

1223 Words
El lujo y la extravagancia del vestíbulo del edificio de oficinas más importante de la ciudad eran casi ridículos, al menos, a sus ojos. Había estado esperando paciente a que la secretaria de Logan Parisi la fuese a buscar. Al principio creyó que le sería imposible lograr algo yendo allí, pero estaba bastante sorprendida de que le resultase tan fácil verlo. Haciendo un mohín con los labios, permitió que la esperanza creciese dentro de sí, alimentando la fantasía de que quizás el CEO Parisi Logan no fuese el despreciable hombre que Pía le había dicho que era. Pese a ello, la fantasía fue efímera. Nadie que hubiese alcanzado aquellos niveles de éxito, prestigio y reconocimiento podía ser compasivo y amable. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué esperaba conseguir? Dios, estaba muy consciente de que su hermana había robado unos documentos muy importantes y, encima, Pía le había confesado que lo había hecho porque tenía la intención de “venderlos” a la competencia. Ahora Pía tenía que enfrentarse al largo brazo de la ley. Lucía no tenía idea de lo que significaba esto último. Ella era profesora de música en una escuela primaria, trataba con niños pequeños… Estaba muy lejos de saber sobre robo de documentos confidenciales. Y, sin lugar a dilemas, su hermana estaba muy equivocada al asegurarle que no la meterían a la cárcel solo porque confesó su intento de robo y que, al final, se arrepintió y devolvió dichos documentos. A pesar de que su hermana era muy distinta a ella, Lucía no tenía idea de lo que sería de ella si Pía no estaba a su lado. Solo se tenían la una a la otra, no había nadie más, ni siquiera familia lejana. A los 28 años, era dos años mayor que su hermana, y siempre había sido la primera en admitir que Pía era complicada de tratar desde que sus padres fallecieron hace diez años atrás, pero era su hermana pequeña, la amaba por sobre cualquier cosa y haría lo que sea por ella. Observando a su alrededor, trató de controlar el torbellino de pavor que sintió al ver tanto lujo y extravagancia. Los cientos de metros de mármol y aluminio que la rodeaban la hacían sentir diminuta, como si fuese una simple hormiga. Le pareció un poco injusto que un edificio tan sencillo albergase tanta exuberancia en su interior porque, ciertamente, desde afuera no se notaba. ¿Por qué Pía nunca le comentó sobre esto cuando comenzó a laborar aquí hace un año atrás? ¿Por qué su hermana nunca le dijo nada sobre estar trabajando en un lugar tan lujoso? Negando levemente con la cabeza, apartó de sus pensamientos el deseo inminente de regresar a su sencilla casa, la que había podido comprar con ayuda de la herencia que habían dejado sus padres cuando estos fallecieron. Si bien la casa estaba a su nombre, Pía era tan dueña como ella, pero su hermana había optado, desde hacía tres meses, vivir con su novio. Por supuesto, Lucía tuvo que aceptar y respetar la decisión de Pía; además, eso no significó dejar de verse ya que ambas se visitaban diariamente. Pese a todo, no entendía cómo su hermana fue capaz de hacer algo tan delicado, algo que le costó el empleo. ¿Qué se suponía le iba a decir al CEO Parisi? ¿Rogar para que el hombre le diese otra oportunidad a su hermana? ¿Podría siquiera intentar ofrecer devolver lo que Pía se hubo robado, proponer algún tipo de retribución económica? Esto último lo veía un poco complicado. Ella no ganaba mucho dinero como profesora, pero, en caso de que existiese alguna posibilidad, Lucía estaba dispuesta a darle los ahorros de su vida al hombre con tal de que su hermana tuviese la oportunidad de volver a trabajar allí. Reflexionando en las diferentes posibilidades, Lucía siguió observando la ostentosidad que la rodeaba. Se preguntó, una vez más, qué estaba haciendo realmente allí y cuáles serían las consecuencias de… —¿Señorita Rossi? Lucía se sobresaltó al escuchar su apellido y giró la cabeza en torno a la voz amable. Una mujer de rostro afable la miraba con intriga. —Oh. Lo siento, no la vi llegar —replicó, sintiéndose abochornada. —El señor Parisi la verá ahora, señorita —Conteniendo la respiración, Lucía asintió y se levantó del sofá biplaza—. Por aquí, por favor. —Gracias. Mientras era escoltada por la mujer, Lucía se permitió mirarla detenidamente. Era una señora ya en sus cincuenta y tanto, vestida elegante y pulcra. El cabello gris recogido en un prolijo moño. Si esta señora era la secretaria personal del CEO Parisi, estaba claro que no sabía nada de lo que había hecho su hermana. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, vio a varias personas salir de este. Todas jóvenes, vestidas elegantes, formal y a la moda. Incluso el ascensor le pareció extravagantemente lujoso y espacioso. Haciendo caso omiso de tanto lujo, se centró en su rostro reflejado en el espejo que cubría casi todo el ascensor. Fue tan evidente que estaba nerviosa y trató de que no se notase que estaba a punto de vomitar ahí mismo. El ascensor se detuvo en el piso 18 y solo entonces fue consciente de que ya no había manera de dar marcha atrás. La mujer le regaló una pequeña sonrisa y le hizo un gesto para que la siguiese. Lucía hizo todo cuanto estuvo en su poder para no mirar a su alrededor, no quería sentirse más diminuta de lo que ya se sentía al estar en un lugar que gritaba ostentosidad y dinero por cada rincón. Llegaron a una enorme puerta de roble enmarcada por dos láminas de cristal ahumado que protegían al CEO Parisi de las miradas de cualquiera que estuviese aguardando en la recepción exterior de su secretaria. —Entre, señorita. El señor la está esperando —indicó la mujer. —Sí, está bien. Gracias —espetó e ingresó al interior de la oficina. El aroma de una fragancia masculina fue lo primero que olfateó en el aire y Lucía contuvo un respingo al ver al hombre que estaba sentado detrás de un enorme y pulcro escritorio de color oscuro. —Siéntese —demandó el hombre, sin alzar la mirada de unos documentos que estaba “leyendo”. Los nervios acrecentaron mientras Lucía se dejaba caer en una de las sillas frente al escritorio. Cada detalle en el lenguaje corporal del CEO Parisi le indicaba que ya había tomado una decisión, eso y el desprecio en su tono de voz. Con cada segundo que pasaba, Lucía se daba cuenta de que había sido un error el ir hasta allí, pero era incapaz de mirar a otro lado menos intimidante que al hombre que estaba sentado imponente en una lujosa silla de cuero. «El tipo es un absoluto cerdo. Un hombre cruel y vil, sin compasión», recordó que le había dicho su hermana cuando ella le preguntó cómo era el CEO Parisi Logan. En ese momento, Lucía imaginó un hombre viejo, canoso, gordo, agresivo y desagradable. Sin embargo, ahora que estaba frente al susodicho, Lucía no podía apartar la mirada porque jamás esperó estar frente al hombre más guapo que vio en su vida… Dios, ¿qué iba a hacer ahora? No lo sabía…
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