Prólogo
Había aprendido que las lamentaciones no lo conducirían por ningún buen camino y, cuando su padre falleció, dejándolo a él al mando de la empresa, optó por dejar las emociones y sentimientos a un lado y se convirtió en un hombre nuevo. En un hombre incapaz de demostrar algún tipo de emoción o sentimiento.
En el mundo de los negocios, Logan Parisi era uno de los CEOs más respetado y distinguido, sobre todo porque era el tipo de hombre que imponía solo con su presencia y elegancia. Un rostro de facciones cinceladas, duras y toscas. Una mirada color azul acero que parecía doblegar a cualquier persona. Cabello cobrizo, siempre peinado pulcramente… Un cuerpo atlético, músculos definidos y proporcionados en su estatura de metro ochenta y siete. Porte y elegancia. Logan Parisi era un sueño húmedo para muchas mujeres, incluso para hombres, pero era solo eso. Un sueño húmedo.
Logan llevaba una vida ocupada y ajetreada. Convertirse en el CEO de Atlantic Metal había sido, en un principio, un poco caótico, sobre todo porque la muerte de su padre fue inesperada. Tuvo que hacerse cargo de la empresa casi de la noche a la mañana y le llevó todo un año adaptarse. Estar al mando de una empresa metalúrgica no era nada… sencillo y, después de ocho años de haberse convertido en el CEO, todavía se consideraba un novato. Sin embargo, y a pesar de todo, el prestigio y renombre de la empresa había crecido gracias al propio mérito de Logan.
Respecto a la familia… Ese era otro asunto.
Su madre fue diagnosticada, hace poco más de dos años, con leucemia. Cuando Logan se enteró de esto, movió cielo y tierra para que su madre recibiese la mejor atención médica. Había hecho todo lo posible y más para que su madre estuviese, dentro de lo que cabe, bien y estable. Pero las cosas comenzaron a agravar hace tres meses atrás, el tratamiento no estaba funcionando, no del todo. Por lo tanto, Logan tuvo que prescindir de algunos asuntos de su apretada agenda y dedicar más tiempo a su entorno familiar. Había estado yendo a ver a su madre y a su hermana menor. Pasando tiempo de calidad con ellas, sobre todo por su madre. En el ínterin, pudo contactar con otra clínica en la cual estaban probando un nuevo tratamiento y no dudó en comentar esto con su madre.
Geraldine era un poco reacia a visitar la ciudad, ella prefería quedarse en su casa de campo con Elisa, su hija menor. Sabía que su enfermedad le estaba causando estragos y eso influía, de alguna manera, en su hijo mayor. También estaba al tanto de todo lo que había estado haciendo Logan para conseguirle una cita con otros especialistas. Logan le contó que las posibilidades de que ella fuese candidata para un nuevo tratamiento con un medicamento experimental eran altas, pero estaba el hecho de tener que dejar la comodidad de su casa y viajar a la ciudad. Aun así, aceptó ir a esa clínica a realizarse un chequeo y a someterse a nuevos exámenes de laboratorio, todo por complacer a su hijo.
Después de hablar con el médico que atendería a su madre, Logan hizo los arreglos necesarios para que ella pudiese estar cómoda y tranquila en uno de sus departamentos. Hubiese preferido que su madre quedase con él, pero ella le dejó claro que eso no estaba en discusión. Habiendo hecho todo lo que podía, Logan concretó la cita para dentro de una semana y ahora solo era cuestión de tener paciencia y, sobre todo, esperanza.
En cuando a Elisa, ese era otro asunto porque…
—Señor, lo están esperando en la sala de juntas. ¿Señor?
Volviendo en sí y dejando de lado sus pensamientos, Logan giró en torno a la voz suave de Charlotte, su secretaria.
—¿Todo bien, señor?
Intentó sonreír, pero hacía mucho tiempo que no lo hacía. Logan ni siquiera recordaba cuándo fue la última vez que sonrió.
—Ya lo veremos —replicó.
Agarró unos documentos que estaban sobre su escritorio y salió de su oficina. Los asuntos familiares a un lado. Ahora mismo había otro que necesitaba resolver. Un asunto que, de solo recordarlo, le provocaba un enojo inmensurable y sería implacable ante la toma de decisiones.