Graham no dudó ante semejante invitación. No tuvo contemplación alguna y ante el llamado de Anna, se apoderó de su centro con mucha violencia, esa agresividad placentera que estaba comenzando a agradarle a la morena, esa que lo hace más atractivo que el resto de los hombres que estaban en el salón celebrando su propia boda.
Por lo seguidas y rudas de sus embestidas, Graham cubrió la boca de Anna con sus besos para evitar que gimiera ruidosamente y, peor aún, que emitiera el grito de placer que sus entrañas exigían que liberara.
«Si hubiera sabido que esto era tan alucinante, hubiera comenzado desde hace tiempo», se dijo la morena esbelta mentalmente mientras su cuerpo se contorsionaba de tanto placer entre una y otra entrada y salida de su potente virilidad. La forma en
la que sostenía sus caderas y aprisionada uno de sus pezones con sus dientes fue la guinda de la explosión, Anna no se pudo contener y llegó a lo más alto de la cumbre del placer jamás experimentado.
«¡Wow! ¡Mi primera vez!» exclamó en su cabeza en un estado de total posesión.
Graham, a los pocos segundos cayó rendido sobre ella con el rostro entre sus pechos desnudos y esparramados en su tórax.
—Creo que ya es hora de que vuelvas —le recordó Anna en un tono de voz aterciopelado
mientras acariciaba su cabellera sedosa.
—¿Cómo haremos para que no detecten que estábamos juntos? —preguntó dudoso.
—¡Me extrañas! ¡Después de comer el postre, temes a la indigestión!
—No, no temo indigestarme, sino a la reacción de los otros comensales que no verán con buena actitud que haya comenzado a comer de otro plato y no del que me fue reservado, tal vez sea incorrecto, pero inadecuado no es, no me arrepiento de esto —le dijo al tiempo que levantó la cabeza para llevarse uno de sus pezones a la boca y succionó de él de manera exquisita.
—No —rechazó Anna con voz entrecortada ante un estremecimiento que amenazó con despertar nuevamente el deseo en ella—, ya creo que fue suficiente, vuelve a tu lugar —le exigió a duras penas, porque estaba anhelando continuar hasta que el
agotamiento no les diera a más.
Graham admitió para sí mismo que ella tenía razón, había avanzado mucho en un terreno minado, fue demasiada osadía de ambos, aunque le encantó lo vivido. Se incorporó y comenzó a acomodarse la ropa.
—Sal y camina hacia el pasillo de la izquierda, ahí te encontraras con dos pasillos, toma el de la derecha y encontrarás otra de las entradas al salón, si te preguntan solo di cualquier cosa, que te llamó uno de tus hombres, no creo tener que decirte qué hacer para engañar a tu recién estrenada esposa cuando telas sabes todas —le indicó Anna en tranquilidad.
Graham soltó una carcajada arrogante que lo hizo ver más atractivo, tenía las mejillas sonrosadas producto del buen sexo que acababan de tener.
—¿Tú qué harás?
—Nada, me quedaré aquí un buen rato y luego entraré por la entrada principal, igual debo ir por alguien que seguro me debe estar esperando en el lobby —le dijo al tiempo que saco su móvil del pequeño bolso de mano que desde que ingresaron a ese pequeño cuarto ella colocó sobre la mesa donde precisamente él la sentó para estrenarla.
Él se le quedó mirando fijamente y sin emoción en su rostro cuando terminó de arreglarse el esmoquin.
—Ya, vete —le exigió Anna con brusquedad.
—¿Sabes que esto es apenas el comienzo?
—No, no lo es 1respondió tajante—. Esto solo era tu regalo de bodas, el regalo de bodas para ti y mi hermanita —le dijo con ternura pero por dentro destilando todo el odio que con el tiempo había nacido en su interior—. Ella va a agradecer tener esta noche a su esposo tan incentivado que querrá devorarla viva —agregó persuasiva—, porque eso harás ¿Verdad? Le regalarás la mejor noche de su vida —afirmó confiada en que así sería—. Esto… —lo señalo a él y luego a sí misma—, fue solo una motivación, un obsequio íntimo, a ella le tengo otro regalito reservado, espero te haya agradado mucho, porque quiero que si te distraes en otra cosa en el acto de consumación de la noche de bodas, habrás de cogerla con todo gusto, así tengas que acordarte de mí en pleno acto —terminó agregando con malicia solapada y se bajó de la mesa para ponerse el panty que gustosamente él le había quitado minutos atrás.. Me sentiría alagada si ello sucede —mencionó cierto dejo de malicia y travesura en el tono de su voz.
Lo que para cualquiera pudiera ser un evidente acto enfermizo, para Anna era el abreboca a lo que le esperaba a Loreta, su hermana, mientras que para Graham la experiencia que tuvo con ella era una exquisita locura, una tentadora y rica locura que estaba dispuesto a repetir donde fuera, sin importar el peligro. Ya la había hecho suya y se iba a asegurar de que fuera solo de él; solo que Anna ya había trazado su plan. Ni de él ni ninguno, solo viviría para ella, o eso creía ella sin darse cuenta del peligro en el que se estaba metiendo al nadar en aguas turbulentas, un rio en calma como Israel y una mar embravecido representado por un Graham que era el mismísimo demonio y más si estaba aderezado por la maldad solapada en actos bondadosos de Loreta.
—Eres una tentación del demonio, Anna —manifestó Graham con los ojos entrecerrados al tiempo que intentó arreglarse el cabello alborotado.
Si antes ella lo tentaba, ahora le parecía no solo un caramelito deseoso de probar sino una chocolatería completa de la cual estaba dispuesto a saciarse cada vez que se le antojara.
—Tentación no creo, estoy lejos de serlo, ¿No ves lo insignificante que soy? —se giró sobre sus pies para que volviera a repasar su pequeña humanidad—, y del demonio, menos, soy un ángel, uno incapaz de hacer nada que lastime —agregó
fingiendo inocencia.
—Maldito ángel el que se gasta la familia O´Brien —recalcó mirándola fijamente y con deseo—. ¡Quién diría que serías una maldita carnada!
Anna decidió ignorarlo, estimó que ya era suficiente por esa noche, hizo su mayor esfuerzo por mostrarse apática. Dejó de verlo y miró a su alrededor buscando con qué limpiar su entrepierna antes de colocarse nuevamente el panti, consiguió una caja de
servilletas desechables, la abrió y sin mayor pudor, ahí delante de él limpió sus partes.
—Si notuviéramos invitados te juro que yo mismo hubiera hecho ese trabajo con mi boca —amenazó Graham—. Créeme lo hubiera hecho gustoso, un manjar tan tiernito apenas a medio probar vale al pena degistarlo como se merece. Una fruta a medio comer es una droga —expresó Graham con excesod e lujuría.
El hecho de haber sido el primero en su cuerpo lo tiene ansioso.
—Lástima que tu tiempo ya se terminó —le respondió en un tono de voz tierno y sensual mientras lo miraba con deseo, luego le señaló la puerta—. Vete antes de que se detenga el mundo y clausuren este edificio —le dijo en tranquilidad refiriéndose a ellos y la necesidad naciente de repetir el momento y la imposibilidad de ser tan sutiles como lo fueron minutos atrás si se le daba una segunda vez—. Nada más va a suceder —agregó a sabiendas de que si sucedería y mucho, pero cuando ella lo dispusiera.
Sin ánimos de seguir insistiendo en discutir algo que apenas comenzaba, Graham abandonó el pequeño cuarto que fungía como depósito, no sin antes asomar la cabeza al exterior para cerciorarse que no hubiera nadie alrededor que determinara que
estuvo metido allí.
Verificado que nadie lo delataría, con toda la satisfacción del que logró cerrar un buen negocio, caminó por el largo pasillo con la gracia de un león luciendo su potente y brillante humanidad, se dirigió por el espacio que Anna le sugirió.
En lugar de ingresar al salón de inmediato, se desvió hacia la salida para ir en busca de uno de sus hombres.
—Zoan, ven conmigo —le dijo a su hombre de confianza—. Finge que estábamos juntos resolviendo algo.
El hombre de un metro ochenta de estatura, cuerpo fornido con músculos evidentemente marcados, sin expresión en el rostro, solo asintió en un movimiento de cabeza.
Tan acostumbrado estaba a solapar a su jefe que no se le hizo rara esa petición. Caminando uno al lado del otro, ambos hombres se embarcaron al interior del hotel y luego al salón donde lo esperaban su recién adquirida esposa, la familia y los invitados.
Tomó un vaso con whisky que le ofreció uno de los meseros y mirando a su alrededor con disimulo buscó la humanidad de la mujer que minutos atrás acababa de hacer suya. No la iba a encontrar pues precisamente en ese instante Anna estaba en la entrada del hotel esperando a que apareciera Israel, el arquitecto que solo cinco semanas atrás se había convertido en su socio y cómplice en semejante
decisión de venganza.
A esa altura del tiempo a Anna ya nada le importaba, estaba dañada, rota y destruida en sus emociones, la humillación por la que había pasado todos esos años encontró su fin esa tarde en la que el mismo Israel después de verla perdida en sus pensamientos y al borde de un colapso nervioso, le propuso la sociedad que hoy en día tienen, lo que la llevó a contarle parte de su pasado y a él proponerle recuperar todo cuanto le habían arrebatado de las manos bajo engaño, y al mismo tiempo le ofreció ayudarla a convertirla en la arquitecto más reconocida de su país.
Nadie, absolutamente nadie creía en ella entre su familia y quienes decían ser sus amigos, por lo que se sentía pérdida. Devastada, sin saber a dónde ir, y como a todo ángel siempre le llega un guardia Israel pareció convertirse en el que fue destinado para una mujer que aparentemente no mostraba ser un peligro para nadie.