—Señorita O´Brien —Anna escuchó a lo lejos que alguien la llamó por su apellido.
Giró sobre sus pies para ver de quién se trataba, al hacerlo se encontró con un mesero de los que estaba sirviendo en la recepción de la boda de su flamante hermana.
—Disculpe, su madre pide su presencia, es la hora del brindis —anunció el joven de aproximadamente unos veinte años que le habló con cierto dejo de timidez en el tono de su voz.
—Ya iré —respondió Anna con apatía.
Decidió ignorarlo por si le iba a decir algo más y se dio la vuelta, pensó que no tenía nada por lo que celebrar, Loreta se encargó de que sus aciertos representaran desdicha en Anna, por lo que la morena parada ahí al lado de la recepción vio con fastidio ese llamado.
No obstante ello, ante lo habida de ideas impulsivas que estaba resultando su mente en los últimos días, un malicioso plan le llegó de repente. Ansiosa, miró la pantalla de su teléfono para confirmar que Israel estaba retrasado. No quería entrar sola a ese salón, no después de lo que acababa de vivir con Graham. Parte de su plan era presentar a Israel esa noche como su novio, lo habían acordado, y no quería que se dañara esa parte. Ya había logrado la primera fase, obviamente que Israel ignora ese grotesco y placentero evento, no piensa contarle al respecto, pues eso es algo que para ella es de mayor peso, su as debajo de la manga para cuando las cosas se compliquen, en su móvil guarda parte de la prueba, no grabó video pero si audio de todo lo que se dijeron ella y Graham en medio del clímax.
Segura de que Graham al estar casado con su hermana, no exigiría un nuevo encuentro, se hizo de él el breve instante que pudieron compartir. Satisfecha pensaba que solo faltaba ese siguiente paso, la noticia para Loreta de que no solo ella podía tener a un hombre, sino que ella —Anna— también y no cualquier hombre, sino a su esposo y el propio día de su boda. Sabía que esa era la peor humillación y su mejor venganza. Pese a saber que será calificada como una cualquiera, lo aceptaría con satisfacción ya que con solo ver el rostro de sorpresa y odio de Loreta se habría cobrado todo el daño que ella le ha hecho. Luego continuaría con su vida tal como Israel se lo sugirió.
Israel es un importante arquitecto y propietario de una de las constructoras más reconocidas en el país y a nivel mundial. Es el responsable de la construcción de muchos edificios monumentales en Nueva York, en Inglaterra, París y Dubái. No por nada fue llamado por la constructora donde Anna trabajó hasta el mes pasado, para apoyarlos en la construcción de un enorme centro comercial en Wisconsin, lugar donde vive la familia O´Brien.
Gracias a Israel, al ver en ella a un potencial como profesional es que ahora trabaja no solo con él sino que es su socia en el proyecto que presentó precisamente para la construcción de ese centro comercial. Anna no lo podía creer cuando el rubio acuerpado con exceso de seriedad le hizo la propuesta de irse con él, pensaba que estaba burlándose de ella como lo habían hecho muchas personas en el pasado, y resultó que el hombre no solo le ofreció trabajo sino una sociedad que él aseguró la catapultaría a la fama en su profesión. Bajo la promesa de éxito ella encontró un aliado, y para Israel, en el caso de él, encontró en ella a esa mujer por la que estaba seguro podía suspirar el resto de su vida, solo que decidió ir despacio. La sabía herida, muy maltratada internamente. Estimó que no era el momento para llegar a ella como el huracán que se despertaba en él cada vez que la tenía cerca. Le estaba siendo difícil ocultar su deseo por ella, y aun así, ahí se mantenía fiel, accediendo a sus peticiones, que son pocas en realidad, una de ellas es acompañarla a esa recepción, pese a lo ocupado que tuvo ese día que lo llevó al estado de agotamiento que le embargaba y para esa hora solo quería descansar.
—Hola —la saludó en voz susurrada parándose detrás de ella.
Anna se sobresaltó al escuchar su voz tan cerca de su oído. Se giró sobre sus pies para recibirlo. Israel emocionado la abrazó y plantó un beso en su mejilla. Ella no vio mal en ello, sonrió al separarse.
—¡Qué bueno que ya estás aquí! —adujo sin darle tiempo de decir nada más.
Apresurada porque quería llevar a cabo la idea que se apoderó de su mente en seguida, antes de que fuera otro quien le tome la delantera, lo tomó de la mano y lo arrastró, caminando apresurada hacia el interior del salón VIP del lujoso hotel.
—¡Hey! ¿Por qué la prisa? —inquirió Israel mientras le seguía el paso.
Anna no le respondió sino que avanzó con rapidez hasta que llegó a la enorme puerta donde disminuyó el paso y tomó un paso más pausado y elegante, al ver que aún no iniciaban el brindis. Las miradas se posaron en ella e Israel. Aunque se sintió incómoda, adoptó una postura segura y se sujetó del brazo fuerte del rubio.
—¿Recuerdas la idea que te planteé hace tres días? —le preguntó ella en un susurro.
—Sí —respondió recordando la mejor de las propuestas que ella la ha podido hacer—, seré tu novio ahora y cada vez que lo necesites —agregó y sin darse tiempo a perder la abrazó por la cintura delante de todos.
El agarre que Israel dirigió alrededor del cuerpo de la morena esbelta enfundada en un vestido rojo escotado en toda la extensión de su espalda, le dio cierta intimidad al gesto, pues en lugar de ser sutil en el abrazo, posó su mano justo casi al final de su espalda, allí donde se perdía el final de la columna y comenzaba a cubrir la tela.
—Tus deseos son órdenes —agregó Israel a su oído logrando hacer que Anna se sintiera tímida ante la intimidad que estaban dando a entendera los espectadores.
Quería llamar la atención, como no lo había logrado en años, y con esta entrada Anna se estaba haciendo de la atención de muchos de los presentes, sobre todo de Loreta y Graham, en quien vio el ceño fruncido en una reacción que a ella le pareció rabiosa.
—Vamos —propuso Anna para terminar de ingresar al salón.
Israel obedeció sin soltarla, no podía, estimaba que esa era la oportunidad que estaba necesitando para comenzar a darle a entender su interés por ella.
Solo cuando se hicieron en el lugar que estaba dispuesto para ambos en la mesa familiar, su padre le hizo seña, prometiéndole una conversación luego. Ella no reaccionó, sabía lo que vendría, y de la mano de Israel se sentía preparada para recibir la avalancha de reclamos que le dirigirían por haber aparecido ahí con Israel sin haberles notificado.
Estaba fastidiada del control que se empeñaban en mantener sobre su vida, no les bastó con despojarla de los bienes que le dejaron sus abuelos sino que parecía que también querían despojarle la poca voluntad que le quedaba, y que estaba tratando de reconstruir con el apoyo del hombre que la tiene tomada de la mano, debajo de la mesa.
Si su familia supiera que apenas recién conoció un mes atrás a ese hombre, terminarían por meterla en un sanatorio al considerarla con poco discernimiento. Era consciente que era poco tiempo para confiar en alguien, pero Israel se había ido ganando esa confianza. Sin exigirle nada estaba poniendo un mundo a sus pies, y la promesa de recuperar el mundo que sus abuelos habían ideado para ella.
—Deja el nervio —le dijo Israel acercándose a ella, tomó su rostro con sutileza para que la morena lo viera directo al azul de sus ojos—. Aquí estoy, nadie te va a hacer nada.
Al finalizar de expresarle esa promesa, Israel de manera inesperada se inclinó sobre ella y tomó sus labios por asalto en un beso fugaz, tan rápido que aunque hubiera querido rechazarlo no tuvo oportunidad.
Ese beso marcó un terreno que simbólicamente estaba demarcado del arquitecto, y una puñalada para Graham que en cierta forma había hecho de cuenta que Anna era de él. La ira se apoderó de él. Sentado ahí al lado de Loreta, su esposa, no disimuló su mirada fija en la nueva pareja atrayente de ese momento.
—Amor —Loreta llamó la atención de Graham al ver como las venas de sus sienes se pronunciaron de la ira.
No le quedó más opción que desviar su mirada de su amante, su cuñada, hacia su esposa.
—¿Sucede algo? —le preguntó Graham al percibir el tono exigente en el llamado de Loreta.
—Siento que algo te molesta o te incomoda —dijo ella anunciándole que había percibido cierto cambio en él—. Desde que regresaste con Zoan te veo distraído. ¿No te emociona que ahora somos marido y mujer? —preguntó en un tono de voz aniñado que a Graham en ese instante le pareció ridículo, y en el pasado obraba como el anzuelo para comenzar sus juegos de seducción.
Graham se aclaró la garganta, se tomó un sorbo de su trago de whisky y la miró.
—Claro que me gusta, amor —le dijo serio—. Me abruma toda esta gente, es solo eso.
Sonrió sutilmente y evadió a Loreta cuando esta buscó darle un beso en los labios. Loreta sintió la necesidad de hacer lo mismo que el desconocido hizo con Anna, sentía que no podía quedarse atrás, ella era la agasajada, nadie más podía robarse la atención de todos. No admitía lo que el sujeto desconocido acababa de hacer.
Si ya estaba molesta con el beso que el hombre le dio a Anna, el rechazo de Graham hizo hervir la sangre en sus venas y alteró su personalidad caprichosa.
—Ya me quiero ir —reclamó Loreta.
—Es temprano, apenas vamos a iniciar el brindis —le recordó Graham.
Aunque muchos lo ignoraban, el salón era un campo de concentración donde había varias bombas dispuestas de manera estratégica y que amenazaban con explotar en cualquier momento. Por un lado estaba el padre de Anna y Loreta, enojado por la aparición del desconocido; por el otro estaba Graham, quien se creía dueño de Anna por el simple hecho de haber sido sexualmente el primer hombre en la vida de ella, los pocos minutos de sexo que tuvieron le dio un sentido de propiedad que no había experimentado con Loreta, de quien estaba seguro era dueño, Loreta no le preocupaba, Anna sí; al mismo tiempo; más allá, estaba Israel, quien se sintió tan metido en su papel del novio protector que no estaba dispuesto a aceptar ningún maltrato en contra de la mujer que tiene asida de su mano; y, para amenazar en una verdadera explosión nuclear, Loreta se encontraba al otro extremo, no aceptaba que Graham no cumpliera el capricho de irse antes de comenzar la celebración y que Anna hubiera logrado tener compañía en su noche más importante. No sabía ella que su mayor objeto de odio sería quien dirigiría el brindis.
Los meseros, por orden del padre de ambas, comenzaron a repartir las copas con el champagne, y en el proceso las miradas de Graham y Anna se encontraron, el reproche que la chica percibió en los ojos de su cuñado era agobiante, o esa era la intención de Graham al dirigirle la mirada, solo que aunque Anna entendió a la perfección, decidió ignorarlo, metida en su posición de que él no tenía nada qué reclamarle, tomó su copa con champagne y se puso de pie.
—Atención —Anna llamó la atención de los presentes y solo cuando percibió que contaba con la mirada de todos alrededor del salón, luego de mirar a Israel, continuó—. Aprovecho este emotivo momento para pronunciar mis sinceros deseos de felicidad infinita a esta nueva familia que acaba de nacer, los Riverel-O´Brien —expresó fingiendo una sonrisa y un tono de voz agrio—, se escucha lindo ¿No les parece? —adujo en un tono sarcástico—. Segura estoy que serán la familia ejemplar, icono de lealtad, fidelidad —agregó con énfasis altanero—, y por sobre todo colaboración entre ambos, los O´Brien nos caracterizamos por ser leales ¿Verdad papi?, ¿verdad Lore? —preguntó con veneno en sus palabras—, imagino que los Riverel son iguales, tal vez me equivoque, pero mi cuñado es un hombre que representa la viva imagen de un hombre fiel. Espero no decepcionarme. Loreta no merece menos que eso. ¡Qué vivan los novios! ¡Qué viva esta nueva alianza! ¿Familiar o económica? —preguntó metiendo la ponzoña.
Su padre le dirigió una mirada fulminante, el comentario de Anna obviamente no caló de manera positiva en él ni en los presentes que entendían a la perfección que esa interrogante estuvo de más.
Anna sabía que ese matrimonio no era por amor, no de parte de Graham y segura estaba que tampoco de Loreta, pero era mejor fingir. Lo comprobó cuando tuvo a Graham entre sus piernas disfrutando de lo más rico de su virginidad.
Aunque con él se hizo mujer no romantizó el momento, no tenía por qué hacerlo dado que las razones que la llevaron a ese momento, pese a lo que arriesgo y perdió, nada tenía que ver con el romance típico de lo que debería ser el comienzo de ese matrimonio. Un matrimonio por amor, no, ahí no existía, y en cada estocada que Graham arremetió en contra de su adolorido sexo supo que ahí importaba todo, menos la lealtad.
Anna se prometió que, aunque no sabía de qué forma, pero se iba a encargar de hacerle pagar a Loreta la humillación de haberle espantado al único novio que tuvo y de haber ayudado a su padre a que le firmara las escrituras de las propiedades que le dejaron sus abuelos, aunado a las humillaciones constantes para hacerle creer que era una mujer incapaz de lograr algo importante en la vida.
El rostro transfigurado de Graham por la presencia de Israel, era la prueba de Anna para comprobar que el breve encuentro que tuvieron le dio un poder sobre él que usaría gustosamente y de manera inteligente.
«La venganza es un plato que se come frío», pensó mirando a Graham y luego a Loreta.
«Me voy a encargar de que pierdas a tu esposo, y no por un accidente sino por una enfermedad, una enfermedad que te matará lentamente, una enfermedad llamada Anna, seré tu pesadilla a partir de ahora» prometió en su mente mirando a Loreta con dureza.
Graham en medio de su ira, pese a estar mirando fijamente a Anna, no percibió el odio marcado de la morena en contra de la mujer que yacía sentada a su lado haciendo berrinches de niña malcriada.