No tenía ni idea de qué hacer. Mi hijastra estaba ahí mismo, y necesitaba mi ayuda. Un buen padrastro hubiera entrado a toda prisa en el instituto, pero eso me habría delatado. No tenía motivos para seguir aparcado frente a la puerta, y mucho menos para entrar como un loco.
Lo único que podía hacer era esperar a que ella me llamara.
Me quedé mirando el teléfono con rabia e impotencia, odiándome por querer proteger mi mentira incluso en una situación como esa.
Por fin, la pantalla se iluminó con un número de teléfono. No era el de mi princesa. Respiré hondo antes de descolgar.
—¿Diga? —saludé, lo más casual posible.
Era el director, me dijo que mi hijastra estaba en su despacho. Necesitaba verme cuanto antes. No quiso darme más detalles por teléfono. Esperé cinco minutos de
