Era martes por la mañana, hacía un día soleado. En la calle frente a la puerta del instituto se arremolinaban grupos de chavales. Hablaban despreocupadamente, afuera del coche reinaba un ambiente juvenil.
—Papá, ¿puedes desbloquear la puerta? —me preguntó mi hijastra.
Noté que estaba tensa. Los dos lo estábamos. La miré por un momento deteniéndome en sus expresivos ojos castaños detrás de las gafas. Era una monada con esa trenza de raíz, con su uniforme escolar.
—Quiero hablar un momento contigo.
—¿De qué? —saltó a la defensiva.
—No podemos seguir así, cariño. Casi no me hablas, me evitas. No sé qué te ocurre pero necesito que me lo cuentes. No duermo bien, me paso todo el día preocupado por ti. En serio, princesa, háblame.
—No me ocurre nada, papá —me aseguró.
—¿Podemos sincerarnos
