Instalaciones

1506 Words
Estaba pendiente del chat, a la espera de que mi hijastra me escribiera. No podía dejar de darle vueltas a lo último que me había dicho, no sabía si pretendía compensármelo mandándome fotos y vídeos sexuales o si por el contrario sabía toda la verdad y por fin llegaríamos más lejos. “papá, puedes venir a buscarme?” Me sorprendió que me escribiera a la cuenta real. “Estás bien?” “sí” “puedes?” “no quiero molestar” “No, está bien, princesa” “Nunca podrías molestarme” Un rato más tarde estaba aparcado en la puerta del instituto. Mi hijastra salía en ese momento acompañada de varias chicas de su edad, me preguntaba si alguna de ellas sería Camila. Había chiquillas muy guapas, pero ninguna le llegaba a la suela del zapato a mi niña. Era la más guapa, y también la más recatada. No usaba maquillaje y no se subía la falda como las demás, la llevaba según las pautas de la escuela, lo que por otra parte era normal si no usaba bragas. Toqué el claxon para llamar su atención. Corrió hacia el coche mientras yo le miraba las piernas. Entró por la puerta del copiloto dándome un beso en la mejilla. Estaba de buen humor, no había nada que indicara que sabía quién se escondía tras el perfil de su amo. —¿Qué tal? —pregunté. —Bien. Bueno, regular. Hoy tengo un montón de deberes. —Entonces no podremos ver una película esta tarde. —No, lo siento. ¿Esta noche? —Hecho. Claro, deberes. En realidad quería encerrarse en su cuarto para dedearse hasta que se le arrugaran los dedos. —¿Las clases bien? —pregunté mientras conducía. —Sip. Perfectamente. —¿Qué habéis hecho hoy? —Clase. —Jaja —ironicé—, muy graciosa. —No tuvimos examen ni nada. —¿Entonces todo bien? —Yessss. Estaba más atenta al móvil que a nuestra conversación. Noté que tenía esa sonrisilla típica de estar hablando con alguien que le gusta. —¿Qué te dije esta mañana? —le advertí. —Jope, papá, es un momento… —¿Con quién hablas? —Con nadie. —No me pareció eso. —Con una compañera de clase. —¿Con quién? —No la conoces. —¿Cómo se llama? —Camila. No la conoces. —¿Es amiga tuya? —Más o menos. O sea, es simpática. —¿Es una de las que estaban en la puerta? —¿Es un interrogatorio? —se quejó tímidamente. —No tendría que interrogarte si me contaras cosas. —Sí, Camila era una de ellas —suspiró, rodando los ojos. —¿Cuál? —Una. Qué más da. —¿Cuál? —repetí, más autoritario. —La rubia. —¿La que estaba tan maquillada? —No estaba tan maquillada, papá. —¿Era la que tenía la mochila a cuadros? —Pues sí que te fijaste —me recriminó. Camila era de las más desarrolladas de la clase, a su edad parecía toda una mujer con caderas anchas y buen pecho, lo único que la delataba era esa cara aniñada que trataba de ocultar con maquillaje. —No creo que sea una buena influencia. Una vez la vi fumando. —Papá —se quejó con voz lastimera. —¿De qué hablabais? —De nada. De los deberes. —¿Puedo verlo? Puse la palma boca arriba en su muslo, exigiéndole el móvil. Ella lo apretó contra su regazo, no me lo iba a dar por las buenas. —Princesa, no me hagas repetirlo —le dije. —Papá, por fa… —¿Entonces no hablabais de deberes? —No me quites el teléfono… —Cariño, solo quiero que me digas la verdad. —¿No te enfadarás? —No, cielo. Pero tienes que ser sincera. Estáis en la edad de hablar de chicos y todo eso. No pasa nada, está bien. Pero no me mientas. —Bueno, sí… hablábamos de chicos. O sea, más bien ella me hablaba de chicos y yo le seguía el rollo —admitió, todavía nerviosa. —Gracias por sincerarte, princesa —le dije, dándole unas palmadas de ánimo cerca de la rodilla para dejar mi mano sobre su muslo—. ¿Tú no le hablas de chicos, también? Habrá alguno que te guste. Estaba tensa, aunque no sabía si era por incomodidad o porque le excitaba que pudiera pasar lo que habíamos hablado por chat. —No, paso de chicos —murmuró torpemente. —¿Prefieres…? —O sea, ni chicos ni chicas. —¿Eres asexual? —¡Papá! —me reclamó, medio riendo. —Puedes contármelo. —No, qué va. No soy asexual… Eso era obvio, su cuerpo estaba reaccionando a las caricias. Inspiraba y espiraba como si le diera gustito, quizá se estaba poniendo cachonda, no lo podía saber si ella no me daba permiso para llegar más lejos. Mis dedos recorrían sus muslos hasta donde la falda me permitía. —Bueno, no te preocupes, cariño, ya lo averiguarás. Es una pena que no puedas ser la princesa de papá para siempre —le dije. No sé si debió a que se me notó el deseo en la voz, a que hice más fuerza sin darme cuenta o a que simplemente se estaba excitando, pero mi niña abrió un poco las piernas, tan poco que no supe si era una señal para meterle mano o si eran solo imaginaciones mías. —Que sepas que no estoy enfadado por lo de Camila. Puedes hablar con ella, si quieres. —Le di un pellizco cariñoso en la pierna. —Gracias, papá. El resto del camino estuvimos hablando de cosas triviales mientras ella chateaba. En varias ocasiones pude ver que de verdad se escribía con Camila. Había hecho bien en dejar de masajearle el muslo. Lo único que me empujaba a hacerlo era que ella se excitara mientras le describía la situación a su amo, es decir, a mí. Irónicamente, que mi niña aceptara mis caricias con naturalidad era lo que lo hacía incómodo. —Bueno… iré a hacer los deberes —me dijo después de comer, ya en casa—. Esto… la película… ¿Esta noche? —Muy bien, cariño. Claro. En cuanto cruzó la puerta del salón recibí su mensaje de sumisa. “estoy en casa, papi” “¿Lista para obedecer?” “no te vas a creer lo que me ha pasado” “me ha tocado” “en el coche” “¿Tu padrastro?” “¿Por fin te ha metido mano?” “no, solo el muslo jajaja” “pero me puso muchísimo” “quería que llegara más lejos” “¿En serio querías?” “jajajaja no, o sea, no sé” “sí y no” “¿Él estaba excitado?” “creo que sí” “pero quitó la mano” “Tendrías que haberle dicho que siguiera” “no jajajaja” “qué vergüenza” “Entonces estás cachonda?” “sí, cachonda y obediente” “Perfecto, putita” “Esta tarde serás la putita más obediente del mundo” “sí, papi” “quieres fotos?” “Espera, todavía no” “Cámbiate” “Ponte la camiseta holgada que usabas en Omegle” “Evidentemente sin nada debajo” “vale, ya está” Sin necesidad de pedírsela me mandó una foto, estaba monísima con esa camiseta bajo la que le asomaban las piernas delgadas. Iba a pedirle que demostrara que no llevaba nada debajo cuando recibí la segunda foto, en esta se subía la camiseta hasta el ombligo para deleitarme con su montículo blanco, tierno y sin vello. “Eres un ángel.” “soy muy putita para eso” “Cierto… jajaja” “Está tu padrastro en casa?” “sí, por?” “Quiero que te vea así” “Seguro que se le cae la baba” “le dije que iba a hacer deberes” “no quería que nos molestara” “Entonces pídele ayuda con los deberes” “vale, espera” “el corazón me va a mil” “dios jajajaj estoy loca” “¿Qué harás?” “después te cuento” Cinco largos minutos más tarde escuché que me llamaba desde su habitación. Llamé a la puerta antes de entrar. Estaba sentada en la silla del escritorio con esa misma camiseta reveladora, le iba tan grande que un hombro le quedaba al descubierto. Era toda una lolita. —¿Qué ocurre, princesa? —pregunté desde el umbral. —Papá… ¿me ayudas con los deberes de informática? —Claro. ¿Qué necesitas? —Es que nos han pedido que usemos otro sistema operativo para una cosa y no sé cómo instalar el entorno virtual donde lo usaré… —Es fácil. ¿Quieres que te lo instale? —Porfis.
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