Relato No. 2 - A EXPLORAR

818 Words
Ahorré durante tres largos meses, cada vuelto de sus mandados y cada moneda que encontraba en los bolsillos de mi madre cuando le lavaba la ropa, le rogaba a Dios por el pecado que cometía robando y todos los domingos en la iglesia mirando a Jesucristo llorar por el dolor que los clavos le causaban al ser crucificado, me veía a mi misma siendo azotada por los pecados que cometía, la lujuria era el principal, y además de los azotes la pedrada adelantaba mi muerte, entonces pestañeaba y caía en cuenta que sólo estaba fantaseando. Pero el momento había llegado, había ahorrado por fin lo suficiente como para salir de mi pueblo pobre y cuadrado en busca de… ¿De qué? Esa pregunta me hacía suspirar… Ni siquiera yo sé qué hacer.   La noche llegó, mamá me golpeó hoy con una tabla en las manos. Al parecer estaba tan distraída con mis pensamientos mientras lavaba los trastes que algunos de estos quedaron mal lavados. Estaba harta, por primera vez se me pasó por la mente alzarle la mano, no lo llegue a hacer, por supuesto. Era demasiado cobarde para ello. Temblorosa y asustada me aseguré que todos en la casa se hubiesen dormido. Besé las frentes de mis hermanos rendidos y antes de irme bajo al almohada de mi madre quien roncaba como oso le dejé una carta. La escribí con tiempo, planeé todo con sumo cuidado para poder hacerlo bien y atando mi cabello largo y molesto huí por la ventana, pasando por el patio y tomando, de un caucho viejo y arrimado la mochila que había guardado ahí hacía una semana. Cuando me fije en la cocina el reloj marcaba las doce y cuarenta de la noche, en mi pueblo esas horas ya eran muy tardías y las calles solas me dieron miedo, como casi todo en la vida. Sólo indigentes, unos pocos, me crucé en el camino. Agradecía a Dios que estuviesen en sus mundos, sumidos en sus vicios y asuntos y que ninguno me mirara, después de todo ahí todo el mundo se conocía y seguramente me arrastrarían por los cabellos hasta devolverme a casa de mis padres. La estación de buses no estaba muy lejos pero tampoco era un tramo cercano. Me aseguré de usar ropa abrigada y no me arrepiento de mi decisión puesto que el barro ensució mis pantorrillas y zapatos. Tuve que detenerme a limpiarlos porque de esa forma ningún conductor me dejaría subir. Respiraba cansada, calculaba unos cuarenta minutos caminando. A lo lejos, muy lejos para ser honesta, vi las luces amarillas que anunciaban la parada de autobuses, donde todo el mundo que viajara hacía una escala en la zona para asearse, cargar combustible o buscar pasajeros. Cuatro busetas estaban fuera, no se veían muy llenas, a excepción de una. -Disculpe- dije a un hombre en la puerta quien asintió mirándome con extrañeza. No debía de tener buen aspecto y en realidad esa era mi idea, en un pueblo, siendo una chica, había aprendido a disimular mi belleza para protegerme de cualquiera con intención de abusar de mi-¿ Este bus hasta dónde va? -Si tu subes, va al cielo- dijo el hombre rompiendo en risas y frunci el ceño alejándome de inmediato de ahí. Si era un chiste o no, para mi gusto fue inapropiado y no pensaba irme con ese hombre cerca.  Subí al segundo a mi izquierda, estaba lleno a la mitad y el chofer era un hombre canoso. -¿Hasta dónde se dirige, señor?- pregunté rezando porque no fuese tan grosero como aquel patán que fumaba un cigarrillo con una mueca burlona en los labios. -Hasta la capital- afirmó- Son veinticinco- Asentí y saqué de mi pequeño monedero de cuero y el chófer me miró con curiosidad. Todos los billetes eran de baja cantidad, estaban arrugados en cuadrados pequeños y la mitad la tenía en monedas- Deja así, hija- pidió él quitandome las monedas y dejándome los billetes en la mano. -¿Qué? No, tengo el dinero completo sólo dejeme organizarlo- pedí avergonzada, las personas que estaban cerca nos miraban con curiosidad aunque la mayoría estaba muy metida en sus asuntos como para prestarnos atención al chófer y a una completa extraña. -Vaya, hija, deje así. Suba tranquila- insistió y suspirando apreté los billetes en mi mano con impotencia. -Muchas gracias- dije sintiendo mis mejillas encendidas y me monté en el último asiento del autobús, junto a una ventana en donde me acurruque y las lágrimas abandonaron mis ojos. Por fin caía en cuenta. Había hecho lo que había querido, por primera vez en toda mi vida tomaba una decisión por mí misma. En veintitrés años, me sentía por primera vez en control de mis decisiones. Esperaba solamente no errar. Y si lo hacía… pensé mirando la luna desde la ventana, entonces tendría que ser capaz de enfrentar las consecuencias de mis acciones.
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