-Voy por unas cosas y me devuelvo rápido- dije despidiéndome de los niños. Anton se quejó lanzándose a la cama. Tenía diez años y era un grano en el trasero, mientras que Leo me sonrió con tranquilidad, tenía 12 y era un encanto- No tardo, en serio. Monta el arroz y ten cuidado con eso, que no se queme, sabes cómo se pone mamá- él asintió mientras me marchaba. Usaba un cómodo vestido de flores, mi mamá cosía y solía prepararme muchos así hace tiempo por lo que ahora mismo me quedaban mucho más ajustados que cuando tenía 16 años. Con la cartera sobre el hombro salí despidiéndome con la mano de las vecinas que se asomaban. En camino al centro, donde compraría unas verduras y leche más económica que en la ciudad, me encontré de paso a unas viejas amistades con las que llegué rápido al lugar y me despedí con la mano de todos. Era una cuestión de pueblo… Conocer a todos los que te rodeaban.
Veinte minutos más tarde, compré fresas, manzanas y bananas. Mientras veía una hermosa pulsera de fantasía en un puesto al que solía ir a comprarme cualquier cosilla de a peso para mí o los chicos, sentí una mano sobre el antebrazo. Me giré para mirar quién me tomaba con tanta fuerza y, para mí sorpresa, un viejo rostro conocido me impactó con sus labios contra los míos.
-¡Pero qué!¿Qué haces?¡Suéltame!- dije quejándome mientras, sin soltarme, me llevaba a la parte vacía del centro. Me dio miedo, lo recordaba bien, estudiamos juntos los últimos dos años, pero no era mi amigo, sino un chico con el que una vez bailé en una fiesta. Parecía enloquecido y aunque seguía siendo tan guapo como hace unos años, el miedo me ponía más que los nervios por verle-¡Déjame, Fabio, podrían vernos!- me quejé y él me ignoró, llevándome hacia una vieja construcción que parecía haber sido saqueada hace mucho. Me recostó la espalda contra una sucia pared y cerré mis ojos con miedo cuando se acercó a mi, pero no me golpeó, en cambio, acarició mi rostro con el suyo.
-Triada…- murmuró contra mi oído- sigues siendo tan hermosa como siempre.
-Fabio, por favor, déjame- supliqué mientras sentía mi corazón acelerado.
-No resisto verte siempre venir y no tocarte, tus piernas….- acarició mis muslos y temblé bajo sus caricias, mis muslos estaban separados para mantener el balance y su mano se hundió entre ambos- Eres tan hermosa, Triada- repitió hundiendo su cara en mi cuello y su mano sobre mi montículo de vellos crispados. Cubrí con mis manos sus hombros pero no supe para qué, no lo detenía, ¿Realmente quería hacerlo? sus labios se sentían muy bien contra mi piel. Las compras descansaban en el suelo y la fruta debía estar magullada.
-Debo volver, Fabio- murmuré mientras él besaba mi cuello, su mano se hundió en mi entrepierna, atravesando mi rayita que parecía deseosa de atención. Mis mejillas estaban encendidas pero más lo estaba mi cuerpo.
-Hueles muy bien…- halagó y su boca cubrió la mía. No supe responder, no era realmente una experta en eso, pero no hizo falta, él guió los movimientos y mientras su lengua dominaba mi boca, sus dedos dominaban mi…
No sabía lo que me hacía más me lo hacía muy bien. Su boca bajó por mi pecho y más que eso, bajó los tirantes de mi vestido, exponiendo mis pechos desnudos para él.
Fabio los besó ansioso y los apretó con ambas manos, desatendiendo mi entrepierna pero brindándome otro tipo de placer. Gemí cuando empezó a succionar mis pezones alternadamente, Fabio los mordió y más que dolerme, me gustó.
Me dio la vuelta y nada me importó pegar mis pechos desnudos contra la sucia pared, cuando la tela delgada de mi vestido se amontonó en el suelo sobre mis pies quise moverme pero Fabio me sostenía firmemente y me sorprendió, hundiendo su lengua en mi agujero trasero expuesto para él.
-Oh, Fabio, ¡MMMM!- gemí sintiendo vergüenza inmediatamente, ¿Cómo podía gustarme aquello? Era simplemente algo tan… Distinto.
Su mano empezó a tocar mi cosita de nuevo, masajeando y pellizcando, tocando aquí y allá, mostrandome la verdadera magia cuando mis piernas fallaron. Ahora su lengua entraba con facilidad en el agujero de mi trasero y sus dedos sonaban húmedos al impactar contra mi v****a. Puse mis ojos en blanco mientras temblaba gritando. No sabía qué pasaba conmigo pero mis pezones dolían debido a su firmeza y mi cuerpo tembló con violencia.
Fabio se alejó de mi y me recosté contra la pared, temerosa de soltarme porque podría caerme. Él no tenía sutileza y tomó mi cola de caballo para hacerme girar en su dirección. Se masturbó delante de mí, me sentía avergonzada por ver aquello pero no aparté los ojos ni por un instante. Lo vi correrse, vi cómo el éxtasis cruzaba su rostro, cómo se quebraba su cuerpo mientras la liberación lo recorría, cómo su boca se entreabría y su frente chorreaba sudor, cómo sus ojos se cerraban…
-Me matarán en la casa- dije con pánico recordando lo que debía estar haciendo. Acomodé mi ropa rápidamente y tomé la bolsa de comprar del suelo sin darle ni una mirada a Fabio, mi viejo compañero, y corrí como alma que lleva el diablo a terminar con lo necesario para comprar e ir a casa a preparar la comida antes de que mis padres llegaran de trabajar.
Era tarde.
Afuera de casa estaba la vieja Bronco de papá. Contuve la respiración mientras entraba, pero no me esperé el impacto contra mi rostro apenas crucé la puerta.
-¡¿Donde carajos estabas!? Dejaste a los niños solos, Triada, ¡La casa se puede quemar!- mi madre estaba roja de la ira y yo masajeé mi adolorida mejilla. Seguro me quedaría su anillo de matrimonio de nuevo marcado-¡Maldita irresponsable, sinvergüenza!¡Seguro estabas de vagabunda! Y tú padre y yo todavía manteniendote, vaga- bajé la cabeza mientras se descargaba contra mí, sus golpes y ofensas eran el pan de cada día, sobre todo contra mí, y nadie nunca decía nada.
Ni siquiera yo.
-Mamá, lo lamento, yo… Fui por las compras- Ella me jaló por la cola de caballo y no se sintió para nada como cuando Fabio lo hizo hacía un rato- ¡Me duele!- me quejé mientras me arrastraba dentro. Mis hermanos corrían a quitarme las bolsas de compras de las manos y mi padre esperaba en el marco de la puerta.
-De verdad te pasas, Triada- me reprochó mientras mi madre me lanzaba al suelo de madera de la sala.
-¡EN LUGAR DE ESTAR POR AHÍ, HACIENDO DIOS SABE QUÉ, DEBERÍAS ESTAR EN CASA, CUIDANDO DE TODO ESTO HASTA QUE LLEGUE UN IMBÉCIL QUE TE LLEVE Y NOS LIBERÉ DE TI!¡ME TIENES HARTA!- limpié mis mejillas, me dolían más sus palabras que los mismos golpes aún cuando gritaba de dolor por los últimos sin poder evitarlo.
Pasada una hora estuve acostada en la cama matrimonial que compartía con mis hermanos, ni siquiera podía arroparme las piernas para que los mosquitos no me lastimaran y eso era porque tenía heridas abiertas en ellas. Mamá me había golpeado con una varita de hierro que solía llevar para marcar a las vacas.
-No puede seguir haciéndote eso- me giré para ver el rostro preocupado de mi hermano- Podrías denunciarlos
-Ya duérmete- pedí escuchando a Anton roncar.
-Es la verdad, ¿Por qué no te vas?- Leo hablaba en serio y le presté atención- Ella te detesta y creo que es porque eres mujer.
Suspiré. Diez años de diferencia y ambos pensábamos exactamente lo mismo.
-Son mis padres, y no podría dejarlos solos a ustedes- le sonreí conforme pero negó con la cabeza. Era testarudo.
-Estaremos bien, Triada. Sólo vete, ¿Si? Preferiría que estés lejos y feliz a verte sufrir aquí en casa. Envejecerás triste y sola como la tía Loretta- suspiré recordando con cariño a la vieja tía que murió de cirrosis hacía un par de años- Hazme caso, hermana. Un cambio te haría bien.
-Tengo sueño, Leo- dije cambiando el tema y cerrando los ojos- Buenas noches.
Lo oí suspirar y me di la vuelta quejándome en silencio del dolor en mis piernas.
Mi hermano tenía razón. Lina tenía razón. Debía irme de ahí.
Miré a la enorme luna que iluminaba todo a través de la ventana.
Debía irme de ahí cuanto antes para conocer al menos un poco de paz.