Y la noche ya no se sintió mía. Cuando Agnes me encontró y me sorprendió diciendo que esos seiscientos eran mi parte, ya ellos tenían la suya. Fui a dormir, era suficiente para mí. A la mañana siguiente mi cabeza dolía y me di cuenta de que quizás se debía a la persona tan insistente que golpeaba a la puerta. Como pude me levanté, la frente me latía y con los ojos entrecerrados le abrí a… ¿Paula? -Buenos días, querida- dijo entrando con unos pulcros pantalones blancos. -Linda, es domingo- le recordé quejándome. Sin importarle mi aspecto o comentario se sentó en mi peinadora mirándome de forma condescendiente. -El trabajo llega cuando llega, cariño, ¿Qué te digo?- tragué grueso. El sueño se me pasó y cambio a la emoción. -¿Tengo.. Tengo un cliente hoy?- pregunté. -Antes de hablar de