Capítulo 3: El hombre que esperaba

853 Words
A pesar de que generalmente no le gustaba acudir en persona a su empresa, no había tenido más opción que acudir. Por ello, a diferencia de la mayoría de las mañanas, ese día Ethan caminaba rumbo a su oficina. Los empleados, en especial los más nuevos, lo miraban fijamente, dado la extrañeza de que el CEO estuviera en la empresa. En las caras de todos ellos se veía una mezcla entre admiración, los más aduladores, y molestia, en aquellos que sentían algún tipo de desagrado hacia él por sus dificultades para la socialización. La mayoría de sus empleados creían que él no podía darse cuenta de sus expresiones faciales por ser autista, pero en la realidad él había logrado aprender a interpretar bastante bien los gestos de las personas, gracias a sus muchos años de adaptación. Los murmullos eran comunes, personas que dudaban de su fortaleza y poder… pero él sabía quién era y todo lo que había sido capaz de lograr: cinturón n***o en karate, prestigioso CEO de la más importante empresa de videojuegos del país, multimillonario triunfador, escritor de algunos libros muy interesantes, políglota y, por si fuera poco, capaz de tocar cinco instrumentos a la perfección. ¿Por qué le importaría si los demás lo criticaban? Si él era mucho más que lo que cualquiera pudiera hablar de él. A lo largo de ese día, Ethan se mantuvo tranquilo en sus actividades. La verdad, había un motivo que lo había sacado de su casa y llevado a participar, a regañadientes, de las actividades cotidianas de su empresa, pero, por lo visto, esa reunión no sería tan temprano como esperaba. “Odio cuando las cosas salen de mi control” —pensó Ethan con algo de molestia, pero decidido a prepararse para ser eficiente, pese a la adversidad. Mientras administraba los documentos de la empresa, eficiente, veloz y sin lugar a las distracciones, pudo ver cómo algunos de sus empleados que pasaban frente a su oficina, abrían la puerta para saludarlo, y uno que otro lanzaba un halago vacío. Él simplemente los ignoraba, como si ni siquiera hubieran pasado por ahí, pues era más fácil aprovecharse de la situación, que responderle a alguno de lo aduladores que nada más querían ganar beneficios con él… beneficios que él no estaba dispuesto a dar. Sentado en su imponente oficina, la conversación que había tenido un par de noches atrás con su primo resonaba como disco rayado en su mente. La idea de conseguir una pareja para formar una familia, la idea parecía levemente tentadora en la teoría, pero ya en la practica la cosa era muy distinta. Además, él no tenía ningún interés en compartir espacio físico con alguna persona que pudiera obstaculizar su día a día e impedirle dedicarse a las cosas que le gustaban. “Eso por no mencionar la sola idea de tener contacto íntimo con alguien, tocar a alguien, besar a alguien.” —Se imaginó a Oriana, su secretaría, que seguramente estaría más que dispuesta a acostarse con él, y un escalofrío atravesó su espalda. —Creo que sería muy asquerosa esa idea —se dijo a sí mismo, olvidándose siquiera de abrazar a un ser humano de género femenino—. Igual hay otras opciones. Por un momento, sintió que no podría concentrarse en el código que estaba escribiendo y cerró la aplicación de programación que utilizaba para entrar en internet, en donde buscó: “Tener un hijo sin relacionarse físicamente con alguien”. Lo que le permitió llegar a páginas de gestación subrogada, dándole una idea de lo que podría hacer. —Supongo que esto podría funcionar… jeje… porque yo solo tendría hijos por medios “naturales” con mi preciosa Samus Aran —pensó imaginándose a su personaje femenino favorito de videojuegos, la más hermosa rubia que pudiera haber existido, la protagonista de Metroid, de quien tenía un póster gigante en su oficina. Imponente. Hermosa. La rubia perfecta… la mujer perfecta. Pero no era más que un personaje de videojuegos. —¿Cómo hago para amar a alguien tangible si eres tan hermosa? —preguntó Ethan, dirigiéndose al póster gigante sobre la pared. Él no se sentía capaz de amar a alguien real… y era mejor así. Tras esa búsqueda, decidió que, indudablemente, recurriría a la gestación subrogada, una solución que le permitiría asegurar un heredero sin las complicaciones o las ataduras emocionales y/o legales que conllevaría el tener una pareja, tomando esto como un negocio más, sin las incertidumbres de las relaciones humanas. Mientras reflexionaba sobre lo difícil que era lidiar con las relaciones humanas, su secretaria, Oriana Walker, lo interrumpió de forma estruendosa. —¡Señor Strauss! Ethan tomó rápidamente su teléfono en las manos para evitar el contacto visual o cualquier otro tipo de contacto con su secretaria. —Señor, hay un tal Anderson en la puerta, ¿lo dejo pasar? —preguntó Oriana, su tono de voz rebosante de cariño y respeto hacia Ethan, a pesar de la brusquedad de su entrada. Excelente… había llegado el hombre que esperaba y era el momento de poner las cartas sobre la mesa.
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