—¿Acaso te volviste loco? —preguntó Demian cuando pudo salir de su sorpresa, impregnando en sus palabras una notoria preocupación, aunque para Ethan fue simplemente una respuesta absurda, clásica de su primo—. Sabes que para eso necesitas una mujer, ¿no? —se interesó Demian.
—No del todo... —respondió Ethan, con una seguridad que sorprendió incluso a él mismo—. Tendré un hijo, Demian, tendré un heredero y podré compartir mis próximos años junto a alguien como deseo.
Ethan se levantó de su asiento y caminó hacia la ventana, sin dejar de sonreír, sorprendido por la idea tan descabellada y fuera de lo común que se le había ocurrido en ese momento.
—Definitivamente te has trastornado, primo —se burló Demian, pero ni siquiera con eso borró la sonrisa emocionada de Ethan.
—No sé cómo, pero conseguiré la forma perfecta de obtener a mi hijo, sin necesidad de recurrir a los medios tradicionales. No quiero una mujer en mi casa, quiero un niño corriendo y haciendo desastres, quiero tener alguien con quien jugar en todo momento… ¡sé que me divertiré muchísimo como padre! —habló, con una felicidad que parecía ajena al Ethan de siempre.
Demian sonrió con fastidio.
—Bueno, supongo que no podré convencerte de lo contrario, al fin y al cabo, los autistas pueden ser muy radicales en sus decisiones. Me tocará apoyarte en esta nueva aventura, pero que sepas que no cambiaré pañales —se burló Demian.
Ahora sólo necesitaba una pieza estratégica para iniciar su plan y lograr su tan anhelado hijo.
…
Al otro lado de la ciudad, en uno de los barrios más pobres, una joven se esforzaba por mantener el equilibrio mientras llevaba múltiples bandejas cargadas de pedidos a través del concurrido restaurante. Su rostro se mantenía concentrado en la tarea, con miedo de cometer un error.
“No puedo perder otro trabajo” —pensó preocupada, mientras iba en dirección a las mesas que le correspondía atender.
Trabajó torpemente, pero cumplió con la mayoría de las exigencias, aunque indudablemente hubo diversas fallas a lo largo de la noche que la harían recibir algunos descuentos por los platos y vasos rotos del día.
“Ni modo, no podía ser perfecto” —pensó más resignada la joven tras salir de una nueva reprimenda de su jefe, quien destacó lo torpe e incapaz que solía hacer y cómo hacía que perdieran el tiempo y el dinero.
Era un ser despreciable ese jefe, pero no tenía muchas opciones, ya que el dinero que su padre le daba no solía ser suficiente para costear sus estudios y más bien tenía que postergar con frecuencia los pagos a la casera de su departamento.
Además, había días que ni siquiera alcanzaba a comer bien, para poder pagar el alquiler en donde vivía, por lo que estaba también bastante delgada y con una gran debilidad por la falta de nutrientes.
Anhelaba cambiar su vida, por lo que era más que feliz cuando conseguía disociarse, alejarse mentalmente de cada una de las situaciones que la agobiaban. Siendo así capaz de imaginar lugares que sólo existían en su mente, llena de fantasía pese a las adversidades… era la mente de una escritora dispuesta a convertirse en lo que tanto anhelaba.
“Me encantaría escribir una historia sobre esto” —era uno de sus principales pensamientos, cuando veía cualquier cosa que le llamase la atención.
Era por ello por lo que, aunque su vida parecía estar envuelta en caos y desafíos constantes, la joven guardaba dentro de sí un destello de esperanza: un sueño que la impulsaba a seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros.
Porque sí… ella, Isabella Anderson, tenía el sueño de ser la mejor escritora de su generación.
Independientemente de la situación, de lo difíciles de las circunstancias, ese sueño era su faro en medio de la oscuridad. Y, aunque apenas le alcanzaba para sobrevivir en los diferentes trabajos que encontraba como “trabajos de medio tiempo” para ayudarse en la universidad, ella no quería darse por vencida.
El pitido del teléfono sacó a la joven de su ensimismamiento, trayéndola de vuelta a la realidad, y haciéndola alejarse de sus dulces fantasías. Con el corazón latiendo con anticipación, desbloqueó su teléfono y abrió el correo electrónico que acababa de recibir: era de la editorial a la que había mandado uno de sus manuscritos.
Su sonrisa se ensanchó.
“Por favor, que esta vez sí me hayan aceptado, por favor, por favor, por favor” —rogó en su mente, antes de leer el correo electrónico.
Sin embargo, sus esperanzas se desvanecieron rápidamente cuando leyó el contenido de la respuesta de la editorial:
"Muchas gracias por enviarnos su obra, señorita Anderson, nosotros la llamaremos en caso de que tengamos alguna vacante que pueda servir para la publicación de su historia. Esperamos su comprensión y le deseamos la mejor suerte en su camino."
Otra vez… otro fracaso.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y estuvo a punto de empezar a llorar, pero tuvo que contenerse, porque se encontraba aún en su jornada laboral.
“Ya habrá tiempo para llorar” —pensó Isabella y se dirigió a servir a otra mesa, pues su trabajo demandaba atención… y su despensa demandaba comida.
…
Isabella llegó a su casa unas horas después y se lanzó sobre la almohada a llorar nuevamente. Otra vez había sido rechazada, sin más explicaciones, sólo un mensaje deseándole suerte y ofreciéndole un “tal vez”, a futuro.
Lloró desconsoladamente, se sentía frustrada y desanimada, pero, en el fondo, ella sabía el valor que tenía su trabajo, el amor y el esfuerzo que había puesto en cada palabra escrita.
“Algún día lo lograré, sólo necesito algo de tiempo… y dinero” —pensó un poco frustrada.
Tendría que pasar más días en ese asqueroso restaurante, pero eso no tendría por qué dañar sus esperanzas.
O al menos eso era lo que Isabella esperaba…
…
Al día siguiente, sus mejores amigas, Sophie y Olivia, llegaron al restaurante justo a tiempo para recoger a Isabella al final de su turno.
Isabella en ese momento se encontraba terminando de lavar los vasos, pero sus ojos estaban rojos, una clara señal de que no había dejado de llorar.
—¿Qué sucedió? —preguntó Sophie, angustiada.
—Me rechazaron, nada nuevo —respondió con una sonrisa en el rostro Isabella, pero notó que no parecían del todo convencidas de que fuese algo sin importancia.
—A ver… muéstranos qué obra te rechazaron —pidió Olivia, con un tono un poco más agresivo que el de Sophie.
Isabella les indicó que la esperaran hasta el final del turno y, así, las jóvenes se sentaron en una de las sillas hasta que su amiga terminó toda su jornada. Finalmente, ella terminó su turno y se sentó con sus amigas en la mesa. Sacó el manuscrito con las mejillas sonrosadas y se lo entregó a Sophie, para luego enterrar su cabeza entre sus brazos, mientras volvía a llorar.
—¿Por qué debería seguir intentándolo? —quiso saber Isabella, quien después de tanto llorar parecía ya no tener la misma confianza que antes.
Las muchachas revisaron el manuscrito que les había dado Isabella, antes de hablar.
—No estoy diciendo esto solo porque somos amigas, Isabella, pero creo que tienes muy buenas historias —aseguró Sophie.
Isabella levantó la cabeza, con una cara más animada y miró fijamente a Sophie.
—¿De verdad lo crees?
Sophie asintió con firmeza.
Mientras tanto, Olivia soltó la parte del manuscrito que había estado leyendo. Su expresión era más seria y directa.
—Sophie tiene razón, Isabella. Tienes talento, pero también necesitas ser realista. La industria literaria es difícil y competitiva. No es suficiente solo tener potencial, es un sueño difícil de concretar, y no es que quiera romper tus ilusiones, pero ya deberías saberlo —expresó Olivia, siendo más agresiva que Sophie en sus palabras.
—Es difícil continuar cuando todo parece estar en mi contra —expresó sinceramente Isabella, volviendo a enterrar su cabeza entre sus brazos.
Sophie miró con enojo a Olivia por lo que había dicho, a lo que la joven se encogió de hombros.
—Isabella tiene que ser más realista, Sophie. Ella ya tiene 27 años y ni siquiera ha podido concluir la universidad por todos los problemas económicos, es más… ¡ni siquiera ha tenido novio! ¿Acaso cree que terminarán sus problemas de un día para otro? ¡Es imposible! Está bien que persiga su sueño, pero no puede estar dejando su futuro en manos de lograr un best seller —afirmó con fiereza Olivia.
Sophie e Isabella la miraron con pesimismo, y luego se miraron entre ellas.
—Yo creo que…
—No, Sophie, no pasa nada, Olivia tiene razón, la vedad. Yo… sólo soy una ilusa.
Isabella no dijo nada más, sinceramente lo que menos quería era que Sophie y Olivia discutieran por su culpa.
…
Al llegar a su casa, sintió el duro golpe de la realidad chocar contra ella, realmente no estaba segura de poder cumplir su sueño, y Olivia tenía razón, cada vez estaba más adulta y sólo seguía luchando por lo que parecía un futuro incierto.
Ni siquiera había concluido sus estudios, seguía siendo el mismo parásito que costeaba la universidad gracias a su padre y trabajaba medio tiempo para intentar ayudar un poco con todos los gastos que implicaba ser una escritora profesional.
Su meta de ser escritora la motivaba, ciertamente, pero no era nada fácil, era un mundo competitivo, ella cada día era mayor, no le permitía ni siquiera tener vida social, pues todo el tiempo estaba encerrada en casa… escribiendo.
“Pero es lo que amo” —se dijo a sí misma.
Suspiró con desánimo, mientras revisaba los recibos de las cuentas atrasadas, uno de ellos, el de luz, con una amenaza de corte que daba a entender que tenía que encontrar lo más pronto posible algo de dinero para solucionar.
“Creo que tendré que ir a casa de papá a pedirle más dinero otra vez” —pensó apenada, sintiendo que cada vez el mundo se le caía encima y ella sin saber cómo superarlo.
Alguien tocó la puerta en ese momento y la joven tuvo que levantarse con pesadez para abrir a quienquiera que fuese.
Al otro lado, se encontró con la mirada malhumorada de su casera, mirándola con desprecio y casi con asco.
—¡Ya me estás debiendo varios meses de renta muchacha, si no me pagas al menos dos meses, te echaré a patadas! —reclamó la casera con furia, su voz resonando en el pequeño apartamento y probablemente siendo escuchada por varios de los vecinos chismosos.
Isabella, sorprendida por el repentino estallido de ira de la anciana, intentó disculparse y explicar sus dificultades financieras, pero sus palabras cayeron en oídos sordos.
—¡No me interesa! ¡Tienes máximo dos semanas para pagar los dos meses que te he dicho! —chilló la anciana y se retiró golpeando fuertemente los pies contra el piso.
Isabella cerró la puerta del departamento y se derrumbó en el piso a llorar.
“¿Cuánto más tendré que soportar?” —pensó en ese momento, ya sin saber qué más hacer para solucionar su terrible situación.