Capítulo 20: Crueldad

1518 Words
La joven mujer de cabello n***o se dirigía nuevamente a la empresa, ya habían pasado varios días desde que había visto a Ethan la última vez y el joven CEO no había vuelto a aparecer por el lugar… como si no le importase lo suficiente supervisar las actividades de la empresa. “Es un sujeto muy extraño” —pensó Isabella. Tras llegar al enorme edificio, se despidió de Renato con un abrazo, y el amable señor devolvió el gesto de forma amigable, mientras Masson miraba la escena desde dentro del auto. Se despidió de él con la mano y entró en aquel lugar, para continuar con sus actividades. No tenía nada que hacer realmente ahí, más allá de repasar su guion, pero de momento a lo que se dedicaba era a conocer a sus compañeros guionistas nerds, quienes eran los únicos que no parecían querer asesinarla cuando entraba en la empresa. Aunque Madison, la recepcionista de la entrada, había dejado de mirarla con molestia, lo que al menos era un avance para Isabella. “Es solo cuestión de tiempo para que se me haga más fácil relacionarme con los demás” —pensó animada. Caminó con entusiasmo hacia su oficina, esperando la hora de la comida para hablar con sus nuevos amigos, con quienes pudo aprender bastante sobre lo que era escribir historias para videojuegos en esos días. Además, era el último de la semana laboral, así que al día siguiente podría ir con sus amigas para contarles todo lo que había pasado. Se sentía feliz porque todo le estaba saliendo bien en este momento. “También me he sentido bastante bien y todavía faltan casi dos semanas para mi próxima consulta de control prenatal… según la doctora en la próxima consulta deben hacerme un ultrasonido especial” —pensó también con ánimo y tranquilidad. —Espero que sigas creciendo muy bien, bebé —le habló a su abdomen, todavía plano, mientras subía en el ascensor, que, por suerte, estaba vacío en ese momento. Llegó al último piso y pudo ver cómo Oriana la miró con desprecio de forma típica, aunque empezaba a ignorar a esa mujer, no la conocía, pero sabía que no la soportaba. Se sentó en su oficina, recostándose en su silla ergonómica, para relajarse, antes de ponerse a trabajar. … Luego de la hora de la comida, volvió con una sonrisa de oreja a oreja, esperando a hacer la digestión para seguir puliendo el manuscrito original. Se sentía mucho más a gusto en ese lugar que el primer día… aunque quería saber qué más tendría que hacer. —Ey… ¡deja de holgazanear! —gritó Ethan mientras entraba a la oficina de ella y ella se incorporó rápidamente, sorprendida por cómo había llegado el hombre. Había estado acostada en uno de los mullidos sofás de la oficina, en el cual tomaba algunas veces la siesta antes de continuar en las tardes, ya que el embarazo la tenía bastante somnolienta, pero esperaba que él no se hubiera dado cuenta de ello. —Disculpe, señor Strauss, buen… —Fue interrumpida por él. —¡Todo este manuscrito está mal! ¡No es para nada la visión que tengo sobre el videojuego! —Dejó caer el manuscrito sobre el escritorio de ella con fuerza—. ¡Rehazlo como te lo puse ahí y trata de cumplir lo más específicamente posible con lo solicitado! —ordenó a gritos el CEO y parecía que sus ojos azules hervían de ira en ese momento. —Pero ¿cómo puede estar mal? —preguntó algo asustada Isabella. La actitud de Ethan no le gustaba y más bien la había empezado a hacer sentir incómoda y asustada, como si temiera que él pudiera tener un arrebato de agresividad en su contra. —Está mal, hay incoherencias, personajes que sobran y es muy plana, no me sirve, rehazla con las anotaciones que te di —le reclamó Ethan. —Si esta tan mal, ¿cómo fue que gane el concurso? —increpó Isabella, al borde de las lágrimas, pero intentando contenerse todo lo posible, para no demostrar esa debilidad. Pero Ethan ignoró sus palabras, salió de la oficina dando un portazo, y dejó a la joven allí con un nudo en su garganta y las lágrimas amenazando con salir. Ella no podía evitar sentirse impotente en ese momento y apretó fuertemente los dientes en busca de mantener la compostura, pero cuando escuchó que la puerta se abrió nuevamente, su vista se fijó en la persona que entró. —Miren nada más, la “favorita” del CEO. —Rio de forma estruendosa. —Déjame en paz, Oriana —comentó Isabella, mientras se volteaba para secar sus lágrimas y contenerlas lo suficiente para que esa mujer desagradable no la viera llorar. —No lo entiendes, ¿cierto? Es mejor que te largues de aquí, no perteneces a este lugar, no eres más que una vagabunda —habló despectivamente la secretaria. —Que me dejes en paz… por favor… —imploró Isabella, con lágrimas cayendo por sus mejillas, y luchando para que Oriana no la viera llorar. Sin embargo, Isabella sabía que sería muy difícil de conseguir, porque Oriana parecía totalmente dispuesta a herirla. —Que patética eres, hazte un favor a ti misma y no vengas el lunes, porque para acercarse a Ethan hay que aceptarlo tal y como es… y ser lo suficientemente fuerte para aguantarlo. —Isabella finalmente volteó a verla, dedicándole una mirada de ira, pero lo que pudo ver fue cómo Oriana la miraba de arriba hacia abajo con desagrado—. Es lo mejor… deja en paz a MI Ethan —amenazó la pelirroja y, acto seguido, salió de la oficina. Isabella tomó su teléfono, su mano temblaba, pero tenía que controlarse, controlar el llanto para poder hablar con la persona que necesitaba en ese momento. Marcó a Renato, y le pidió entre gimoteos que la buscara. El hombre mayor llegó a la oficina preocupado, pasando de Oriana cuando ella intentó llamarlo, y se sentó junto a Isabella que estaba llorando en el sofá desconsoladamente, para luego abrazarla de forma paternal. —Está bien, está bien. ¿Qué ocurrió? —indagó el hombre, mientras acariciaba el cabello color azabache de ella. Isabella intentó hablar, pero el llanto fue más fuerte y terminó llorando sobre el hombro de Renato. Una vez que se calmó, Renato la llevo juntó con Masson a su hogar. Esas horas entre el momento en que se reunió con su guardaespaldas y la llegada a su domicilio fueron tan fugaces que Isabella casi no se dio cuenta cuando Renato se retiró, objetando que tenía otras cosas que hacer y ordenándole a Masson que se quedara y consolara a Isabella. Y ella realmente no estaba del todo segura de cómo se sentía o de si valía la pena volver a la oficina, ya que ella no se sentía lo suficientemente capaz de aguantar más gritos como los que Ethan le había dado. Pero en ese momento, miró de soslayo a Masson, quien pareció meditar un momento sobre qué decir. —Señorita Anderson, pido disculpas por el atrevimiento que voy a tomarme —empezó a decir el chico alto de cabello castaño, mientras se sentaba junto a ella en el sofá de su departamento y haciendo un ademán como si quisiera tocarla, ademán que finamente retiró—. Entiendo si no quiere hablar, pero si necesita que la escuche, aquí estoy… —se ofreció en un tono cálido, que a Isabella le hizo recordar ligeramente a Renato. —Yo solo… —No pudo seguir hablando, dado que el llanto le ganó nuevamente. —No debería ponerse así, señorita Anderson. Puede contarme con confianza. —Siguió tratando de consolarla. Ella finalmente le contó lo que había sucedido y Masson parecía haberse molestado un poco con la historia, por lo que finalmente mencionó: —Ese sujeto es un tonto, señorita Anderson… y no m-merece sus lágrimas… u-usted es muy bonita y d-debería sonreír. Isabella le sonró. —Puedes llamarme Isabella, no te preocupes… —habló más tranquilamente ella. —Bueno… eh… Isabella —concedió él, con nerviosismo—. Lo que quiero decir es que… eh… bueno… eres una chica muy bonita como para sufrir por una persona como ese hombre… se ve que no quiere… eh… tratarte bien —terminó de hablar Masson. Isabella no prestó tanta atención a sus palabras, porque parecía estar luchando por saber cómo expresar su idea, pero agradeció no estar sola en ese momento, así que se quedaron juntos un rato, en tanto Isabella terminaba de desahogarse. Era bueno tener un amigo en ese momento, aunque fuese un guardaespaldas enviado por el hombre que la había contratado para tener a ese bebé. “El bebé…” —pensó Isabella, encontrando una razón para dejar de llorar. No podía hacerle daño a ese bebé, aunque fuese simplemente un negocio… ese pequeño merecía crecer sano. —Haré un poco de té —afirmó, levantándose del sofá y yendo hacia la cocina. Ese bebé era muy importante en ese momento… por el negocio, claro estaba.
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