En su oficina, Ethan observaba cómo Renato preparaba su té, mirándolo en silencio en cada momento, quizás esperando que el hablara, pero antes de que pudiera decir algo el mayor habló.
—Sabes lo que hiciste mal, ¿verdad? —Después de terminar de preparar el té, Renato se sirvió en una taza y se sentó frente a Ethan, con una mirada de reproche.
—Pero, Renato… ¡es culpa de ella, su guion era pésimo! —El rubio lo observaba con una mirada de enojo, notoriamente reacio a ceder a lo que dijera el hombre mayor.
Renato suspiró.
Ethan era un hombre difícil, ser autista le impedía entender más a las personas a su alrededor, especialmente entender a alguien como Isabella, que era bastante sensible y que parecía tener esa sensibilidad acentuada por el mismo embarazo.
—Por muy mal que estuviera, no había razón para tratarla así, y debería saberlo, patroncito —dijo Renato, luego de sorber un poco de té.
—Ahora no sé cómo justificar que ella esté en la empresa —expresó con molestia Ethan, intentando pensar en una excusa para darle después de haberla elegido pese a su mal guion.
Renato terminó de tomar su té, lavó su taza y se acercó a él, poniendo una mano en su hombro con la actitud más comprensiva que pudo.
—Patroncito, debe ser más comprensivo con ella, está pasando por muchos cambios. —Renato soltó a Ethan después de decir esas palabras y volvió a sentarse frente a él—. Estar embarazada no es fácil, las mujeres se ponen más sensibles, cosa que ya de por sí son, y la forma en que usted le habló a la joven Isabella solo la ha hecho sentirse peor, porque… creo que ella esperaba otra cosa.
—Pero ¿qué puedo hacer yo? —El rubio sonaba desinteresado y la verdad era que lo estaba. Realmente no le importaba mucho quedar bien con esa tonta sentimental—. No me importa si Isabella me odia, quiero estar cerca de mi hijo, nada más, ella para mí no es más que una incubadora, ya lo he dicho varias veces. —Ethan rodó los ojos.
—También es un ser humano… y… supongo que usted no querrá que se vaya de la empresa y lo aleje de su hijo. —Ethan lo meditó por un momento, eso era cierto.
—¿Y qué quieres que haga?
—Debería empezar por disculparse, mi patrón, usted es un buen chico, sé que algo se le ocurrirá. —El mayor hablo con su típica serenidad y realmente intentando apoyar a Ethan, pero la verdad era que al CEO no le interesaba demasiado comportarse bien con esa mujer tan exagerada—. También, debería pasar más tiempo con ella, es una jovencita muy agradable. —Le sonrió.
—¿Y por qué debo disculparme si yo no hice nada malo? —indagó Ethan, realmente molesto.
Renato simplemente lo miró fijamente unos segundos, luego le sonrió levantando el pulgar, antes de salir de dirigirse fuera del recinto, dejando al CEO muy confundido con toda esa conversación.
Ethan bufó molesto, sabiendo que, si Renato lo veía de esa forma, era que su comportamiento no estaba siendo adecuado… y a Ethan no le quedaba de otra que aceptar las cosas y pensar en una forma de llevarse mejor con Isabella… especialmente porque eso era lo socialmente esperado.
Bufó molesto.
“Las mujeres son demasiado problemáticas… excepto mi Samus Aran” —pensó alegremente Ethan y miró el póster gigante de Samus que tenía en la pared.
...
Isabella estaba pensativa en su hogar, se sentía muy mal todavía por lo que había pasado el día anterior, el simple hecho de volver a pensar en cómo ese hombre la había humillado por segunda vez la hizo apretar fuertemente los puños y querer llorar nuevamente, pero no podía darle el gusto a ese sujeto.
“Es sólo un niño rico mimado, que cree que tiene el derecho de tratar a todos como le viene en gana” —pensó indignada Isabella—. “Pero yo le tengo que demostrar que soy mejor que él, seré la mejor escritora de esa estúpida compañía” —se mentalizó para no continuar enojada ante las actitudes de Ethan.
Iba a tirarse en su cama, para descansar un poco, ya hasta había perdido un poco las ganas de salir con sus amigas. Pero necesitaba centrarse y lograr que su mente dejara de pensar en lo que había ocurrido con Ethan Strauss.
Sin embargo, en ese momento sintió un golpeteo en la puerta, y se levantó a regañadientes para preguntar de quien se trataba.
—H-Hola, señorita Isabella, ¿cómo está usted el día de hoy? —habló del otro lado de la puerta una voz conocida.
La de cabello azabache le abrió la puerta al reconocer la voz de Masson, su joven guardaespaldas.
Esperaba no tener que lidiar con alguna tontería que pidiera el padre del bebé.
—Hola, Masson, pasa —dijo algo desganada.
—Isabella, entiendo que siga mal por lo de ayer, pero quería preguntarle si... —empezó a hablar nervioso el joven alto de cabellera castaña.
—Sí, dime, Masson, ¿qué ocurre? —preguntó Isabella, intentando parecer más motivada por la presencia del chico.
—Quería invitarla a desayunar... y a pasear a un parque, si usted quiere, claro está —aclaró, con una postura un tanto encorvada, que reflejaba nerviosismo.
Isabella miró con ternura al muchacho, lo pensó por unos segundos y respondió:
—Está bien, hay una linda cafetería por aquí cerca, ¡vamos!
Quizás era eso lo que necesitaba para animarse, interactuar con otras personas.
Se fue a cambiar en su habitación, mientras Masson esperaba en la sala. Cuando volvió, pudo ver qué el castaño se sonrojó al verla y ella sonrió tranquilamente. Al menos eso aumentaba su seguridad, saber que alguien tan agradable se interesaba genuinamente en ella.
“No como ese CEO despiadado de la empresa de videojuegos” —pensó realmente indignada ante la situación.
Marcharon en el auto hacia la cafetería a la que ella solía ir con sus amigas, sin hablar casi en ningún momento en el camino, Isabella sintió curiosidad de saber hacia dónde se había ido Renato y lo preguntó, pero Masson tampoco sabía exactamente y sólo le había encargado cuidarla ese día también.
Ambos se sentaron en una mesa muy bonita y Masson no dejaba de mirarla, haciéndola sentir algo incómoda, especialmente porque ella no estaba acostumbrada a salir con hombres… y mucho menos a tener ese tipo de atenciones.
Isabella, al tomar la carta, se puso a sacar cuentas para ver si llegaba con el dinero que tenía en ese momento, dado que estaba muy ajustada en su presupuesto tras haber perdido su trabajo.
Masson pareció notar esto y tocó el menú que ella tenía en la mano para llamar su atención y después hablarle.
—S-señorita Isabella, yo invitó —dijo aquel joven, haciéndola poner una sonrisa genuina y realmente emocionada. Hacía mucho que nadie la invitaba a comer.
—Pero… no tienes que hacerlo, yo... —Fue interrumpida por Masson.
—E-en serio, Isabella, está bien —dijo con amabilidad él, antes de ordenar.
Isabella también ordenó un desayuno como los que acostumbraba a hacer en su hogar, rogando porque no fuese a terminar la comida en el excusado, después de todas las veces que había terminado vomitando cuando comía cosas deliciosas.
Y, así, Masson e Isabella pasaron la mañana hablando de sus gustos, y conociéndose, lo que fue muy agradable para ella, ya que él parecía ser un chico bastante agradable.
Luego de salir de la cafetería, fueron al parque a dar un paseo. Realmente era un día diferente para la joven mujer, quien hacía mucho tiempo que no se tomaba un día para estar feliz y tranquila. Pasearon por las diferentes secciones del parque, y llegaron finalmente a un lugar repleto de niños jugando.
—¿No son tiernos? —inquirió Masson.
—No lo sé... nunca me lo había planteado —confesó Isabella, mientras ambos observaban jugar a los chicos.
Y eso era cierto, jamás se había siquiera imaginado a sí misma jugando con niños o siquiera llevando un bebé en su interior. La vida tan difícil que había llevado con su padre y sin su madre, la había hecho pensar que quizás ella no estaría hecha para cumplir un rol materno algún día… pero, en ese momento, con un bebé creciendo en su interior, una parte de ella parecía empezar a ver la maternidad como algo un poco más tierno e interesante.
—¿Sabes? Siempre soñé con tener una bella mujer y un hijo, así como esos pequeños, que jugara en el parque y, mientras, pasear con mi mujer ideal —habló el más alto, confundiendo un poco a Isabella.
Ella le dedicó una sonrisa, y le palmeó la espalda antes de apartarse un poco y hablarle con dulzura:
—Masson, eres un chico muy agradable, sé que pronto conseguirás a alguien con quien te lleves bien.
Isabella volteó nuevamente para seguir observando a los niños, y de repente ya no podía apartar la mirada en los juegos y reírse con las ocurrencias de los pequeños.
Luego de eso, Masson pareció estar un poco cabizbajo, pero la llevó de regreso a su hogar, dado que en la tarde ella iba a salir a pasear con sus amigas.
Ella no entendió mucho lo que sucedió, pero tampoco le dio mucha importancia… al menos sabía que tenía un buen amigo a su lado para subirle el ánimo y no pensar en cómo actuaba Ethan Strauss con ella.