Olivia se dirigió hacia la empresa donde trabajaba Isabella con una fuerte determinación, estaba decidida a que ese día le reclamaría al jefe de su amiga, sin importar si a ella le parecía bien o no. Realmente, no estaba a gusto, para nada, con lo que le había contado Isabella y, aprovechando que Sophie no estaba presente, no pudo evitar sentir la necesidad de ir, lo cual hizo tras salir de sus clases en la universidad.
Al llegar, entró al edificio a paso firme, aprovechando un descuido de la recepcionista para ir hacia al ascensor.
“Ok, si Isabella me dijo la verdad, tengo que ir al último piso”—pensó Olivia con tranquilidad, mientras presionaba el botón correspondiente.
Mientras estaba en el ascensor, empezó a mover sus pies de forma ansiosa, sintiendo mucho coraje de lo que Ethan le había dicho a Isabella.
Sabía que Isabella era muy blanda, y eso se había hecho más evidente con su embarazo y las hormonas a flor de piel, pero realmente le parecía bastante ridículo que insistiera en defender a esa escoria de lo que ella quería decirle.
“Voy a poner en su lugar a ese grandísimo imbécil” —pensó con rabia.
Finalmente, el ascensor marcó el piso treinta y abrió sus puertas, dejándola ver un lugar bastante lujoso, en donde bien sabía que se debía encontrar la oficina de uno de esos ejecutivos millonarios presumidos. Al haber sido siempre de clase baja, la joven no tenía ningún tipo de afinidad por los millonarios.
“Seguramente ese Ethan es simplemente un niñato arrogante, hijo de mami y papi, que tuvo toda su vida fácil y cree que todas las personas deben aceptarle sus berrinches, pero a mí me va a tener que escuchar… es un tarado” —se quejó mentalmente, preparándose para lo que iba a decirle al sujeto en cuestión.
Pasó delante de la secretaria, la cual Isabella le había comentado que se llamaba Oriana. La pelirroja la miró con incredulidad mientras trabaja con velocidad, tratando de atender todas las llamadas y solicitudes, incluso respondiendo en varios idiomas, que reconoció como español, francés, italiano e inglés.
Apresuró el paso hacia la oficina de Isabella y la joven secretaria intentó pararla, pero Olivia simplemente le sacó el dedo medio y la miró con odio por la forma en la que se comportaba con su amiga. Ese simple gesto hizo que Oriana retrocediera un poco y, al verla ir directo a la oficina de Isabella, volviera a lo que estaba haciendo.
Sin importarle nada, entró en lo que podría denominarse como “la oficina menos lujosa del piso” y tocó la puerta de la oficina, esperando encontrar a su amiga.
—Hola, hola —saludó Olivia pasando como si nada.
—Olivia, ¿qué haces aquí? —preguntó nerviosa Isabella.
—Vine a verte, ¿necesito una razón para ver a mi amiga? —preguntó retóricamente, fingiendo una sonrisa tierna, que desentonaba con su comportamiento habitual.
—Viniste a ver si Ethan viene, ¿cierto? —preguntó la menor conociendo a su amiga.
—No… para nada… —Olivia se puso a silbar tranquilamente, mientras recorría la oficina de su amiga, y al ver un lindo sofá cerca de su escritorio, tomó asiento para mirarla trabajar.
—Ok, quédate, pero lamento informarte que Ethan no viene siempre hasta aquí —le dijo divertida la de cabello oscuro, volviendo a su silla para continuar con su trabajo.
Olivia bufó molesta y observó desde lejos cómo Isabella se concentraba en terminar de escribir un guion en la computadora. Junto a ella había un fajo de hojas hechas a mano, de bastantes páginas, al parecer.
—¿Qué es eso? —La más baja señaló el manuscrito.
—Lo que el señor Strauss me pidió arreglar —comentó desinteresada Isabella y continuó con la vista fija en el monitor.
Olivia miró a su amiga fijamente, sabiendo que eso significaba que había pasado todo el fin de semana trabajando para lograr terminar todo lo que Ethan había solicitado y no pudo evitar sentirse más indignada por cómo se había comportado ese hombre tan abusivo.
“Él cree que por ser su jefe tiene derecho a tratarla mal… es de lo peor” —pensó realmente indignada Olivia.
—¿Ya lo terminaste? —quiso saber la más bajita, incrédula, al tiempo que tomaba el manuscrito en sus manos, observando la cantidad de páginas que eran—. ¿Y acaso dormiste nada? Esta cosa debe tener más 200 páginas —indicó Olivia, sintiendo entre intriga, sorpresa y más indignación.
—Lo sé, Olivia, lo sé —habló de forma pacífica Isabella—. Ey… espérame un momento, debo ir al baño. —Isabella se levantó de su silla rápidamente y salió de su oficina, dejando sola a Olivia.
…
Demian se bajó de su auto de manera apresurada, tras dejarlo en el estacionamiento subterráneo de la empresa. Mientras caminaba, pensaba en su día a día, sus pendientes y, por supuesto, en terminar el recado que le había dejado su primo Ethan lo más pronto posible, ya que ese día tenía que trabajar en muchas cosas en el laboratorio.
Entró a la gran empresa de Ethan, sorprendido de ver que cada vez parecía tener más gente trabajando con él.
“Es un chico grande ya” —pensó Demian con orgullo y no pudo evitar recordar los buenos momentos de su infancia y cómo Ethan había crecido a su lado para irse convirtiendo en el gran hombre que era.
Tomó un elevador privado que Ethan usaba para no tener que esperar, al cual sólo podían acceder ejecutivos y accionistas, grupo en el que encajaban todos los Strauss, y llegó al último piso de forma rápida, sin saber muy bien cómo debía hablarle a Isabella, pero esperando que no tuviera que intentar decirle alguna “palabra de aliento”.
Mientras subía, su mente divagaba nuevamente, y había empezado a pensar en aquella mujer que había conocido en la última convención a la que había ido con su primo, era bastante atractiva… y peleonera. Había pensado seriamente en investigar su información personal, pero no había tenido tiempo por todas las dificultades que estaba teniendo con su propia empresa.
“Es una belleza, debí haberle pedido su número” —pensó Demian y se maldijo así mismo mientras las puertas del ascensor se abrían.
—Buenos días, señor Demian. —Oriana lo saludo de forma cordial, levantándose de su asiento al ver al CEO farmacéutico—. ¿A qué se debe su visita? —inquirió la pelirroja, sonriéndole y acercándose a él.
—Buenos días, señora Walker —bromeó el de cabello oscuro—. ¿Dónde se encuentra Isabella? —quiso saber él, sin rodeos.
Realmente no tenía mucho tiempo y por eso era más importante reunirse con Isabella, tomar el manuscrito y volver a su auto antes de que alguien explotara su laboratorio.
“Ese día estuvo complicado” —pensó recordando la explosión reciente.
—Soy “señorita”, para su aclaración, e Isabella está en el fondo del pasillo —respondió Oriana de forma arisca, notablemente enojada por haberla llamado “señora”, pero Demian realmente lo había disfrutado.
—Gracias, bonita —se despidió el joven, para intentar calmar el enojo de la pelirroja, para luego alejarse en la dirección indicada.
Al ser tan alto, en pocos pasos pudo llegar a la oficina, en la espera de no tardar más de lo necesario, dado que quería llegar temprano a su propia empresa.
Suspiró una última vez, preparándose para enfrentarse a lo que podría ser una situación muy tensa, según lo que había entendido en la última conversación que había tenido con su primo.
Al abrir la puerta, pudo divisar una cara cocinada, la misma chica bajita con la que había peleado en la convención.
“Ella no es Isabella, pero… ¿qué hace aquí? ¿Es amiga de Isabella? ¡Qué agradable coincidencia!”—pensó Demian y notó que la mujer lo miraba con molestia.
Por un lado, pensó que ese debía ser su día de suerte, pero, por otro, algo le decía que esa chica estaba que estallaba del enojo, aunque Demian no terminaba de entender por qué sentía como si estuviera a punto de ser atacado por un animal salvaje.
—¿H-hola? ¿Sabes dónde está Isabella? —indagó Demian, intentando no parecer demasiado emocionado de encontrarse con ella.
—¿Así que tú eres Ethan? —la pequeña muchacha sonaba molesta y sorprendida, pero era tan bajita que era imposible considerarla realmente una amenaza.
De igual modo, Demian la miró desde arriba, viendo cómo empezaba a cambiar su actitud a una más agresiva.
—¡Bastardo! ¿Cómo te atreves a hacer llorar a un rayito de luz como lo es Isabella? ¡Poco hombre! ¡Degenerado! ¡Eres lo peor que puede existir en este mundo! ¡Espero que vayas y te disculpes cuanto antes! ¡Y no le digas que te dije nada! —le gritó furiosa la muchacha y Demian no podía siquiera responder, no sabía qué decirle exactamente, y había olvidado averiguar su nombre.
—Eh… ¿yo? ¿Qu…? —Demian no pudo seguir por que siguió siendo increpado por ella y no sabía cómo explicarle que él no era Ethan.
—Supuse que eras un ser miserable ese día, pero jamás pensé que tanto, niño rico, inútil y patético, que necesita hacer sentir mal a las mujeres para sentirse bien. —La mujer estalló en cólera y empezó a golpearlo en el abdomen con su dedo índice, de una forma muy inquisidora.
Demian se quedó unos segundos procesando lo que le había dicho la chica, mientras ella lo miraba de forma agresiva, con un fajo de hojas que Demian supuso que era el manuscrito de Isabella, el cual sostenía fuertemente entre sus manos.
—Oye… ¿me das tu número? —habló él, como si nada, luego de los insultos que ella le propició.
No le importaba mucho que le reclamara, igualmente no era con él con quien estaba molesta, pero sería importante saber sus datos si quería invitarla a salir luego… realmente era la chica más hermosa que había conocido y ese carácter definitivamente la hacía parecerle mucho más interesante.
La más baja se sonrojó, y simplemente le arrojó el manuscrito en la cara, dejándolo sorprendido, pero no lo suficiente para rendirse, tenía que conseguir algo de ella, porque si no, no tendría sentido.
—Lárgate, baboso, ¿cómo dices esas cosas? —Lo empujó fuera de la oficina—. ¡Ya tienes el manuscrito! ¡Vete! —se continuó quejando la muchacha.
—Al menos dime tu nombre… —empezó él, pero sólo obtuvo de parte de la joven un portazo en la cara que lo hizo sonreír vagamente.
—La traigo muerta —se dijo a sí mismo antes de volverse hacia el ascensor.
Salió del lugar con una sonrisa de oreja a oreja y un ligero dolor en la cara por el golpe con el manuscrito, pero al menos ya sabía que la chica que tanto le interesaba era una de las amigas de Isabella.
“A ver si mi primito me ayuda con esto” —pensó maquiavélicamente, y presionó el botón del ascensor, para salir de la empresa de Ethan cuanto antes.
Aún tenía muchas cosas por hacer…