Los primeros rayos del sol se filtraban por la persiana, anunciando un nuevo día. Con un suspiro, él abrió los ojos, sintiéndose aún atrapado en el sueño, pero recordando que tenía que ponerse a trabajar.
Una de sus estereotipias autistas lo llevó a dirigir su mirada hacia el reloj antes de que el sonido de la alarma lo despertara por completo. Como siempre, estaba unos minutos adelantado a su propio despertar programado… ventajas de su condición.
Salió de la cama con tranquilidad, desperezándose mientras repasaba mentalmente su rutina, otra de las facetas de autista que lo caracterizaban. Ordenó la cama y, con paso firme y determinado, se dirigió al baño, mientras en su mente rondaban cada una de las actividades que le correspondería realizar tras terminar su rutina inicial.
Después de tomar el desayuno estratégicamente preparado por el chef de la mansión de acuerdo con las exigencias del nutricionista personalizado que lo evaluaba cada mes, se dirigió a su oficina para empezar su jornada laboral, la cual, en ese caso, se trataba de una jornada online.
Tenía tanto dinero que podía darse el lujo de faltar cuando quisiera a su oficina, evitando el contacto social tanto como le resultara posible, y refugiándose en las comodidades de su hogar… en la seguridad que encontraba dentro de las paredes familiares, que minimizaban esas características estereotipias.
Su nombre era Ethan Strauss, y era el poderosísimo CEO de la más prestigiosa empresa de videojuegos del país, siendo reconocido no sólo a nivel nacional, sino también internacional. Llamaba la atención de todo el mundo, tenía un montón de trabajadores a su cargo y controlaba su imperio siendo considerado una especie de “déspota sin sentimientos”, pero… ¿qué podían saber las personas de si él tenía o no sentimientos?
“Es mejor evitar el contacto social” —se repetía siempre, aceptando que eso era lo mejor para él.
Su teléfono indicó la llegada de un mensaje y volteó a verlo con tranquilidad, casi sin mostrar ningún tipo de emoción. El nombre de “Oriana” iluminó la pantalla. Era su asistente con sus típicas preguntas respecto a si iba o no a la empresa. Respondió rápidamente que no y que enviaría un itinerario por correo, finalizando de esa forma cualquier tipo de contacto con ella.
Repasó los pendientes del día, respondió los correos electrónicos pertinentes y se sumergió en el mar de tareas que le aguardaban: preparar las líneas de código para sentar las bases para el nuevo videojuego que lanzaría su compañía y el cual tenía que presentar a su junta directiva apenas tuviera el primer boceto del guion… eso sólo si no seguía dándole problemas su videojuego más famoso.
“Parece ser que los fans de la princesa de cabello oscuro son unos problemáticos… ¿cómo se llamaba?” —se preguntó a sí mismo, recordando que unos días atrás había tenido un reclamo en una convención a la que había ido… había sido terrible ese día.
—¡Argh! ¡Odio ensuciarme! —chilló obstinado, al recordar a la mesera que le había derramado la malteada encima… lo mejor sería olvidar ese nefasto incidente.
La alarma de un reloj sobre su escritorio sonó y Ethan se dio cuenta de que el día había llegado a su fin. Con un suspiro de resignación, cerró su laptop y se recostó en su silla, satisfecho con lo que había logrado, pero consciente de que era hora de dejar descansar su mente, al menos hasta el día siguiente.
Pensando un poco en detalle, se sintió abrumado por la sensación de estar atrapado en una rutina interminable, como si estuviera girando en un ciclo sin fin, pese a que eso era su “zona de confort” dada su condición de autista. Pero era innegable que algo faltaba en su vida, llena sólo de momentos de “trabajo” que se alternaban con esos clásicos momentos de “soledad”, y lo dejaban con la sensación de que estaba perdiendo el tiempo.
Con pasos pesados, se levantó de su escritorio y deambuló por la lujosa mansión, dejando que su mente divagara. A pesar de la opulencia que lo rodeaba, la casa parecía vacía y fría, un reflejo de la desconexión que sentía con el mundo exterior.
Ethan se detuvo frente a una ventana y miró su reloj, que anunciaba que aún era temprano.
A pesar de la aparente plenitud que su éxito profesional y su pasión por los videojuegos podían ofrecerle, había algo que realmente le faltaba.
El sonido del timbre resonó en la mansión, interrumpiendo el silencio que envolvía a Ethan.
Buscando una excusa para dejar de pensar en esas cosas, bajó las escaleras mientras escuchaba a su mayordomo abrir la puerta a la única persona con quien se llevaba bien y de quien realmente disfrutaba su compañía. Su primo y mejor amigo, Demian Strauss.
—¡Hola, Ethan! —saludó su primo con entusiasmo.
Demian se aflojó la corbata con gesto despreocupado, mientras le sonreía con diversión a Ethan.
—¿Te apetece echar unas partidas? Estoy listo para derrotarte esta vez —propuso Demian, con la emoción brillando en sus ojos.
—¡Claro! ¡Vayamos a mi sala de juegos! —respondió Ethan, con una chispa de entusiasmo en su voz.
En un sector lleno de lujos y bastante iluminado de la mansión, una sala de juegos podría considerarse un santuario moderno para los aficionados a los videojuegos. En el caso de Ethan, no era para menos, su sala de juegos era una de las más grandes que pudieran encontrarse… incluso, se podría decir que era una de las habitaciones más imponentes de su enorme mansión.
Un televisor gigante de última generación dominaba la habitación, rodeado por un sofá de cuero blanco y estantes de vidrio exhibiendo una impresionante colección de consolas, incluso aquellas de edición limitada y, además, lleno de equipos de alta tecnología.
En el piso, una alfombra de felpa en tonos oscuros y en una esquina un minibar bien surtido, en donde podían darse el lujo de tomar cualquier tipo de bebida no alcohólica y saborear snacks variados. Además, eran notorias las luces Led inteligentes que creaban un ambiente personalizado para sumergir a los jugadores en un mundo que mezclaba el lujo con el entretenimiento digital.
—¡No es justo! —exclamó Ethan, frunciendo el ceño mientras observaba la pantalla con frustración, su última derrota parpadeando en letras luminosas—. Yo ya no tengo el tiempo que solía tener para esto. Me he oxidado, por lo visto, y tú tienes más tiempo libre para practicar.
—Claro que no, primito, te recuerdo que yo también soy el CEO de una compañía —se burló Demian—. Sólo admite que soy mejor que tú —señaló despreocupadamente el joven de cabello castaño y ojos azul celeste, exactamente idénticos a los de Ethan, un distintivo rasgo familiar.
A pesar de ser el genio detrás de una exitosa empresa de videojuegos multimillonaria, muchas veces también tenía dificultades en los juegos, pero lo más importante era que destacaba por no llevarse del todo bien con las derrotas… como la que acababa de recibir por parte de su primo.
Ser autista lo ayudaba también en muchos aspectos de su vida, especialmente al ser capaz de conectarse y concentrarse más cuando jugaba videojuegos. Pero, por supuesto, al haber pasado algún tiempo sin practicar, era de esperarse que una derrota no le cayera del todo bien al CEO de cabello rubio.
—Admítelo, admítelo de una vez, soy simplemente mejor que tú —agregó su primo, con una sonrisa de triunfo juguetona, mientras insistía en ser bastante molesto.
Ethan optó por ignorar la provocación, su mente divagando lejos de la competencia en pantalla.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Demian, confundido por el repentino silencio y la expresión distante en el rostro de Ethan.
Hubo un breve momento de silencio mientras Ethan se recostaba en el enorme sofá de la sala de juegos, con la mirada perdida en el techo.
—¿Sabes? Me he sentido muy solo últimamente —confesó Ethan con un suspiro cargado de frustración, dejando que sus pensamientos salieran a la superficie mientras pasaba una mano por su cabello rubio y lacio, haciendo que quedara totalmente alborotado.
Mantuvo su cabeza fija en un punto en el techo, mientras sentía que no tenía mucho más que decir a Demian.
—Ah... entonces, consíguete una novia —sugirió Demian, tomando el joystick y preparándose para iniciar una nueva partida, al tiempo que trataba de desviar la conversación hacia un terreno más ligero.
Pero Ethan apenas y lo veía de reojo, sin muchas ganas de continuar la partida tan rápido. Efectivamente, su mente estaba concentrada en ese sentimiento de vacío que tenía un tiempo experimentando.
—Sabes que eso no es para mí —enfatizó Ethan, con una expresión que revelaba su desacuerdo con la recomendación de su primo y una mueca de asco ante la mera insinuación de estar con un ser humano… alguien que no fuese como su preciosa Samus Aran, de Metroid.
Además, Ethan nunca había sentido interés por las relaciones románticas. Para él, el mundo de las citas y el romance era un territorio desconocido y poco atractivo.
No le interesaba tener la compañía de una mujer, especialmente cuando todas las que se le acercaban parecían estar interesadas únicamente en su éxito y su fortuna.
Demian frunció el ceño ligeramente, preocupado por el bienestar emocional y la necesidad de socialización de su primo.
—Lo que realmente me gustaría... es un hijo —confesó Ethan.
—¿Pero qué rayos…?