Prólogo: Encuentros desafortunados

1231 Words
Otro día más de trabajo para la chica de cabello n***o y ojos marrones que se mantenía esforzándose en cada momento para dar lo mejor de sí y para cumplir con todas las exigencias que le pedían en ese lugar… era desagradable, pero era trabajo digno. No era la más agraciada o la más bonita de las meseras, pero ciertamente tenía su encanto, quizás por las lindas caderas o sus prominentes glúteos, que destacaban en el uniforme del restaurante donde trabajaba. No tenía tanto busto, pero “su retaguardia” solía compensar esa carencia, como habían llegado a decir algunos clientes. Y sí… era otro día en el que ella tendía que aguantar un asqueroso turno nocturno en el restaurante en el que trabajaba y en donde sabía que la explotaban laboralmente, pero no tenía otra opción porque era el único lugar que le permitía continuar estudiando y escribiendo sus historias. Porque sí… el sueño de Isabella Anderson era ser una escritora y sabía que necesitaba tiempo e inspiración para alcanzarlo, tiempo que, en otro tipo de trabajos, seguramente no tendría. … Aburrido… era demasiado aburrido e insoportable estar en medio del tránsito justo ese día, justo ese terrible día. Odiaba el tránsito, odiaba llegar tarde a los lugares, odiaba que las cosas no funcionaran como él las había planificado… y especialmente odiaba cuando le hacían preguntas estúpidas durante las conferencias y convenciones. Y, especialmente… odiaba esa incómoda corbata que tenía que utilizar cada vez que participaba en alguna actividad … como ese día, que había estado presentando su nuevo juego en una importante convención en el centro de la ciudad. “Los jugadores de la versión de prueba son demasiado críticos… pero ya veremos cómo avanzan las cosas” —pensó con molestia, pues consideraba que su juego era genial, tan genial como Samira, la princesa que había diseñado inspirada en Samus Aran. Se quitó la corbata, intentando calmar su ansiedad por encontrarse atrapado en ese embotellamiento, mientras anhelaba estar en su cama y descansar después de tanta exposición social innecesaria. —Patroncito, aparentemente esta calle está colapsada, apenas salgamos de este tránsito, tomaré una nueva vía —expresó su chofer de confianza, Renato Da Silva, sacándolo de su ensimismamiento, el hombre, un señor algo mayor, de cabello n***o y con canas contorneando su cabello, era uno de sus guardaespaldas más fieles y de las pocas personas en las que podía confiar. Bufó con indignación, sintiendo la rabia invadirlo y sabiéndose a punto de hacer un enorme berrinche… era una de esas rabietas que serían características en una persona como él. —Creo que bajaré del automóvil y tomaré algo mientras el tránsito avanza. Seguiré la localización del automóvil en tiempo real —dijo el joven, ya cansado de esperar y pensando en buscar alguna forma de relajarse. Una malteada sería una buena opción, y la noche estaba lo bastante fresca para relajarse. Vio un pequeño restaurante que en ese momento no parecía estar tan concurrido y decidió acercarse a tomar algo. Al fin y al cabo… Ethan Strauss sabía que, pese a ser autista y querer siempre tener el control, él no podía modificar algunas cosas a su alrededor. … Por suerte, esa noche el restaurante estaba lo bastante vacío para que Isabella no tuviera tantos problemas como de costumbre, por lo que pudo trabajar más a gusto, a sabiendas de que no tendría que lidiar con imbéciles y podría cubrir fácilmente las mesas. Tomó la bandeja que debía entregarle al cliente del final del pasillo, un hombre que se veía bastante joven y guapo, de cabello rubio y ojos celestes que destacaban muchísimo y que la tenían intrigada desde que lo vio llegar. El cliente había solicitado directamente en la barra una malteada de chocolate y un sándwich. Pan comido, ese día no había habido ningún accidente y, si tenía suerte, quizás podría conseguir algunas propinas con él, que se veía bastante agradable a simple vista. Puso su mejor sonrisa para ir a atenderlo y caminó con decisión, con la bandeja en su mano derecha. Pero, en ese momento, un niño travieso salió corriendo de la mesa donde se encontraba con sus padres y se interpuso en su camino, haciéndola dar un giro repentino para evitar lastimarlo. El desafortunado gesto del niño desencadenó un desastre inevitable. La bandeja se tambaleó en su mano y ella hizo un intento desesperado por sostenerla, pero todo el contenido se fue hacia el frente, cayéndole justo encima de la notoriamente costosa ropa al joven hombre que esperaba su comida. El niño estalló en risas, mientras su madre corría desesperada para llevarlo de vuelta a la mesa. Mientras tanto, la joven se encontraba en medio del caos, mirando con horror a su cliente y en su rostro expresando una mezcla de sorpresa, frustración e incomodidad. —Lo siento, lo siento, lo siento —quiso disculparse Isabella con el cliente, quien la miró con desprecio. —¡Has arruinado completamente mi día! ¡Genial! ¡Justo lo que necesitaba para que mi día fuese mucho más incómodo! ¡No solo he tenido que salirme de mi rutina tradicional para cumplir con una presentación, sino que también tengo que aguantar gente incapaz y poco responsable con su trabajo! —se quejó el rubio, ya empezando a buscar servilletas para limpiarse. Isabella intentó desesperadamente ayudarlo, ganándose un manotazo de su parte, en un intento de apartar la mano de ella de sí mismo. —No me toques, extraña. —Lo siento, por favor, permítame ayudarlo —insistió Isabella. —¿Sabes qué? ¡Me voy! ¡Y espero que tu día sea tan horrible como el mío! —chilló el sujeto, antes de levantarse enojado de la mesa y salir del lugar, dando un portazo. Desde la cocina, su jefe observaba la escena con desprecio, su mirada llena de reproche por la pérdida de ingresos. Era un hombre corpulento, vestido con una camiseta sin mangas blanca manchada de grasa, cuya presencia imponente y mirada severa inspiraba temor en los empleados del restaurante. Después de ese suceso, Isabella recibió una horrible reprimenda… y definitivamente su día terminó siendo el más horrible de ese mes. … Ethan volvió al auto malhumorado, aunque gracias a su súper eficiente aparato de GPS lo encontró rápidamente y subió en él, en donde lo esperaba Renato con una sonrisa tranquila. —Patroncito, ya estamos listos para volver, ¿todo bien? ¿Sucedió algún imprevisto? —quiso saber Renato, al verlo con la ropa manchada de malteada de chocolate. —Una tonta mesera en el restaurante dejó caer la bandeja sobre mí —se quejó Ethan, mientras se sacaba el saco del traje y los pantalones, además de sacarse la camisa, quedando sólo con una camiseta sin mangas de color blanco y un short con diseños de Mario Bros. —¡Cuánto lo siento! Pero por suerte encontré la ruta perfecta para llegar rápido a casa —comentó más alegremente Renato, haciendo que también Ethan mostrara una sonrisa emocionada. —Perfecto, vámonos de una vez —ordenó Ethan, mientras su chofer ponía en marcha el vehículo. —¿Sabe algo, jefe? A veces pequeños accidentes nos pueden traer cosas maravillosas —sugirió con mucha tranquilidad Renato, pero Ethan en ese momento simplemente se acostó en el enorme asiento del vehículo y sacó su teléfono para jugar. El día mejoraría apenas llegara a casa…
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