Capítulo 5: Problemas económicos familiares

1998 Words
Isabella estaba recostada en su cama, a la espera que el sol saliera mientras pensaba en qué hacer para resolver su situación financiera. La verdad era que a veces no entendía cómo había llegado al punto en el que se sentía tan inútil y frustrada, pero al mismo tiempo no quería rendirse, incluso a pesar de que Olivia dijera lo que dijera. Tenía que cumplir sus metas y no quería fallarse a sí misma rindiéndose tan fácilmente. Se levantó de su cama cuando los primeros rayos de luz le acariciaron la cara, y fue primero a lavarse la cara, y luego decidió buscar algo, tanto en su alacena como en su refrigerador, cualquier cosa para desayunar, pero de antemano sabía que no habría nada, porque no tenía absolutamente nada de dinero. Suspiró con pesadez al aceptar su cruel realidad y las dificultades económicas que se le presentaban. Ese día debía de reunirse con su padre, para pedirle más dinero, esperando que el hombre tuviera la consideración de ayudarla a resolver al menos una parte de los problemas económicos que en ese momento la aquejaban, mientras recibía el p**o que esperaba de su trabajo en el restaurante. “No me queda de otra que pedirle a mi padre, espero que él tenga algo de dinero en este momento” —pensó con tristeza, mientras caminaba hacia el cuarto para cambiarse. Pedirles consejos a sus amigas era infructuoso, pues las propuestas que ellas tenían eran bastante desagradables para ella. Cosas como que se consiguiera un novio con dinero, y, aunque no se consideraba lesbiana, todo lo relacionado al ámbito de salir con hombres le generaba una especie de asco y repulsión. Especialmente tras conocer esa clase de hombres que, nada más conocerla, terminaban tratando de llevársela a la cama. Y no, Isabella no era una chica fácil. Así como en las historias que ella escribía, su sueño de conocer un hombre que se ajustara a sus estándares no se había desvanecido hasta el momento, más bien sentía que, si no conseguía la clase de hombre que anhelaba su corazón, prefería quedarse soltera por el resto de su vida. —Morirás virgen —apuntaban sus amigas cada vez que ella afirmaba su anhelo de conseguir un hombre como sacado de un libro. “¿Qué saben ellas?” —pensó indignada antes de prepararse para ir a buscar a su progenitor. … Allí estaba, delante de la puerta de su padre una vez más, dispuesta a humillarse para conseguir algo de dinero, pues sabía el temperamento que podía tener cuando se molestaba su “adorado padre”, quien podía llegar a ser bastante cruel con ella, pero no tenía otra opción, estaba entre la espada y la pared. Abrió la puerta de la casa con la llave que tenía desde que había vivido con él años atrás, y notó que ahí estaba su padre, como siempre, con el mismo aspecto de siempre de siempre, desaliñado y algo sucio, como si no le importara en lo más mínimo su propia vida. Isabella suspiró. A veces no podía creer que ese hombre fuese su padre y que su madre hubiera podido enamorarse de él. A pesar de su apariencia de anciano, que bien podría pasar por la de un hombre de más de 60 años, su padre tenía apenas 45 años, porque sus padres la habían traído al mundo cuando tan solo eran unos adolescentes. Sin embargo, los vicios y especialmente la ludopatía, que lo volvían dependiente a jugar constantemente, lo habían llevado a desarrollar muchos rasgos del envejecimiento. En ese momento, el hombre simplemente estaba acostado sobre una mesa de comedor, en el medio de la sala. “No puedo creer que nunca pueda tener las cosas en orden” —pensó Isabella, antes de dar otro suspiro y acercarse a él. —Hola, papá. ¿Cómo has estado? —saludó ella, haciéndolo despertarse bruscamente. —Hola, cariño, ¿cómo has estado? Disculpa que la casa esté hecha un desastre, pero tampoco avisaste que vendrías —la saludó su padre, de nombre Abraham Anderson, mientras se retiraba rápidamente a su habitación para cambiarse de ropa. Isabella miró a su padre de forma comprensiva mientras el hombre se retiraba, aunque al mismo tiempo con algo de asco por la forma en la que vivía. Al observar el lugar, pudo divisar cajas de pizza en el suelo y botellas a medio llenar al igual que el penetrante olor a humedad que yacía en el ambiente. Era innegable que esa casa necesitaba un “toque femenino”, pero, desde que se había mudado sola, Isabella había dejado de apoyarlo con la limpieza. “Bueno, tampoco me trataba muy bien cuando vivía aquí” —pensó, recordándose a sí misma la razón de haberse ido. Su madre había muerto cuando ella era muy pequeña, y la verdad era que casi no la recordaba, sólo tenía algunas fotos que guardaba en un álbum en casa. Su padre había sido todo en su vida, hasta que ella había cumplido los 22 años y había decidido ingresar a la universidad, pues estaba cansada de trabajar para ayudar económicamente a su padre y sin vivir sus propios sueños. Probablemente había sido algo malagradecida con él, que no sabía valerse del todo por sí mismo, pero ella nunca había querido renunciar a sus sueños. —Vienes a pedir dinero, ¿cierto? —preguntó directamente el hombre al volver de la habitación, con un fuerte olor a colonia barata y habiéndose puesto lo que quizás consideraba unas prendas “decentes”. —Sí, lo siento papa, per… —Fue interrumpida por un suspiro de molestia de su padre, mientras sacaba una botella de alcohol de su abrigo y le daba un trago. —No creo poder ayudarte, yo tampoco estoy en buenas condiciones económicas en este momento —comentó él y de repente abrió los ojos y miró a su hija con repentina emoción, haciendo que ella arqueara las cejas por tan inexplicable gesto—. ¡Hija! ¡Tú eres mujer! —exclamó emocionado, como si fuese el mayor descubrimiento de su vida. —Eh… sí. ¿Eso qué tiene de raro? —Nada, nada, pero tengo algo que podría sacarnos de todos nuestros problemas económicos en un santiamén —contó él, sin dejar de mirarla con una sonrisa enorme en su rostro. Su padre no era la persona más efusiva del mundo cuando la veía, muchas veces terminaba ayudándola a regañadientes, pero lo cierto era que, a pesar de la escoria que podía llegar a ser, él siempre había cumplido con sus responsabilidades como padre, incluso aunque ella en ese momento estuviera prácticamente a mitad de su vida universitaria, pese a su edad. — ¿A qué te refieres con “algo”, papa? —inquirió Isabella, y en ese momento su padre también sacó un cigarrillo y lo encendió, para luego expulsar el humo, lo que la hizo toser en consecuencia. —Tengo un negocio de gran importancia y justamente necesito una mujer para ello —le respondió en un tono más serio y su semblante oscurecido, raramente mostrando ese lado a su hija. —¿Qué clase de negocio? —quiso saber Isabella, realmente preocupada por esa actitud, ya que los negocios de su padre no solían ser nada bueno. —Necesito que te embaraces de alguien —explicó el hombre, en tono serio y con voz fría, como si no fuera la gran cosa. —¡Ahora sí que te volviste loco, papá! —Isabella estaba asustada por la frialdad de su padre al mencionar un tema así, y porque realmente esperaba que fuese nada más una especie de locura por su senilidad. —No, mi niña… necesito que ayudes a tu viejo padre, por favor —le pidió, o más bien le rogó, el hombre mayor a Isabella, haciéndola sentir un poco incómoda ante lo que solicitaba. —Pero papa, yo no pue… —Fue interrumpida nuevamente por las palabras lastimeras de su padre. —Hijita mía, por favor, si haces esto tendremos una mensualidad cada mes —habló el hombre, con un tono comprensivo—, créeme si no tuviera otra opción no te pediría esto —afirmó con total certeza. —No creo que esté bien hacer eso. —Isabella suplicó, al borde de las lágrimas, mientras pensaba en que realmente no quería tener que hacer algo así. ¿De dónde había sacado su padre eso? ¿Se había vuelto loco? Además, ella era virgen, ¿cómo se le ocurría decirle que debería tener un hijo con un hombre para asegurar su mensualidad? No quería acostarse con un desconocido y mucho menos darle un hijo, eso era algo que no se debiera tomar a la ligera. —No puedo embarazarme de un desconocido, además, yo… yo nunca… ¡yo nunca he estado con ningún hombre sexualmente! —afirmó totalmente avergonzada, sintiendo sus mejillas arder como nunca. Su padre echó a reír en ese momento al verla responder de esa forma. —No, hija, será una inseminación artificial. Nos pagarán por eso y no tendrás que relacionarte con ese bebé, es sólo que aportes tus genes y tu vientre y lo entregues al padre. No tendrás que encariñarte ni nada, ni asumir responsabilidades sobre ello —explicó Abraham Anderson, y en ese momento Isabella sintió náuseas ante la posibilidad de hacer algo así. ¿Llevar un hijo en su vientre? Que tendría sus genes y que tendría que entregarlo, ¿así? ¿Acaso un hijo era un objeto o un costal de papas que simplemente se podía entregar a la ligera? Ella quería hijos, sí, en algún momento de su vida, pero no de ese modo, no de una forma tan horrible y teniendo que entregarlo a una persona que sería un total desconocido. —¡Eso es horrible, papá! ¿Cómo se te ocurre que yo deba hacer tal cosa? ¿Cómo podría prestarme para eso? Un hijo debe ser producto del amor, de dos personas que realmente quieran estar juntos. No es un objeto o un juguete —señaló ella horrorizada. Abraham, sin soltar la botella de alcohol que en ese momento tenía en la mano izquierda, dio un fuerte golpe sobre la mesa con la mano derecha cerrada, haciendo que esta retumbara y su hija diera unos pasos hacia atrás con terror. Eso hizo que Isabella recordara algunas de las cosas que tenía que aguantar mientras vivía con su padre y empezara a reconsiderar su presencia en el lugar. —Escúchame bien, mocosa mantenida —reclamó el hombre, mirándola con molestia y haciéndola sentir más temor—. Te harás esa inseminación artificial, y no es algo que puedas rechazar tan fácilmente, recuerda que me debes la vida, me debes todo desde que tu madre murió, incluso tus preciados estudios, porque aún dependes de mí, incluso aunque tengas esa edad. Isabella comenzó a llorar mientras escuchaba a su padre decir esas cosas. Por suerte para ella, el reclamo de su padre no duró mucho tiempo, pues se fue nuevamente hacia la habitación dando zancadas, para luego regresar con un fajo de billetes en la mano. La joven de cabello n***o se secó rápidamente las lágrimas para que él no lograra detallar su rostro asustado y esperó a que él hablara. —Es esto o nos vamos a la calle, debes ubicarte, ya no tienes más opciones —se quejó el hombre, antes de poner el dinero sobre la mesa con brusquedad—. Toma eso y espero que medites sobre lo que realmente te conviene, porque en este momento no tenemos más opciones. Isabella tomó el dinero con temor y salió corriendo de esa casa… no podía creer que su padre siguiera siendo el mismo abusivo de siempre, un hombre despiadado capaz de agredirla verbal, psicológica, financiera y físicamente. Pero al menos podría solucionar el p**o de la renta y algunas otras cosas… o al menos eso esperaba…
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