Isabella despertó tarde a eso de las 10:00 horas después de haberse quedado trabajando otra vez hasta tarde en su guion para el concurso.
No le importaba faltar a la universidad, siendo la estudiante con mejor promedio, eran mucho más flexibles con ella que con sus demás compañeros, pero tenía que seguir trabajando, seguir con esa historia que le había consumido ya varios días, pero que tenía poco tiempo para concluir. Pensaba proseguir hasta la noche como era lo habitual cuando se obsesionaba con terminar una historia.
Como siempre, las náuseas matutinas la llevaron a ir corriendo a vomitar, antes de despertarse completamente.
—A ver, bebé… tienes que portarte bien… falta sólo una semana para que me digan si todo va bien y realmente no me estás ayudando mucho entre la somnolencia que tengo y esto de estar vomitando gran parte de los alimentos que ingerimos… necesitas nutrientes —le habló a su vientre, mientras terminaba de vomitar y se iba a la cocina, aprovechando que tenía bastante hambre en ese momento.
Comenzó a hacer un desayuno que aportara todos los nutrientes necesarios, como procuraba hacer casi todos los días, mientras pasaba una mano por su vientre nuevamente, recordando que dentro de ella crecía esa cosa que tenía que alimentar y cuidar. Algo a lo que estaría atada al menos en los siguientes meses. Pensar en eso la aterraba, y luego sintió una ligera culpa por desvelarse tanto los últimos días y luchar contra la somnolencia del embarazo.
Sus pensamientos se despejaron cuando escuchó voces y un golpe fuerte detrás de la puerta, miró algo asustada en esa dirección hasta que escuchó que las voces se identificaron como sus amigas.
—Oye, ¿qué te ocurre? ¡Llevas días sin contestar! —Olivia la regañó nada más cruzar la puerta.
—Estábamos preocupadas por ti, Isabella. —Sophie habló por ambas, de forma más comprensiva.
—Lo siento chicas, estaba concentrada en terminar algo que quiero entregar para esto… —Tomó el folleto y se lo enseñó a sus amigas.
Las dos jovencitas observaron con duda aquel volante, pero ninguna le dijo nada al respecto, sino que prefirieron acercarse a la computadora para comenzar a leer lo que la de cabello azabache estuvo escribiendo los últimos días.
—¿Otra de tus historias de fantasía? —La más baja le preguntó, al tiempo que examinaba los primeros párrafos de la historia.
—Oh… esas son tu fuerte, ¿No, Isabella? —La rubia se acercó también a leer la historia de su amiga.
—Se nota que te esmeraste, ¿estás comiendo bien? —Olivia la interrogó con el ceño fruncido.
—Sí, Olivia, estoy comiendo bien —le respondió Isabella, rodando los ojos levemente, ante el intento de su amiga por esconder su preocupación.
—¿Y duermes bien? —Sophie también parecía bastante preocupada y se acercó a mirarla fijamente, bajándole el párpado inferior como si estuviera haciéndole un examen médico.
Isabella se retiró como si la mano de su amiga la estuviera quemando y la miró con disgusto.
—Sí, chicas, estoy bien, mejor que bien, en unos días terminaré la historia y estaré en la cima cuando les gane a todos. —Isabella dijo esas palabras con fingida confianza en su voz, haciendo reír a sus amigas.
“Al menos aún puedo ser graciosa para ellas” —pensó sonriente.
—Además… la doctora me verá en una semana, más o menos, así que no se preocupen… estoy bien —expresó enfáticamente Isabella.
Las otras dos jóvenes se encogieron de hombros.
—Pasarás el día de hoy con nosotras…
—…y no aceptaremos un no por respuesta.
Hablaron como si hubieran planificado ese diálogo, para decirlo en tal sincronía y luego las tres echaron a reír.
Accedió a pasar ese día con sus amigas, dado que iba bastante adelantada con la historia y aun le quedaba una semana antes de volver a su trabajo en el restaurante.
Todo saldría bien… algo le decía que tendría mejor suerte.
…
Pasar tiempo con sus amigas la revitalizó y consiguió terminar su historia esa misma semana para entregarla incluso una semana antes del cierre del plazo. Estaba feliz, y se sentía bastante optimista, pese a que muchas veces se había sentido desanimada por muchas cosas.
El día de la cita con la doctora para ver al bebé, incluso, había logrado estar con energías renovadas… de verdad que se sentía optimista con todo lo bien que le habían salido los planes con la historia que estaba preparando.
—Hoy estás muy sonriente… aunque esas ojeras me dicen que no has dormido bien, debes tratar de descansar más —le comentó la doctora al verla sonreír el lunes en que cumplía sus 7 semanas de gestación.
—Siento que pronto llegará el día de mi suerte, prometo descansar —expresó motivada Isabella, mientras se recostaba en la silla junto al aparato de ultrasonido para que la doctora la evaluara.
—Eso me alegra muchísimo —dijo sonriente la Dra. Harper y en ese momento aplicó el gel y empezó a pasar el aparato por su vientre—. ¡Oh, mira! ¡Es tu bebé! ¡Ya tiene un poco de forma! —exclamó motivada la mujer, mostrándole una imagen en el aparato que parecía un gusano.
—Oh… no sabía que así se veían… es… eh… ¿raro?
Isabella no tenía mucha experiencia con ese asunto de los bebés, pero realmente consideraba que la imagen no era lo que esperaba.
Sin embargo, no fue hasta que la doctora puso el aparato para que se escuchara el corazón del bebé que Isabella no sintió que su corazón se aceleraba también emocionado.
—Es hermoso. —No pudo evitar decir Isabella, cuando escuchó esos vibrantes latidos, que la hicieron sentir que realmente podría ser una experiencia maravillosa eso de estar embarazada.
“Pero este bebé no es mío… debo entregarlo cuando nazca” —se recriminó en sus pensamientos.
Ella no podía ni debía encariñarse con el bebé.
…
La mirada de cansancio en su cara era notable, después de dos semanas sin trabajar el volver al doble de ritmo, haciendo turnos dobles y nocturnos, todo eso era demasiado estresante. Y, aunque había hecho tiempo para ir con la ginecoobstetra para que evaluara su embarazo, esta le había hecho énfasis en la importancia de cumplir sus horas de sueño.
No quería seguir trabajando, pero el dinero que había dado el padre de su hijo sólo alcanzaba para alimentarse y las vitaminas… y para eso era que Isabella lo estaba utilizando, ni más ni menos.
“Dios, esto es agotador” —pensó, con los ojos entrecerrándose, mientras observaba con fatiga a los escasos clientes había en el restaurante, demasiados para ser las 2:00 horas.
Cuando ya pasaban las 3:00 horas y pensó que no llegaría más nadie, entró al local un hombre gordo, sudado, con una camisa que se notaba era dos talles menores a su cuerpo, una barba que aun tenia restos de comida y un olor penetrante, entre avinagrado y rancio, y que empezó a mirarla en cada movimiento que daba.
El hombre gordo al principio solo la miraba con recelo, pero luego chasqueó los dedos para llamar su atención. No había ninguna otra mesera esa noche, debido a que Isabella estaba pagando su castigo y la chica que normalmente trabajaba en ese horario había recibido esos días libres a cambio de trabajar en el horario de Isabella.
—¿Sí, señor? ¿Qué se le ofrece? —Se acercó con una sonrisa al hombre y le habló de forma amable tratando de tomar su orden, aunque el olor de verdad la estaba sofocando.
“Terrible estar embarazada, percibir más los olores y tener estas náuseas horribles, justo cuando tengo que aguantar esta clase de sujetos” —pensó Isabella, intentando no salir corriendo a vomitar.
El sujeto la observó de arriba abajo, de forma lasciva, incomodando a Isabella, quien quería alejarse del sujeto.
—¿Tú no estás en el menú, bonita? —El tipo la interrogó, dejando salir un hedor a alcohol insoportable que la hizo sentir náuseas nuevamente, pero se esforzó por contenerse.
—No señor, le voy a pedir que se comporte, por favor.
La de cabello azabache estaba comenzando a perder los estribos, sumado al cansancio que tenía, sentía la profunda necesidad de golpear a ese tipo por sus comentarios y su apariencia tan desagradable.
—Puff, ni que estuvieras tan buena. —El hombre obeso la insultó mientras examinaba el menú—. Dame dos hamburguesas dobles y una malteada de chocolate —dijo antes de arrojarle el menú a la cara.
Isabella miró con molestia a aquel ser tan desagradable, maldiciendo su suerte, mientras se dirigía a la cocina a buscar la orden.
Al volver, notó que el hombre volvía del baño, pero al ver que ella se acercaba se acercó a ella a paso rápido.
—Chiquita, ¿no quieres pasar un buen rato? —El bastardo se estaba aprovechando de que solo estaba él como cliente y que tenía las manos ocupadas con la bandeja.
—Señor, aléjese de mí, por favor —respondió con voz temblorosa Isabella.
—Vamos, te vas a divertir.
En ese momento, el bastardo se había atrevido a tomarla por la cintura, haciendo que Isabella se sintiera mucho más incómoda y no pudiera resistir más tanto atrevimiento.
—¡No, le dije que se aleje! —La chica lo abofeteó, y en ese momento cayó sobre ellos el pedido de aquel desagradable hombre.
Su jefe salió de la cocina por fin, Isabella pensó que sería su salvación, pero en lugar de eso, se puso a recriminarle por romper la vajilla del lugar, sacó a patadas del cliente, además de despedirla entre gritos… que terrible día para Isabella.