TRES

1024 Words
ANDREA Me quedé mirando fijamente mi teléfono en estado de shock mientras trataba de comprender lo que acababa de pasar. —¿Quién era esa persona? —preguntó Sarah al notar la expresión de mi rostro. —Un idiota increíblemente grosero —me burlé, poniéndome de pie. —No me digas que era él, tu marido —bromeó Sarah. Le lancé una mirada fulminante. “Todavía no es mi marido”, dije. "Pronto será", corrigió ella. —No, si tengo algo que decir al respecto —respondí. Fue incluso mejor que él mismo se pusiera en contacto conmigo, aunque fuera de forma grosera. Nos daría tiempo para poner fin a esta farsa, fuera cual fuese, y tal vez tiempo suficiente para que yo le hiciera entrar en razón en su evidente cabeza vacía. —Puede que no sea tan malo —trató de salvar la situación Sarah mientras yo recogía mi bolso. —Cualquier hombre que intente casarse a la fuerza con una mujer es una persona terrible, Sarah —resoplé. Ella me abrazó, murmurando palabras de consuelo mientras mi cabeza daba vueltas. Miré mi reloj, eran las 3:30 pm; no habría tiempo suficiente para que yo regresara a la casa y para que el bastardo arrogante me recogiera, pero no podía importarme menos. Tal vez si él supiera lo irritante que encuentro todo este arreglo y que yo no soy alguien que siga sus órdenes, entonces se daría cuenta de lo terrible que es este arreglo. Me disculpé, prometiendo llamar a Sarah tan pronto como llegara a casa y luego tomé un taxi. Me detuve frente a la casa de mi familia y fui recibido por la mirada severa de mi padre cuando entré. “¿Dónde has estado?”, preguntó. —Tenía algo que hacer —dije mientras pasaba junto a él sin querer explicarme más. —No puedes seguir haciendo esto, ¿sabes? —murmuró, deteniéndome en seco. “¿Qué haces, padre?” “Este es el momento de que des un paso al frente por esta familia. Yo he cargado sobre mis espaldas a todos y cada uno de ustedes durante años y no voy a permitir que tiren todo por lo que he trabajado solo para satisfacer sus caprichos”, dijo entusiasmado. “¿Mis caprichos? Me burlé. Quiero que recuerdes que yo no pedí nada de esto, tú nos pusiste en esta situación, sea lo que sea, tú lo creaste”, le respondí mientras sentía que la ira se acumulaba en mis venas. Nos miramos fijamente durante unos segundos mientras veía cómo la decepción se acumulaba en sus ojos. Hubo un momento en mi vida en el que esa mirada por sí sola habría sido suficiente para destrozarme; papi es una buena niña, pero esta vez no. Esta vez estaba demasiado enojado como para que eso fuera una opción. “Querías que volviera a casa, y aquí estoy. Quieres que me case y lo haré”. Dije: “Ahora, si me disculpas, tengo una cita con el hombre al que aparentemente me vendiste”. Me di la vuelta y salí corriendo antes de que pudiera decirme algo más. Mi madre me estaba esperando en lo alto de las escaleras y también tenía una mirada de decepción en sus ojos, pero no le presté atención y caminé directo a mi habitación y cerré la puerta de golpe. La oí caminar de un lado a otro frente a mi puerta durante unos segundos, sin duda tratando de decidir si debía entrar o no, y finalmente decidió no hacerlo y me dejó a mi suerte. Me sentí mal pero ellos tenían que saber que eso no debía pasar. Miré mi reloj otra vez, eran las 4 pm en punto. No pude evitar la sonrisa que adornó mi rostro al pensar en quién era el idiota que estaba esperando a que terminara y me tomé mi tiempo incluso cuando mi madre gritó mi nombre, notificándome que estaba cerca. Me aseguré de desperdiciar unos treinta minutos más antes de estar listo y bajar las escaleras. El latido irregular de mi corazón era lo único que podía escuchar mientras bajaba las escaleras. Podía ver la silueta de un hombre, pero no su apariencia. —Aquí está —anunció mi madre, sonriendo de oreja a oreja. Entonces se giró y las atrevidas palabras que había planeado murieron en mi garganta. —Señorita Silva —sonrió, poniéndose de pie. ¡Maldita sea! Mi cabeza gritó. Eso era imposible; no había forma de que él fuera el hombre con el que me iba a casar , pensé. —Señor… —tartamudeé. —Fel —dijo—. Damine Fel y tú, señorita Silva, llegasteis tarde a la moda. —Arqueó una ceja y miró con un movimiento de la mirada lo que llevaba puesto. —Estaba fuera —murmuré sin convicción, como si eso fuera a explicar el motivo de mi retraso. Inclinó la cabeza hacia un lado y luego me tendió una mano, que tomé y tomé aire mientras su aroma llegaba a mis fosas nasales. Olía a colonia cara y de inmediato quise volver a respirar para poder olerlo de nuevo. —Nos vamos —dijo, señalando a mi padre y luego a mi madre, y me condujo fuera de la casa hasta su coche. No dije nada mientras él abría la puerta y yo me deslizaba hacia adentro mientras él daba la vuelta por el otro extremo. Mi cabeza seguía dándole vueltas al hecho de que la desconocida con la que mi familia quería desesperadamente que me casara era Damine Fel. El mismo chico convertido en hombre del que estoy enamorada desde siempre. —Estás callado —declaró, girándose para mirarme. —Estoy abrumada —murmuré, esperando que eso explicara, en lugar de revelar, el hecho de que lo conocía. No parecía reconocerme y yo no esperaba que lo hiciera. Ha pasado tanto tiempo; 15 años fue mucho tiempo para amar a un hombre. “Tú eres Andrea”, afirmó. “Lo soy”, estuve de acuerdo. —Hmm —murmuró sin decir nada más.
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