DOS

994 Words
ANDREA Toqué el timbre con los dedos entumecidos y el corazón latiendo con fuerza. Si había una persona que podía ayudarme a salir de este lío, esa persona era Sarah, y resulta que ella es mi mejor amiga. La puerta se abrió y asomó la cabeza de Sarah. “¡¿Andrea?!” dejó escapar un pequeño grito, una mezcla de emoción y sorpresa apareció en su rostro, “¿Qué estás haciendo aquí?” —Necesito tu ayuda —dije mientras la empujaba para entrar en la casa. Comprendí por qué me preguntó qué estaba haciendo allí cuando un hombre salió de su habitación con una sonrisa tonta en el rostro. Me volví para mirarla con una ceja arqueada. —Andrea, te presento a Adrián —dijo Sarah mientras sus manos se movían de mí hacia él—. Adrián, te presento a Jesse, mi mejor amigo. —Andrea, encantado de conocerte —me sonrió Adrián—. He oído mucho sobre ti. —Y no he oído nada de ti —le espeté. —Vamos, pórtate bien —murmuró Sarah con una sonrisa en el rostro. —Discúlpanos un momento —dijo, volviéndose hacia Adrian. Se deslizó de nuevo hacia su dormitorio cerrando la puerta detrás de él. Esperé hasta estar seguro de que estaba lejos, —Tienes que ayudarme —dije mientras volvía toda mi atención hacia ella. “¿Qué pasa?”, me preguntó, “No he sabido nada de ti en mucho tiempo, intenté llamarte pero es como si hubieras desaparecido y ahora apareces en mi puerta de la nada buscando ayuda”. “Me voy a casar”, dije de golpe. Pude ver a Sarah mirándome como si hubiera perdido la cabeza, la sorpresa en su rostro era evidente. “¿De qué coño estás hablando? ¿Qué quieres decir con “casarte”?”, me preguntó entre comillas. “Han sido un par de días muy largos”, dije mientras me derrumbaba en el sofá con la cabeza entre las manos. Ella se acercó a mí y puso su mano sobre mi hombro en un esfuerzo por calmarme. -Háblame niña, ¿qué te pasa? -preguntó. No creo haber escuchado nunca la voz de Sarah hablar con tanta calma en todos los años que la conozco. Cuando la miré, sentí que las lágrimas empezaban a brotar de mis ojos mientras comenzaba a contarle todo. Ella escuchó atentamente, sin apartar la vista de mí ni un momento. —No puedo hacer nada al respecto, Sarah. Voy a tener que abandonar la universidad y mi padre insiste en que vuelva a casa para poder casarme con este extraño, que por lo que sé podría ser un ser humano vil o algo peor y voy a tener que quedarme con él —dije. —O podría ser la persona más amable del mundo —dijo Sarah, obviamente intentando darle un poco de humor a la situación, pero era obvio que yo no estaba de humor para eso. —Si fuera tan bueno, apuesto a que sería capaz de encontrar una esposa sin tener que rebajarse tanto a aceptar una para saldar alguna deuda. Quiero decir, ¿quién hace eso? —pregunté mientras la ira crecía dentro de mí al pensar en ese hombre. “¿Y qué pasa con tu hermana?”, preguntó Sarah. Simplemente negué con la cabeza mientras Sarah soltaba una burla. “¿Por qué están tan empeñados en obligarte a casarte con alguien que no quieres en lugar de buscar a la hija que realmente quería casarse?”, preguntó. “Eso fue lo primero que pregunté cuando me enteré. Todo el mundo parece haberse olvidado de mi hermana, ya ni siquiera parece que esté desaparecida”. —Pero ¿realmente está desaparecida? —preguntó Sarah, y pude oler el sarcasmo en su voz a una milla de distancia. No era ningún secreto que Sarah no era una gran admiradora de mi hermana. Nunca habían estado de acuerdo en muchos aspectos y, a veces, yo siempre me quedaba en medio de sus peleas, pero siempre había logrado mantenerlas separadas. —Quiero decir que no está aquí y, sinceramente, nunca se sabe con Camilla. Por lo que sé, ella está deambulando por algún lado con su último amante mientras yo estoy aquí recogiendo los pedazos de su enfermiza decisión —murmuré. “Podrías decirles que tienes cáncer y que solo te quedan unos pocos días de vida. Estoy segura de que ningún hombre quiere casarse con una persona con la que no puedes contar”. Los ojos de Sarah se iluminaron con esperanza. “Me gustaría poder hacerlo, pero saben que estoy tan sano como un caballo y podrían llamarme la atención y llevarme a un maldito hospital. Solo empeoraría la situación”, suspiré, reclinándome en mi silla. La realidad de la situación me impactó con fuerza brutal: no había absolutamente nada que pudiera hacer excepto casarme. —No lo sé, Andrea… Sarah se vio interrumpida por la emoción que me produjo el teléfono que saqué de mi bolso. Era un número desconocido y estuve pensando en cogerlo durante un rato. —Vamos —me animó Sarah. —Hola —murmuré en el auricular. “Señorita Silva”, preguntó una voz que nunca había escuchado antes. Fue profundo, seguro y sentí una onda expansiva recorriendo mi columna vertebral. “¿Sí?” murmuré. —Quiero que estés lista a las 4 p. m.; voy a enviar un auto para llevarte de compras para tu boda —declaró la voz secamente. —¿Disculpe? —espeté, visiblemente enojada. ¿Quién carajo era este?, pensé. “¿Quién carajo eres tú?”, espeté. —Lo siento, no nos han presentado como es debido —dijo la voz arrastrando las palabras—. Soy tu marido. La línea hizo clic antes de que tuviera la oportunidad de decir algo.
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