UNO

997 Words
ANDREA No fue hasta que mi madre me llamó esa mañana que supe que mis sueños nunca se materializarían. Fue en este día que toda mi vida dio un giro para peor. Quizás te preguntes de qué carajo estoy hablando y te lo diré. Tuve la vida perfecta, una estudiante universitaria de derecho en una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. “¡Estás bromeando!”, me reí, asegurándome de que mi madre supiera que la encontraba muy graciosa. “Andrea Silva, ¿te estoy tomando el pelo? Este es un asunto muy serio y quiero que lo tomes con toda seriedad”, me reprochó mi madre con voz severa. Tenía que estar bromeando porque lo que estaba diciendo en ese momento era completamente irreal e imposible. —No voy a abandonar la escuela para casarme con un hombre al que apenas conozco y sólo porque Camila desapareció. ¿Se te ocurrió que ella se escapó sólo para evitar esta misma situación? —pregunté. Camila era mi hermana gemela y decir que éramos totalmente opuestas sería quedarse corto. Éramos como sangre y agua, tanto en apariencia como en modales; en pocas palabras, yo era la versión anodina de mi hermana, que tenía la personalidad más alegre y eso ella lo reservaba para los demás. Para mí, era una imbécil y hacía mucho que no hablábamos, por eso no tenía ni idea de que había desaparecido. —Eso no viene al caso, Andrea. Le debemos mucho dinero a ese hombre y no podemos pensar en devolverlo. Tú sabes que tuvimos que pedir ese préstamo para enviarte a ti y a tu hermana a la Universidad, ¿no? —se burló mi madre. “¿Entonces esto es mi culpa?” murmuré. Sabía del préstamo pero lo que no tenía idea era del precio que teníamos que pagar por él. “Solo digo que ya es hora de que hagas algo por la familia por una vez y te estás portando como una perra. Tu hermana lo habría hecho sin pestañear”, me recordó mi madre. Mi hermana, que convenientemente desapareció , pensé, pero no dije nada al respecto. —No puedo casarme con un completo desconocido, mamá. No voy a ocupar el lugar de Camilla y si ella aceptó, no sé qué vas a hacer al respecto —argumenté. No había forma de que escuchara esta conversación y a mi madre en este momento. Esperaba que se riera y me dijera lo miedosa que era. Tal vez diría que había estado tratando de gastarme una broma y que esto no era nada más que eso. “Tu padre irá a la cárcel si no haces esto y ya sabes lo que le hacen a la gente como nosotros allí”, la suave voz de mi madre se escuchó en mis pensamientos. “Sé que piensas que esto es la mayor locura, pero tu padre irá a la cárcel y no habrá nada para ti ni para mí. Seremos el centro de atención de la ciudad, nuestras caras estarán ahí fuera como deudores. Ahora me vas a decir cómo, en nombre de Dios, planeas terminar la escuela si todo esto sucede”, dijo entusiasmada. “¿Este siempre fue el plan?”, pregunté, con mi determinación vacilando. Por más que consideraba que todo ese arreglo era totalmente ridículo, no quería que nada le pasara a mi familia y haría cualquier cosa para protegerlos, y ese cualquier cosa incluía casarme con un extraño. —¿Qué? —murmuró mi madre, confundida. “¿Siempre planearon ambos vender a uno de nosotros a esa persona a la que le deben dinero?” —¿Por qué dices eso? —Alzó la voz. Suspiré, sintiendo el comienzo de un dolor de cabeza. —Te llamaré enseguida, mamá. Tengo clases ahora y tengo que pensar en esto... es mucho para asimilar en este momento —le dije. “Antes de que te vayas, Andrea… por favor, debes saber que todos contamos contigo. Tienes que hacer esto por nosotros o nuestra familia estará arruinada”, explicó una última vez. “Te escucho, madre”, le dije. La línea hizo clic y tomé el vestido que había planeado usar ese día, con la cabeza llena de pensamientos. Me pellizqué para asegurarme de que no era una especie de sueño, pero no lo era. Miré mi reflejo en el espejo y mis ojos azules me devolvieron la mirada como si quisieran decirme que eso era todo. Todos los planes que tenía para terminar como la mejor de mi clase, para ir a la facultad de derecho… no tenían sentido. Tenía que casarme o se había acabado mi familia. Me desplomé en la cama, las lágrimas cubrían las puntas de mis pestañas. ¿Qué pasaría si encuentro a este hombre y le ruego que le dé tiempo a mi familia para pagar? ¿Eso resolvería esto?, pensé. No pensé que lo haría pero fue mejor intentarlo. No le había preguntado a mi madre el nombre del bastardo pero tengo intención de averiguarlo. Mi teléfono volvió a sonar, era mi padre. Dudé, sabiendo que él querría hablar de lo mismo… matrimonio. —Hola, papá —murmuré, contestando después del tercer timbre. “Ven a casa” Dos palabras… ni un “¿cómo estás?” ni un “¿lamento que tu vida vaya a cambiar por completo?” “Papá…” comencé. “Ven a casa, Jesse… ahora mismo o puedes olvidarte de ser mi hija”. “Pero papá…” —Harás lo correcto por nosotros tal como nosotros lo hemos hecho por ti, te guste o no —espetó. La línea hizo clic antes de que tuviera la oportunidad de decir algo más. Entonces las lágrimas me asaltaron y me cegaron. Sollocé en mi apartamento vacío y luego tomé una bolsa de lona. Era hora de volver a casa. Es hora de casarse, joder.
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