Marianella.
Creo que tengo más hambre de repetir lo que pasó que de comida real, pero no lo admitiré ni muerta.
Ingreso al baño seguida de sus pasos a centimetros de mi espacio personal. El vestido en el suelo me recuerdan lo que pasó, siento el calor subir a mi rostro y me esfuerzo en camuflar lo que en verdad deseo.
Sus manos enjuagar mi cuerpo por la espalda, tocando cada lugar correcto, besándome los hombros, la nuca y mis labios tanto como nuestras alturas lo permiten.
En segundos, tengo las manos contra los azulejos, las caderas ocupadas por sus manos y su cuerpo arremetiendo fuerte y lento incendiando todo a su paso.
No tardo en llegar al orgasmo y sentir el suyo recorriendo mis entrañas.
Maldigo internamente y me hago una nota mental para comprar la pastilla del día después. Suficiente riesgo he corrido, asique debo tomar medidas drásticas para prevenir lo que nadie quiere.
Me coloco un vaquero, una blusa con capas y unas sandalias bajas y cómodas. Gaston opta por unos jeans marrones, una remera con cuello en V color celeste y unos zapatos semi formales.
-Estamos listos, esposa. Vamos a comer con tus amigas y luego a divertirnos.
-Perfecto. ¿Quién conduce?- indago dispuesta a tomar cada tago que me sea posible.
-Llamemos a un conductor, así disfrutamos y nos despreocupamos de los accidentes y las multas.
-Me mata tu positivismo, querido esposo.
-Más vale prevenir que curar, hermosa. Déjame que contacto a un conocido que pueda ayudarnos y nos vamos.
Lo espero mientras habla con un tal Roger y le pide que haga este trabajo para él y luego partimos directo a comer y reponer energías.
No encuentro las palabras acordes para expresar como me siento. Es la euforia del momento bañada en la realidad que me recuerda que esto es un pacto donde la piel expresa deseo.
Es la sensación de sentir el peligro en cada mirada, en cada persona que me roza un brazo y a su vez, la tranquilidad de no estar sola en esto.
Es la sospecha constante sobre Miguel, porque cada vez me confunde más su forma de actuar. O sea, el tipo le dijo al maldito abogado que nos íbamos a casar, valla a saber con que intención. No conforme con ello, nos da las felicitaciones más falsas que pudimos escuchar.
Sigo sin comprender cómo o en qué sentido, pero se que está involucrado en lo qur pasó con Leonardo y no pararé hasta desenmascararlo.
Comemos entre risas hablando de todo lo que dicen los jueces en una boda, hasta que son las nueve de la noche y nos vamos a Ovo a nuestra zona VIP donde nos esperan con una barra exclusiva para nosotros.
-Quiero un 'camino al cielo'- le hablo a la chica que nos atiende.
-Yo un whisky en las rocas y un vaso de soda, por favor.
-Que aburrido eres, Gaston- lo peleo por su elección- Elije algún trago que no sea tan predecible.
-Me gusta el whisky- se justifica- ¿Qué puedo hacer?
-Probar otra cosa- sugiero acercando mi sorbete a sus labios- Anda, prueba y dime que tal.
Sin dejar de mirarme, lleva los labios al lugar que le indico, sorbe un trago y relame sus labios lentamente con mis ojos anclados en el movimiento que hacen.
-Rico, pero no tanto como esto- levanta su vaso moviendolo en mis fosas nasales.
Tiene un aroma amaderado, picoso y cítrico, todo a la vez sin empañar ninguno de los aromas que desprende en cada vuelta que el líquido hace contacto con el cristal.
-Prueba, nena y me dices si no es delicioso.
Hago lo que pide, extrayendo un hielo en el proceso. Tiro de su cuello dispuesta a compartir el frescor que brinda el agua congelada con él.
Sus labios chocan con los míos, nuestras lenguas danzan al zon de la música, derritiendo el hielo entre nosotros, uniendo su cuerpo y el mío para comenzar a bailar con sus manos en mi cuerpo y las mías peleando por no volcar mi vaso.
-Si que sabes como provocar, nena.
-Lógicamente- concuerdo guiñando un ojo.
Mis amigas nos vienen a buscar después de pedir un trago para cada una.
Bailamos cada canción disponible hasta llegar al punto de no sentir los pies.
Gaston tira de mis manos y me sienta en su regazo. Uno pensaría que está agotado, pero no es lo que sucede.
Sus manos se cuelan por debajo de mi ropa, obligándome a recordar que es una reunión de amigos que celebran una boda.
-Amiga, te quiero mucho pero me voy de cacería- espeta Diane en mi oído, cuatro horas más tarde.
-Ve tranquila que nosotros en poco rato ya nos vamos.
-Gracias, Marianella. Chau Gastón.
-Que te valla bien, Daniela.
Esta ignora que la llamó por otro nombre nuevamente, yo no.
-Oye, que se llama Diane, no Daniela.- le reprocho entre divertida y ofendida por mi amiga.
-Lo sé- admite besando mis mejillas- pero es gratificante molestarla.
Exploto en una carcajada. No puede ser tan infantil, sin embargo lo es.
Nos paramos a disfrutar otro rato ya que él avisó que estamos listos para irnos. Zoe nos sigue la corriente y observo como se mueve con esas trampas mortales llamadas tacones.
-Estoy cayendo en la trampa, chiquí. Llamo un taxi y me largo a casa.- informa exhausta.
-¿No quieres ir con nosotros?- cuestiona mi esposo.
-No gracias. Nos vemos por allí que mi taxista favorito ya llegó.- me guiña un ojo complice de las travesuras que nos conocemos.
No pregunto más nada porque se a quien se refiere.
-Roger llegó también- me habla al oído debido al volumen de la música.- Vamos, nena.
Nuestro caminar está afectado por las bebidas alcohólicas que consuminos, aún así, logramos llegar sanos y salvos a su carro donde nos espera un tipo rubio y alto.
-La dirección está en el GPS, Rogeeer- balbucea- Ve directo allí, colega.
-Que noche, amigo- bromea viendo nuestros cuerpos entrelazados por el espejo retrovisor- Te felicito. Al fin sentaste cabeza ¿eh?
-Ella me hace hacer cosas increíbles, broo. Ya veras cuando te enamores de una chica como esta, así de deliciosa y provocadora ¿verdad amor?
-Tienes que ser atento y cuidarla para que ella te quiera- lo señalo entre risas- Y darle buenos orgasmos y puf- golpeo mis manos- la tendrás así hablando babosadas porque te dieron muchos tragos y whisky.
-Ambos están muy borrachos. Ya mañana hablan sin papas en la lengua.
Gaston Germán Lucks Gil se ríe a carcajadas y yo también. No sé qué me hace pensar en su nombre completo, pero lo hago y suena genial.
-¿Qué tal suena Marianela Aria de Lucks Gerard?- le pregunto sintiendo sus labios en mi cuello.
-Genial, preciosa- su lengua se inmiscuye en mi boca sin orevio aviso- ¿te imaginas como pueden sonar nuestros apellidos en dos bebés así de lindos como tu?
-Vas muy rápido, nene- razono como la embriaguez me lo permite- Primero caminamos y luego gateamos.
-Creo que es al revés, nena, pero hago lo que tu.
-Pero ¡¿Qué mierda, Gastón?!- grita nuestro pioto.
-Le voy a hacer tres hijos ya veras.
-No tienes frenos idiota- lo reprende y rio a carcajadas- abrochense los cinturones.
-¿Qué no que?- cuestiona serio- No te rias, nena- me reprende.
-¡Qué no tienes los malditos frenos, Gastón! ¿Quieres matarnos a todos o qué?
-Mierda- sus manos forcejean con mi cuerpo hasta asegurar la cinta- Nos tendieron una trampa. ¡Qué idiota! ¡No ouedo ser tan idiota!
-¡Gastón!- grita y su voz borra cualquier rastro de alcohol de mi sistema.
El auto choca contra la barandilla del puente, derrapa una buena cantidad de metros y me escondo entre los asientos.
-¡Cúbrete la cabeza, Nella!- me ordena a medida que el auto gira sobre el asfalto en la dirección opuesta.
-Vamos a morir, Gastón- lloriqueo- Hoy vamos a morir.
Otro vehículo nos colisiona y veo el agua por las ventanillas.
-Baja el vidrio, amor. Ya bájalo.
Tomo la perilla para girarla tan rápido como puedo.
-Roger ¡Los vidrios Roger!- le grito.
El auto comienza a caer de trompa directo a un saliente de material que sostiene el puente. El impacto nos mueve de de arriba a abajo varias veces y el fuego se hace presente.
Colgados como estamos, no logramos desabrochar los cintos porque su sistema de seguridad lo impide.
-Impusemonos hacia atrás, Gaston. Tal vez logremos que caiga al agua.
Me sacudo con todas mis fuerzas sintiendo el calor abrasador sobre el rostro, el olor a talco de la bolsa de aire y viendo mi vida pasar frente a mis ojos sin piedad.
El metal cruje, cediendo ante el impacto y el calor.
Lloro de desesperación, posando mis pies en el asiento del conductor para impulsarme, indignada porque hoy nadie debía morir.
La culpa de no poder hacer nada por Roger me mata lentamente, porque esta inconsciente o ha dejado de vivir siendo tan joven.
-No podemos ayudarlo si no salimos de acá, Nella. Sigue trabajando con tus piernas- asiento sin hacer contacto visual, ocultando la desesperación que siento- A la cuenta de tres, nena.
-Uno- comenzamos a contar juntos rezando que el auto se incline hacia el agua y no hacia el pilar- dos, tres ¡puja!
Al tercer intento, logramos que se incline.