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1536 Words
Gaston. -Si me la regresas, lo haré de nuevo, Nella. -No iba a devolvérselo, todavía, pero ya puedes bajarme. -¿Segura? No te noto tan convencida, cariño. -Me duele el estómago, por favor esposo. Solo bájame.- pide con la voz apagada. -Ok- accedo bajándola con toda la delicadeza posible, estudiando su rostro cuando la tengo sobre sus dos pies- Te ves fatal, nena. -Me sacusiste toda, Gastón. ¿Qué esperabas? -Lo sé, pero te gusta provocarme- la acuso de regreso- y fuiste quien corrió primero. -Solo iba por comida- bromea. -Vamos a comer, entonces, preciosa esposa. -Si como no.- ironiza. Por supuesto que no me cree y no me esfuerzo en que note que pienso lo contrario. El vestido resalta cada curva de su cuerpo desde sus pechos voluptuosos, su cintura perfecta para rodear y sus caderas que me enloquecen con cada paso que da. La silueta del vestido, corte sirena, creo, la hace parecer más alta de lo que en verdad es. Me gusta bajita, justo donde la puedo apretujar como me gusta. Evito pensar en Johaquin y Miguel. El último soy consciente de cómo supo exactamente cuanfo y donde, pero ¿Joaco? Yo no se lo dije y la única opción es qur lo halla echo Miguel solo para jodernos. -¿Podemos ir a casa para cambiarme?- Solicita tranquila luego de que subimos al auto. -Podemos. Yo también quiero hacerlo. Avísale a tus amigas que demoramos un rato. -Chicas- le habla a su teléfono viendo la vebtana distraidamente- Vamos por casa a cambiarnos y en un rato estamos allí, ¿esta bien? Conduzco tranquilo hasta llegar a su edificio y observo sus escaleras con la misma mueca que ella. Definitivamente, será una tortura subirlas. -Maldito vestido- se queja- ¿Porque no escogí algo suelto y ya? -Estas hermosa en verdad, Nella. Me encanta que lo hayas elegido sobre uno suelto. - No te burles que es tortuoso de verdad- insiste. Me agacho y abraso sus piernas para echarla sobre mi espalda y comienzo a subir tramo a tramo. -Estas loco, Gaston. Ya bajame que vas a lastimarte. Llego hasta el tercero y sigo avanzando sin decir absolutamente nada. No voy a bajarla hasta que llegue arriba y la entre como se merece, como una princesa, mi princesa. -Oye- me nalguea nuevamente- Te dije que me bajes. Le devuelvo el golpe más fuerte que antes, produciendo un gemido que despierta mi entrepierna al instante. -Quédate quieta si quieres llegar a comer, Marianella, porque no te voy a dejar salir del apartamento hasta mañana si vuelves a golpearme así. -No hago nada- susurra dejando su cuerpo laxo, por fin. La bajo al llegar a su descanso, abro la puerta con la llave y tiro de sus manos cuando amaga a ingresar primero. -No he terminado- alego cargandola frente a mi e ingresando con cuidado de no golpearla. Sus brazos me rodean el cuello temerosos de terminar en el piso. Lo que no le quedó claro es que prometí cuidarla inclusive de mi mismo y hasta la muerte. No importa si sus ojos celestes no me ven como ahora, cristalizados por las emociones de los buenos sentimientos, no importa si sus dedos no acarician mi cuello solo por sentir contacto y menos importa si ya no responde a mis besos. Siempre la protegeré de todo y de todos porque las promesas se hacen para cumplirlas y no voy a ser quien le falle en eso. Sus labios saben a menta y frutilla, al paraíso mismo y me pierdo en el momento. Solo hay un lugar en el mundo en el que desearía estar que no sea con ella. Espero el momento justo para que mi pasado y mi presente colisionen para hacerse un futuro próspero, donde las amenazas no existan y los enemigos estén debidamente señalados, porque nada me impide cuidar lo que me queda, lo que amo con cada fibra de mi ser. El maldito sonido de su teléfono revienta la burbuja que habíamos formado justo cuando sus manos hicieron contacto con mi piel y maldigo a sus benditas amigas. -Si, Diane. Nos cambiamos y vamos- hace una pausa- Las escaleras no son fáciles con este vestido ¿que querías que hiciera?- sus mejillas enrrojecen- No iba a pedir tal cosa. Ya vamos, deja de llamar mujer. Voy por ropa para cambiarme y la dejo ingresar al baño mientras me visto en el borde de la cama. -Te voy a matar de verdad, Zoe Kails- grita dentro del baño- En verdad vas a morir tan lento, tan lento que vas a rogar que acabe rápido. -No te conviertas en una asesina- le grito junto a la puerta- ¿Qué hizo para que merezca tanta violencia? -Esto hizo la desgraciada- asegura abriendo la puerta de golpe y dándome la espalda- Solo ayúdame con los malditos botones porque lo voy a romper sin piedad. -Son demasiados botones- señalo la hilera de diminutos botones y delicados hojales- Pero no merece morir solo por esto. Marianella se asegura que su corto cabello azabache me permita desprender cada uno de ellos. Involuntariamente, mis dedos van al comienzo de su columna, en el punto donde comienza a erizarse su piel. Disfruto el recorrido, vértebra a vértebra hasta que llego al primer botón y lo desprendo lentamente. Con cada uno de ellos, mis manos tiemblan y ella también. Dejo un beso en su nuca cuando llego a la parte baja de su brasier y gime tan suavemente que debo contenerme por no arrancarlos a los que quedan. -Yo le voy a dar un premio por esto- declaró con la voz afectada- Muchos premios por esto. Mi aliento choca con su piel sensible y beso cada trazo que tengo a la vista. Su espalda se arquea y sus glúteos golpean mi entrepierna con violencia. -Lo quiero tanto como tu, nena- gruño sobre su oreja y la envuelvo con mi lengua. -Si- admite entre gemidos- Yo lo quiero más que tu, nene. La giro sobre su eje y me concentro en su mirada ardiente. Tomo sus manos y el maldito corsé se aferra a su cuerpo con vehemencia aún cuando bajé sus manos para llevarlas a mi cadera donde se aferran con fuerza. -Me encantas, Nella- dejo un beso húmedo en su cuello y recorro el borde de su menton- No imaginas cuanto me encantas, preciosa. -Deja de hablar, Gaston. Termina con esta tortura, por favor, nene. -Si así lo deseas, cariño, así será. Le arrebato el vestido y la cargo hasta llevarla a su cama donde la observo a cuerpo completo. La mirada se le oscurece cuando relamo mis labios al ver su intimidad miseriamente tapada por una tanga de encaje que deja poco a la imaginación. -Veamos que tal sabes, nena- gruño sobre el encaje blanco, olfateando el olor del placer en su estado más puro. La beso sobre la tela varias veces, pasando la lengua e intercalando los dientes. Arranco la tela de un jalón cuando tiembla y bebo todo su elixir beso a beso recorriendo con mi lengua casa lugar al que tengo axeso. -Mierda, mierda, mierda- gime obnubilada por el orgasmo. -Voy a disfrutar esto, nena y no estimas cuanto.- confieso dejando mi cuerpo libre de prendas sin reparos. -Veremos- me reta cuando ya estoy sobre ella. Le hago probar su propio sabor de mis labios y guio mi erección a ese lugar que solo me pertenecerá a mi hasta que ella disponga lo contrario. Ingreso tan lento como la poca cordura que prevalece me permite, sintiendo como su intimidad me abraza en cada centímetro que me entrego y borrando de mi mente cualquier pensamiento coherente. -Te sientes como la puta gloria, nena- me aferro de donde puedo, sus pechos que no caben entre mi mano, sus glúteos y muslos disfrutando de su sedodo tacto y su olor a rosas, ciego de tanto placer. -Por favor, nene- suplica entre gemidos- Quiero más. Más rápido y fuerte por favor. -¿Así?- cuestiono arremetiendo contra su intimidad con fuerza- ¿Así te gusta amor? -Si- grita rodando los ojos y arqueando la espalda- No. Más, más. Yo. Sus unas dejan de marcar mi espalda y se afianzan a mis brazos. Sus piernas aprisionan las mías y en un movimiento calculado, nos voltea quedando encima de mi. Ahora tiene todo el poder y la boca se me seca al verla disfrutar de esto. Su cabalgata desenfrenada comienza usando mi vientre para apoyar sus manos calientes. -Así- decreta aumentando la velocidad en que me monta, cayendo de golpe, haciendo que olvide hasta mi nombre- ¿Querías esto, nene? Ahora lo tendrás. Sus caderas bailan sobre mi y se que no lo podré soportar por más tiempo. Ignoro el sonido de nuestros celulares y la obligó a apoyar sus manos y sus rodillas sobre nuestra cama. Me introduzco hasta la empuñadura y la embisto varias veces hasta que su centro ordeña cada centímetro de lo que deseábamos ambos, empapandome con su deliciosa esencia. Me dejó caer sobre ella y nos tentamos de la risa sin razón aparente. -Mierda, hermosa. Eso fue- suspiro tratando de recuperar el aire. -Buenísimo, pero nos van a venir a buscar si no nos vamos.- me recuerda riendo.
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