Marianella
Poco a poco siento como el vehículo se va moviendo, cediendo a los golpes de nuestras espaldas en los respaldos de los asientos, a la fuerza de empuje que ejercen nuestras piernas, hasta que finalmente todo cede yendo hacia atrás de golpe.
El golpe seco del auto no se amortigua por el agua y me hace quejarme de dolor.
-Respira profundo, Marianella- me grita desesperado.
Tomo todo el aire que mis pulmones logran acumular y cierro los ojos cuando el agua congelada rodea cada centímetro de mi cuerpo.
El instinto de supervivencia me grita que nade tan rápido como pueda, aunque el cinto de seguridad me pone un freno instantáneo.
El auto está repleto de agua y siento las manos de Gastón tocando mi cuerpo lo que me hace abrir los ojos para ver su rostro. Su mirada está concentrada en destrabar el cierre del cinto. Mis manos se ocupan en terminar de bajar el vidrio que solo bajé hasta la mitad.
Ambos logramos nuestros cometidos y salimos para tomar una bocanada de aire puro luego de nadar unos ocho metros hasta la superficie, saliendo inteligentemente debajo del puente, pegados al pilar.
Las luces del puente se reflejan en el agua como si pudiese ser posible que estén en ambos lados a la vez.
-No lo puedo- la manos de mi esposo presiona mis labios y su índice señala el reflejo, donde una sombra indica que esperan que no salgamos vivos de esto.
Llevo muchos años trabajando como guardaespaldas. Tantos que no se imaginar como sería mi vida sin este trabajo y jamás estuve tan cerca de la muerte. Nunca me sentí en peligro de que mi vida acabase así sin más.
Lentamente nadamos debajo del puente hasta llegar a la orilla más cercana, caminando hasta el lado contrario donde los árboles mullidos y la carretera 280 no dejan ver ni siquiera tus propias manos.
Lo sigo en silencio, aferrada a su mano como si él tuviese las respuestas para todo lo que pasa.
Los celulares están muertos de tanta agua absorbida. No hay forma de comunicarnos con nadie. Nadie sabrá de esto hasta mañana a la mañana con suerte.
Espero que Gastón sepa como seguir porque mi mente está nublada.
Los buos cantan a la luna mientras avanzamos por un terraplén.
-Ten cuidado, Nella- murmura tomando mi cintura cuando uno de mis pies resbala con la tierra seca en contacto con mis zapatos de suela lisa.
-Trato, pero no entiendo nada, Gastón- prácticamente llorqueo-Nos intentaron matar ¿Te das cuenta?
-No es necesario ser tan inteligentes para saber que casi lo logran, Marianella- su tono de voz es áspero- Ahora debemos desaparecer unos días y ver que revuelo se arma. Ellos se equivocaron y van a pagar el precio de ello.
Me paro en seco ante sus palabras. ¿Se ha vuelto loco como para estar tan tranquilo o yo morí y no me di cuenta de ello?
-¿Se equivocaron?- le grito irritada- ¿En qué se equivocaron según tú, genio? ¡Casi nos matan, Gastón! ¡Casi morimos!
-¿Piensas que no lo sé?- me enfrenta- ¿Piensas que soy tan estúpido para no recordar que hace una hora luchabamos por salir de un auto tirado a propósito al fondo de un maldito canal?- grita señalando hacia atras- Porque estaba allí contigo Marianella. Perdí a un amigo peleando por nuestra vida y ellos van a pagar por lo que hicieron. Cada uno de los que esté involucrado aunque se me valla mi vida en el proceso.
Su mirada está desorbitada del enfado que tiene, cristalizada por lado lágrimas contenidas. Todo su cuerpo está tan tenso que sus músculos se marcan debajo de la ropa mojada que cubre su pecho. Sus manos son dos rocas pesadas en dos firmes puños separados de su cuerpo.
Todo él grita dolor por la pérdida de su amigo y tanto enojo como grita el mío falsamente relajado.
Indescriptiblemente conservo la capacidad para que mi cuerpo aparente calma, pero mi mente está en blanco. No sé cómo proceder porque me asusté. Me encuentro atemorizada de un enemigo que no tiene rostro, que no muestra sus razones para hacer lo que hizo o mandó a hacer, porque dudo que sea él o ella en persona.
-Vamos a buscar un teléfono y luego vamos a casa- susurra separando la ropa ensalada de su torso- Ya veremos quien tuvo tal osadía, Nella.
-Está bien- accedo y comienzo a caminar por delante de él hasta que salimos en una gasolinera a kilómetro del puente del Canal Islais Creek
-Vigila mientras hago una llamada, por favor.- solicita.
Asiento y lo veo partir a la cabina telefónica.
Mi cuello tenso gira observando cada coche que pasa, cada rostro de los transeúntes nocturnos, todo indica peligro y precaución.
Unos minutos despues, nos encontramos parando un coche e indicando su dirección para bajar en la garita de entrada.
-Jaime ¿Se hizo todo como pedí?
-Si, señor Lucks. Está todo organizado tal cual fue su pedido.- le contesta evitando mi mirada.
-Gracias. Estamos al habla.
Al llegar a su puerta después de una caminata de otro kilometro, mi único deseo es quitarme todo y bañarme con agua caliente.
-La primera puerta a la derecha de las escaleras es mi dormitorio. Del el armario puedes tomar lo que quieras y en el baño hay toallas.
-¿No quieres bañarte primero?- cuestiono sin querer invadir su espacio personal.
-Voy a hacer una llamada urgente. Puedes hacerlo primero y luego organizamos lo demás.
-Bien.
Sin más, subo para encontrar dos puertas enfrentadas y un masculino y espacioso dormitorio detrás de la puerta que me indicó.
No hay mucho más que una puerta a un lado de la gran cama y en la pared opuesta, un armario de puertas corredizas donde los trajes formales, los conjuntos deportivos y la ropa semi formal, hacen contraste de tejidos y colores.
Tomo un conjunto gris y un bóxer de una gaveta y me dirijo al baño. No me doy tiempo de detallaron. Simolemente abro la ducha y me sumerjo en la cascada de agua donde estas se confunden por mis lágrimas.
Poco a poco, apoyando mis manos en el vidrio y el azulejo a mis lados, me dejó caer al piso formando un ovillo con mi cuerpo. Mi frente presiona contra mis rodillas para ahogar los sollozos involuntarios que amenazan con ahogarme y alivian la presión de mi pecho.
Pierdo la noción del tiempo en la que estoy ahí, perdida entre mis pensamientos, mis emociones y el llanto.
Sus manos pasan suavemente por mi espalda para acurrucarme junto a él.
-Ya estamos en casa, nena. No llores, por favor- suplica susurrando con su frente en mi espalda.
-No puedo, nene. Yo no puedo dejar de pensar en que casi morimos hoy. Tengo miedo de todo y de todos.
Me dejo ver vulnerable por primera vez en la vida y no me decepciona.
Sus brazos me rodean por completo, giran mis piernas para pasarlas por encima de una de las suyas tal cual niña asustada. Sus labios besan mi frente sin cesar y mis extremidades lo rodean por completo regalándome una seguridad que no sabía que podía darme otra persona.
-Shhh, amor. Ya vamos a salir de esto ¿Está bien? Necesitas tranquilizarte Nella. Estas temblando.
Mi físico le dice que si. Mi mente, que está pidiendo imposibles.
El calor de su cuerpo me reconforta, dejando lo que pasamos en el fondo de mi subconsciente. Sigo el ritmo que marca su boca en la mía.
El vapor en el aire nos da intimidad. Rodeo sus caderas con mis piernas sintiendo su desnudez en cada centímetro de piel.
Puede que solo sea el miedo adueñandose de mis sentidos, pero la absorbente necesidad de disfrutar de cada minuto de vida, me hace mover lentamente sobre su erección.
Somos solo mimos, besos y miradas en este instante. Somos manos tratando de memorizar el cuerpo del otro por si mañana nos obligan a separarnos. Son sus manos en mi espalda, en mi cuello y su aliento en mi rostro y cuello. Son las mías despeinado su cabello, palpando cada misculo de su torso y espalda, sintiendo su hombría en mi intimidad hasta lo más profundo.
Por un lapso de tiempo, es la seguridad que me da su toque y el no se qué que le doy cuando el extasis nos hace alcanzar un orgasmo mutuo que nos pone a temblar.
-Te quiero, Nella- confiesa con sus pupilas en las mías.- Siempre te quise y siempre te querré.
No encuentro palabras para contestar. Desde que perdí a mis padres, prometí que nadie pasaría lo que yo. Luego de esta noche, todo se profundizó aún más.
-No tienes que decir nada.- me tranquiliza- Solo quería que lo supieras y ya. Vamos a dormir.
Nos secamos cada uno en sus pensamientos. Me coloco la ropa y me acuesto a su lado al ver que son las seis de la mañana.
Ya hemos tocado fondo. Ahora solo queda resurgir como el ave fénix de entre las cenizas.