16 confiar.

1529 Words
Gastón. Me voy a ver a Johaquin con cero coma cero ganas de dejar a Marianella del modo en que quedó. Sus emociones con respecto a papá, le jugaron una mala pasada y no se como puede llegar a reaccionar si la provocan en ese estado. La práctica hace al maestro y yo tenido una década de ello, lo que me convierte en un hielo ante las adversidades, a menos que se trate de ver sufrir a las personas que amo. Con papá es otra sensación, como una tatea pendiente que insiste en dejarme para joder mi existencia con sus malditas condiciones. Es el desosiego de ser huérfano de ambos padres con treinta y tres años y el enojo de que haya puesto todo en juego por el capricho que te tiene ingresando al despacho de Johaquin justo en este momento. -Alicia, buenas tardes- saludo amablemente- Tu jefe me espera. -Siga adelante, señor Lucks. El señor Mora lo espera en su oficina. ¿Café o alguna bebida que pueda ofrecerle? -Gracias, pero recién comí- miento recordando el poco desayuno que ingerimos con Nella. Me abro paso por la puerta que me conozco de memoria. Prácticamente crecimos juntos, por lo que lo conozco tanto con él a mi. -Amigo, que bueno que al fin llegas- alega abrazándome. -Como que no tenía escapatoria ¿o si?- bromeo- Me hubieras ido a buscar de no venir, Johaco -Y bueno- mueve la cabeza a los lados y ríe meneando las manos- Estamos en algo grande, hermano. No hay mucho que pueda hacer contra ello. -Se que no, pero no deja de molestarme la situación y sabes exactamente por qué. -Por supuesto- se sienta en la silla frente a mi, entrelazando sus dedos para mantener una rodilla en el aire- Tu padre quería lo mejor para ti y nunca llegó a comprender del todo tu decisión, aunque insistí en que lo pensara dos veces, Gastón. -No entiendo porque poner todo en juego por algo que no me afecta- expongo- No fue solo la empresa, sino no me afectaría, pero es todo su patrimonio. -Créeme que estaba muy consciente de ello y totalmente convencido de obligarte a ver que hay segundas oportunidades.- suelta su rodilla de golpe, dejando caer su pie en un golpe sordo contra la madera del piso- Por eso usó ese nombre y no otro. -Prácticamente puso todas las armas que encontró en mi cabeza, Johaquin. No estoy de acuerdo con sus drásticas medidas para hacerme ver nada. Hace su toso hacia adelante y apoya su mano en mi muslo más cercano. Conociendo su lenguaje corporal, lo que viene me va a desagradar más que todo lo anterior. -Él quería que constituyeras un hogar como Dios manda, Gastón. Era terco como lo eres tú y no entendió que no accediste a casarte ni con ella sabiendo que era lo correcto. -¿Lo correcto, dices?- me paro indignado- No me iba a casar con nadie por una responsabilidad compartida y sin sentimientos de por medio, Mora. No me jodas tu también con eso. -No está en mi ser insistente con el tema, ya te lo dije y lo repito- imita mi acción y se para frente a mí- Puedes tratar de negociar con Miguel y que te deje conservar las propiedades que quieres a un buen precio, Gastón. Me enfurece su sugerencia. ¿Habrá bebido alcohol antes de mi llegada? Porque no comprendo su buen trato, según él, a menos que haya enloquecido por completo. -Estas desquiciadamente loco si piensas que le voy a dejar todo el patrimonio que pertenece a mi familia- me señalo convencido de mis palabras- a ese tipo que hizo de mi vida y la de unos cuantos más, un verdadero infierno. Eleva sus brazos y abre sus palmas en el gesto universal de rendición. O quizá piensa que le voy a poner esposas y llevarlo a un manicomio. -Entonces tienes exactamente cuarenta y tres días para enamorarte y casarte con quien decidas, antes de que todo se valla por la borda.- levanta los hombros desinteresado- También era un padre para mí, pero ya sabemos que no hay vacíos legales y se aseguró de que así fuera. -Ni me lo recuerdes- me quejo- ¿Me llamaste para decirme los días que me restan? Infla sus mejillas con una respiración profunda y asiente tranquilamente cuando expulsa el aire. -Recuérdame como me hago dueño de lo que por derecho me pertenece- solicito más calmado al cabo de unos minutos. -Casamiento al menos por el civil, con convivencia comprobable y puedes tomar las decisiones que quieras- relame sus labios y revisa sus notas, recordándome a alguien al instante- Todo queda a tu nombre al cabo de seis meses, o en caso de que ella se embarace, lo que suceda primero. Verla embarazada es una fantasía que forma una imagen visual de ella en micro segundos, aunque no se si estará dispuesta. No voy a provocar al huracán Nella, por lo que no me atrevo siquiera a sigerirlo en voz alta. Si se da, se da, sino a cumplir los seis meses y darle la opción de irse o quedarse. -¿Tienes a alguien en mente, hermano?- su voz cautelosa me indica que mostré algo que aún no quería mostrar. -No realmente- miento- Pero imaginar a cualquier mujer embarazada, es lindo de ver ¿o me equivoco? Una carcajada explota de su boca, supongo que recordando a su ex mujer toda barrigona. -No te equivocas, hermano, pero son una bomba de tiempo, sino mírame a mí.- se señala a cuerpo completo- Para muestra, un botón. Escuchadas las palabras que necesitaba, avanzo hacia la puerta y al llegar, le recuerdo porque está como está. -Los infieles pagan el precio, Johaquin. Hiciste promesas que no cumpliste y te dedicaste a engañarla hasta con tu secretaria ¿Qué esperabas? -Auch, broo- se lleva las manos al corazón fingiendo estar herido por mis palabras- Suave que duele. -La verdad suele doler- le guiño el ojo- Nos estamos viendo y avísame cualquier novedad. -¡No te cases con ninguna desconocida, idiota!- me grita acortando la distancia a mi espalda- ¡Las mujeres pueden ser peores que ese cabrón! -Lo dudo- desestimo ignorando lo que valla a decir a continuación y dispuesto a ir a casa a guardar la computadora de Marianella y la bendita memoria. Una vez logrado mi objetivo principal, me recuesto en el sillón y sus labios finos vienen a miente. ¿Quién no querría casarse con una belleza como ella? No es perfecta, pero ¿quien si lo es? Ni yo lo soy, que no confié en mi hermano del alma para contarle mis planes, que no confió al cien en ella para detallarle todos los aspectos de mi vida y el gran secreto que atesoro con mi vida. Algún día, llegará el momento, cuando la confianza sea completa, porque me niego a exponer algo tan sagrado como ese secreto. Le escribo un mensaje pidiendo permiso para llamarla. Las ganas de escuchar su voz, son más fuertes que yo. No lo contesta durante veinte minutos y una señal de alarma se enciende en mi maldito cerebro. Le timbro varias veces, con el mismo resultado. Nada, absolutamente nada. En un arrebato, llamo a la oficina y me preocupó cuando Jess me informa que se retiró hace horas después de discutir con ellos porque no le avisaron lo de papá. -¿Dónde te metiste, Nella?- me pregunto insistiendo con las llamadas a su celular.' Contesta, muñeca. Por favor, contesta el maldito celular. Una nube de angustia se cierne sobre mi, me sofoca la respiración y los ojos de ne honundan de lágrimas retenidas. -No puede pasarte nada, Marianella- golpeo el volante con fuerza, agobiado como nunca antes me sentí- ¿Dónde estas? ¿Dónde? Sin recapacitarlo por mucho tiempo, conduzco a su apartamento y bajo para preguntar por ella. -La señorita no se encuentra, señor. Si no esta su moto, ella está trabajando- repite por tercer vez en menos de una hora- Le aviso que vino, solo necesito su nombre. -No voy a darte mi nombre. Espero afuera, gracias por nada- ironizo. Pasa al menos una hora hasta que la veo llegar y preguntar cosas tintas, que respondo calmo. En su voz, se tatuó el resto de su llanto y dolor. No voy a empeorarlo. La sigo por la rampa hasta que baja de la moto y la abrazo. Es un consuelo mutuo, para recordarle que estoy con ella y para soltar la angustia que me acojona. -¿Qué haces acá, Gastón?- repite sin mirarme. -Traigo novedades respecto al casamiento y quería verte- culmino confesando. -Habla- demanda cruzando sus brazos. Me propongo levantarle el animo y me atrevo a bromear entre tanta cosa negativa que sucede. -Esperaba un no se- la miro fingiendo estar ofendido- Hola futuro esposito, que lindo verte y vallamos a comer. -¿Algo más que desee el señor?- refuta. -Un beso- digo sin pensar. Al menos logro que sonría levemente mientras niega. -Demasiadas exigencias para esta hora. Pide comida si quieres poque no tengo nada en la nevera. Solo tengo café. -Pucha, che- reclamo cono niño caprichoso.
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