Gastón.
-Buenos días y bienvenidos. Marianella Gerdar, custodia de sus hijos, señor cansiller.- se presenta educadamente con actitud seria, cosa que admiro.
-Buenos días. Anuk Taylor- el cansiller estrecha su mano y la observa rápidamente antes de girarse hacia sus hijos- Le presento a mis hijos, Mila y Marlo. El señor ¿es?- cuestiona mirándome directamente.
-Buenos días y bienvenidos los tres, como dijo mi compañera.- extiendo mi mano y tomo la suya como una formalidad del trabajo- Gaston Lucks. Voy a estar a cargo de conducir para sus hijos.
Anuk voltea su rostro y me analiza.
-¿Es pariente del señor Leonardo Lucks?- indaga.
-El hijo- confirmo- Un gusto servirle como siempre señor.
-El gusto es mío- se dirige a sus hijos con una sonrisa- Ellos van a estar cuidando de ustedes. Si se comportan, el sábado los acompaño a alguna actividad que sea de su agrado.
-Está bien, papa- dicen al unísono.
Los escoltamos al auto y comenzamos el camino a su casa por estos días.
En el lugar, el personal se encarga de acomodarlos en sus cuartos y ofrecerles alimentos. Yo sigo a Marianella en el recorrido para investigar las instalaciones que de echo, son muy seguras.
Nuestro dormitorio ya está asignado al lado de los suyos. En las embajadas se acostumbra a que los custodios de menores descansen lo más próximo a sus habitaciones como es posible. En este caso, aunque no sea un custodio, el señor Taylor insistió en que me quede cerca de sus hijos. Esa desicion no fue del completo agrado de mi futura esposa, pero no hay más opciones que irnos adaptando ya que tarde o temprano, debemos compartir el mismo espacio.
Mientras los jóvenes descansan después de un almuerzo ligero, nosotros organizamos nuestras maletas en los armarios y aseguramos nuestras armas. Arma que cargo y que Nella no es consciente de ello, por supuesto.
Aprecio su figura moverse con ligereza y seguridad por toda la habitación, guardando cosas, revisando su arma con una destreza impecable para una simple guardaespaldas, concentrada en cada paso que da y no puedo evitar repensar en la gordita de 16 años que fue alguna vez.
Su autoestima estuvo tan lastimada y machacada en esa época que jamás pudo comprender mis palabras cuando me acerqué a ella por segunda vez.
- Hola, Marianella ¿Cómo estás?- saludo cuando la veo sentada en los bancos del campus de nuestra secundaria.
-¿Qué te importa?- me mira fijamente con esos faros celestes- Ya te dije que no te conozco de nada y no me interesa hacerlo.
Sonrío con su actitud defensiva, la misma que me cargo yo desde que me tachan de nerd y lento. A veces, es mejor ignorar y alejarse, pero ella llamó mi atención y cuando quiero, soy decidido.
-Me presenté contigo el otro día- alego.
-Y yo te dije que no necesito de tu ayuda.- repite- ¿No tienes mejores cosas que ver que estar molestando?
-No creí que te molestara tanto, pero por el momento- le sonrío con dulzura- no tengo nada más importante que hacer que pasar un rato contigo si me dejas.
Sus cejas se elevan y mira hacia todos lados esperando valla a saber que cosa.
-Es imposible no verte, Marianella- confieso en un arrebato de sinceridad.
Su templanza relajada se transforma en una de disgusto total en cuestión de microsegundos y me cuesta reconocer que hice o dije mal.
-Ya lo creo que sí- refuta ofendida y sin darme tiempo a defenderme, se marcha a continuar dando vueltas a la cancha del estadio.
-Gastón- su mano golpea mi antebrazo y me doy cuenta de que quedé sumido en los recuerdos.
-Dime- le hago saber que regresé de mis cavilaciones mentales y le sonrío con ternura.
-Que si vas a bañarte ahora o entro primero.
Detallo su rostro repleto de pecas, sus ondas oscuras enmarcando su rostro ovalado y sus labios rosados y finos, completando el equilibrio ideal a todo pensamiento perverso. Bajo la mirada por su cuerpo seductor. Senos llenos y grandes, cintura estrecha que va tomando forma de reloj de arena a medida que llega a sus anchas caderas y cuando llego a sus muslos, el movimiento de sus piernas recargandose en una de ellas, me recuerdan lo mal que hago al observarla de esta manera.
-Ve tu primero- accedo sin mirarla directamente para que no lea la vergüenza de verme descubierto.
Durante los 12 años que llevo en mi carrera, jamás permití que mis sentimientos influyeran en mi trabajo, ni siquiera esa fatídica noche.
Hoy lo siento diferente porque no he trabajado durante horas con ella, con su presencia tan cercana a la mía. No había tenido la oportunidad de apreciar el cambio drástico que tiene su carácter al trabajar. Es seria y centrada a más no poder.
La leí perfectamente en la mañana y me alegró saber que pude ponerla nerviosa en el buen sentido. Quizá no le pase lo mismo que a mi, pero por el momento, me conformo con saber que le genero algo.
Sale del baño completamente vestida con su uniforme y me quejo internamente de que no muestre tanta piel como me gustaría.
Van a ser largas las horas hasta que llegue la noche, me quejo internamente cuando hago mi pase al baño y me ducho rápidamente.
Parece que mis pensamientos me acompañan el día de hoy y se coordinan con lo que es la jornada, porque los chicos no hacen mucho más que recorrer el lugar, tomar el sol junto a la alberca y acostarse temprano debido al Jet lag.
-Si gustas, cena primero y luego ceno yo- señalo el segundo piso- así nos aseguramos que está todo en orden- sugiero para mantener el control del trabajo como prioridad, tal como debe ser.
Sus órbitas celestes me estudian un momento, dudando si darme tal confianza y debo admitir que la comprendo complemente.
-Está bien- accede finalmente- Dame unos minutos y ya subo.
-Come tranquila, Nella. Va a estar todo bien.
Guarda cualquier comentario que le surge y subo hasta nuestro cuarto para verificar que los canales de comunicación de los dormitorios de los chicos, están abiertos.
Los hermanos hacen planes de salir a correr en la mañana por teléfono interno, en su idioma natal, antes de recibir la llamada en nuestro interno desde el dormitorio de Mila.
-Buenas noches- digo al terminar de levantar el tubo.
-Buenas noches, señor Lucks- saluda en perfecto inglés- para avisar que saldremos a correr a primera hora de la mañana. ¿Estaría bien para ustedes?
-Estamos a su servicio, señorita- le recuerdo- Solo confirme a la hora que quiere salir y los esperamos en la salida de sus habitaciones.
-A las 7 de la mañana y antes del desayuno, por favor.
La puerta de la habitación se abre y Nella me mira curiosa. Levanto la mano para indicarle que ya le cuento y observo como cruza sus brazos y se sienta en el sofá junto a mi.
-A esa hora estaremos listos, señorita.- confirmo- ¿Algo más?
-Lleven bastante agua, porque solemos correr al menos veinte kilometros- informa risueña- Luego nada más.
-Así se hará. Que descanse.- finalizo.
- Igualmente- declara antes de finalizar la llamada.
Coloco el tubo en su lugar y le cuento a Nella la solicitud que hicieron los jóvenes, más su acotación de los kilómetros que recorren.
Una hermosa sonrisa se extiende por todo su rostro y me pregunto donde quedó la joven que se quejaba de correr doscientos metros, que conocí hace dieciséis años.
-¿No creen que corramos esa cantidad de kilómetros?- cuestiona burlona.
-No lo sé. Solo dijo que llevemos agua, pero ya ves como es de prejuiciosa la gente, Marianella, así que no se que pretendía- reconozco alzando mis hombros.
-Ve a comer si gustas- indica luego de unos segundos estudiando mi rostro.
Analizo lo que voy a hacer, porque los recuerdos del pasado siguen estando ahí. ¿Qué tanto ha cambiado? ¿Seguirá igual que hace tanto tiempo? De verdad espero que no, porque los vellos de la nuca se me erizan al imaginar que es así.
Suspiro frustrado al darme cuenta de que no puedo controlarlo absolutamente todo y con pocas ganas, accedo.
-Esta bien. Ya regreso.
Creo que demoro más en bajar las escaleras y llegar a la cocina, que en comer y lavar mi plato para regresar lo antes posible, derecho al baño a lavar mis dientes.
Marianella ya se encuentra recostada con el celular en la mano y tapada hasta los hombros, donde una remera básica, los cubre con delicadeza.
Me higienizo y me cambio tranquilo cuando no veo nada sospechoso e intercambiamos miradas cuando salgo del baño.
Esta vez no me recorre el cuerpo completo ni lo hago con ella. Es solo su celeste analizando mi actitud de loco desquiciado y mi marrón tratando de ocultar los miedos que nacen dentro de mi.
Le regalo una sonrisa tranquilizadora y me voy a mi cama a leer un rato y a tratar de descansar.
Puedo jurar que la pechuga de pollo, hace el intento de salir volando de mi estómago de tan rápido que la comí, pero no me rindo y trato de relajarme para descansar.