Marianella.
Salir a correr por el parque siempre logra distraerme de la rutina y me lleva a mi centro donde nada me perturba, nada me molesta y todo es paz y amor.
Mi teléfono suena y aminoro la marcha para no hablar como una desquiciada. Respiro profundo por la nariz y lo exhalo por la boca para regular mi ritmo cardíaco como me enseñó Leonardo.
-¿Bueno?- saludo.
-Marianella- se oye un carraspeo incomodo- Jess, para avisarte que el jefe quiere verte mañana a primera hora, sin falta.
-OK. Asegúrate de agendar la cita esta vez, porque yo grabo mis conversaciones telefónicas.
-Pero Nella- comienza a hablar.
-No me importa lo que digas.- la interrumpo- Tu estabas ahí cuando dijo que me esperaba para hablar, asi que nos vemos mañana, colega.
Cuelgo la llamada pasando la mano por el manos libre, aprovecho a hidratarme y continuo con mi camino de regreso a casa.
Los entrenamientos siempre terminan en lo mismo, heladera y baño. Una buena ducha y un licuado de espinaca y fresas, me dan un poco de energía por si me llaman para algo urgente.
Me cuesta concentrarme en la tele por el enojo, pero unas horas después, me rindo al sueño hasta el otro día, donde despierto arrollada en los pies de la cama.
Me alisto como todos los días y parto hacia la oficina haciendo ejercicios de respiración para calmarme. Ejercicios que no sirven para nada, porque al llegar al estacionamiento, veo que el desgraciado no se ha dignado a llegar. De verdad agradezco el grabar mis llamadas telefónicas, porque esta vez no va a tener ninguna escusa para sacarme de su maldita oficina.
-Jorge- le hago un asentimiento de cabeza y el pobre ya sabe que llegué con los Gerard y los Sims atravesados.
El maldito ascensor se toma su tiempo para subir, pero cuando abre sus puertas en el piso correspondiente, Jessenia ya me espera al lado de su escritorio.
-Marianella, buen día.- saluda con una sonrisa más falsa que moneda de tres pesos.
-Buenos días para ti, porque para mi no lo serán hasta que llegue Miguel.- refuto.
-Miguel no te mandó llamar, Nella. Fue el jefe, jefe.- comienza a caminar hacia la oficina de Leonardo- Sígueme.
-¿El jefe?- inquiero dudando.
-Si, Marianella- llega a su puerta y golpea dos veces.
-Adelante- se oye su permiso y Jess me abre la puerta.- Puede irse, Jessenia.
Me quedo viendo como se marcha con la cabeza gacha, estupefacta y sin saber que me voy a encontrar aunque tengo la sospecha de que es el tipo de ayer.
-Pasa y cierra la puerta, Marianella- murmura de espaldas a mi, sentado junto a su escritorio.
-Permiso y buen día, señor.
-Buenos días, señorita.- menciona girando la silla.- Siéntate.
Junto mis cejas cuando mis ojos hacen contacto visual con el hombre que entró a la oficina de Miguel el día de ayer y que hoy tienen el tupé de tutearme como si me conociera desde siempre.
-Te sorprendí ¿cierto?- ladea la comisura de sus labios en una sonrisa- Veo que no me recuerdas, pero permiteme presentarme.- se irgue en su metro ochenta y acomoda su saco antes de extenderme la mano- Gastón Lucks, hijo de Leonardo.
Abro y cierro la boca varias veces y por simple impulso me paro. ¿Lo conozco? No lo conozco, me respondo en mi mente.
-Marianella Gerard Sims, para servirle- estrecho su mano por mera educación.
-Sé quién eres, Marianella- asegura- He oído suficiente sobre ti.
-Ok- murmuro insegura de que podría haber escuchado sobre mi e imito su accionar cuando se sienta- ¿En qué soy buena?
-Primero que nada, necesito saber si hay micrófonos o cámaras en esta oficina.
Me remuevo en el lugar y observo los puntos exactos donde yo colocaría esos artefactos en caso de necesidad.
-No estoy muy segura de ello, realmente- reconozco- Su padre no permitía que muchos ingresen a su oficina, pero estuve un mes ausente, asi que no lo podría garantizar.
-¿Porque un mes por fuera?- cruza los dedos de sus manos sobre el escritorio y entrecierra los ojos.
-Verá- miro mis manos ofuscada de tener que recordar todo- Salió una oferta para servir de guardaespaldas a un jugador de basquetbol en Los Angeles mientras disputaban el final del campeonato y durante unos días más que duraban las rudas de prensa y demás.
-Y mi padre te lo asignó a ti- conjetura.
-En realidad se lo asignó a Lacoste, pero no quería ir porque tenía una reunión familiar importante y quiso negociar ese trabajo.
Me escruta con la mirada pacientemente como si no me ceyese.
-¿Sabes qué? Me dió hambre. Te invito a desayunar y me cuentas más sobre ti.
-Pero yo ya- me hace que no con la cabeza y señala sus ojos y oídos.
-No puedes negarte a un café en la esquina con tu jefe ¿cierto?
-OK. Se lo acepto- digo siguiéndole la corriente.
Caminamos hasta el ascensor y él se encarga de decirle a Jessenia que ya regresamos. Salimos por la puerta principal y me detiene cuando voy a doblar la esquina para ingresar al café.
-Crucemos- ordena.
Ingresamos a una cafetería que queda frente al lugar donde íbamos a estar y me hace sentarme de espaldas a la puerta y junto a la ventana que da a la calle.
-Sígueme contando de ese encargue- apremia.
-No hay más. Él me dijo que me iba a tomar en cuenta para ese examen y yo dije que si.
-¿Papá sabía que negociaron eso?
-En realidad creo que no, señor Lucks.- miro mis manos y trato de proseguir- Al otro día, cuando ya estaba en Los Angeles, Leonardo me llamó- carraspeo al darme cuenta de que tuteé a su padre- Perdón, el señor Lucks me llamó para preguntarme porque no fui a la oficina y le comenté lo que había pasado.
Parece enojado mientras suspira y se pasa las manos por el rostro. En ese momento me dedico a mirarlo a detalle. Espalda ancha, cabello castaño oscuro como su barba de dos días, la piel canela y las manos gruesas y rústicas.
-No me importa si hablas de mi padre con su nombre, Marianella. Soy consciente de la confianza que te tenía. Lo que no entiendo es cómo te fuiste a una asignación que papá no sabía.
-Miguel me llamó la noche anterior y no suelo molestar al jefe- suspiro al recordar que ya no tengo a quien molestar, nunca- No solía molestar al jefe para corroborar cosas a las once de la noche, señor Lucks.
-Me resulta todo muy extraño- frota su frente y vuelve a mirar por la ventana al otro lado de la calle.
Por simple inercia hago lo mismo, pero no veo nada raro.
-¿Sucede algo, señor?- cuestiono al ver que observa todos los rostros dentro y fuera de la cafetería.
-No me digas señor, por favor. Ahora cuéntame que sabes de lo que pasó cuando estabas allí.
-No mucho, en realidad- paro cuando la mesera viene a solicitar nuestros pedidos y continuo una vez que ya los tiene- Al otro día que llegué me hizo esa llamada y a los días me encontré con el titular en los medios.
-O sea que nadie te avisó que mi padre estuvo internado desde ese día.
-¿Internado? ¿Leonardo estuvo internado?- abro la boca cuando asiente y desvía sus ojos a mi espalda- Nadie me lo dijo y Miguel no me quiso mandar un remplazo cuando se lo pedí.
-¿Porque pedirías un remplazo en media asignación de trabajo?- cuestiona con sus ojos duros en los míos.
-No conocí a su esposa ni mucho sobre su vida privada, pero el señor se tomó el tiempo de enseñarme algunas mañas del trabajo y le tenía mucho respeto. Me hubiese gustado estar ahí para darle un último adiós.
-Ya veo- pausamos nuevamente cuando la mesera regresa con dos tazas de café y dispone unos corasain en el medio de la mesa- De las patologías de papá ¿Qué sabías?
-¿Me está acusando de algo?- refuto al sentirme en pleno interrogatorio y me paro indignada- Porque desde ya le aviso que sería incapaz de hacer algo contra la persona que me dió una mano en mi peor momento.
-Solo quiero saber que es lo que se sabe de su vida, Marianella- toma mi muñeca y ejerce algo de presión hacia abajo- Ya Siéntate que estoy llegando al punto y responde lo que te pregunté.
Debo reconocer que su postura me molesta. Me molesta que siquiera sospeche que yo sería capaz de hacer algo en contra de Leonardo. Me molesta que no hable claro. Y lo que más me molesta es que sea tan intransigente al preguntar y no decir nada más. Es imposible no colocarse a la defensiva cuando te sientes atacada por un completo desconocido.
-Ya dime lo que quiero saber, luego me escuchas lo que tengo para decirte y puedes hacer lo mejor que te plazca cuando hallamos acabado los dos.