Recuerdos amargos

3393 Words
—Peyton Wilson El llamado se escuchó con un ruido ensordecedor para la chica, tanto que creyó percibir que hizo eco en cada uno de los espacios de la sala de espera donde se encontraba al pendiente de ese llamado que la sobresaltó. Miró a los lados al sentirse desorientada. Lentamente se puso de pie, y luego de mirar sin motivo aparente a una mujer que estaba a solo dos asientos en la misma fila de sillas en la sala de espera donde llevaba una hora esperando ser atendida, se abrió paso entre las sillas que tenía al frente y caminó hacia la barra de la recepción, desde donde suponía que la habían llamado. —Yo, yo soy Peyton —anunció titubeante a dos mujeres que estaban sentadas detrás de la barra de la recepción—. Peyton Wilson. —Ah, señorita —respondió una de ellas con una agradable sonrisa. Peyton no podía corresponderle, se sentía perdida, estaba bloqueada—, corrió con suerte, casualmente el doctor está de guardía, lo acabamos de ubicar, disculpe el retardo. La va a recibir en su consultorio en el piso diez —hizo una pausa esperando ver si Peyton iba a decir algo y al ver que parecía ni inmutarse, continuó—. Tome uno de los elevadores que están en el ala oeste. Estos de acá no le sirven. Peyton, aunque la escuchaba a la perfección, en su expresión parecía estarle dando poca importancia a lo que la enfermera le acababa de decir. Se quedó paralizada mirándola fijamente. —Señorita —la chica llamó su atención—. Señorita Wilson —la volvió a llamar. Solo cuando la enfermera abanicó sutilmente sus manos frente a sus ojos, Peyton reaccionó. —Disculpe, ya voy —Peyton le contestó sacudiendo la cabeza al tiempo que parpadeó varias veces para despejar el estado de aturdimiento en el que su mente la tenía desde el día anterior que habló con la señora María, la propietaria de la casa de huéspedes donde lleva ocho meses viviendo. No era para menos, la noticia que recibió no fue la mejor para ella. No tenía opciones para enrumbar su vida a otro lugar, tampoco a alguien que le diera una mano amiga. Estaba sola, sola con su pequeña hija de tres años de edad, Saanvi. Como si el mundo se le hubiera caído a los pies se sintió en pérdida. No quería volver a pasar por la desagradable experiencia que ambas vivieron al llegar a ese país. Huyendo del padre de Saanvi, quien estuvo amenazandola y acosandola constantemente con quitarle a su pequeña hija al ver que ella no accedía a volver con él, bajo la promesa de que iba a ser recibida y recibir el apoyo de una supuesta amiga de su madre que prometió recibirlas al llegar a Estados Unidos, se aventuró a gastar hasta el último céntimo de los ahorros que su madre le había dejado luego de fallecer a causa de un infarto, junto con su pequeña hija tomó un avión hacia el país de los sueños, ese país que prometía un mundo de ensueño, colorido y lleno de tanta magia que todo el que llega olvida de inmediato las penurias recién vividas que pudiera traer de su país de origen. Peyton hasta ese día, mientras avanzaba por el pasillo hacia los ascensores para ir a ver al doctor que insistió que le hiciera esa visita, todavía no había visto esa maravilla de vida de la que muchos le habían contado. Para ella la vida no le ha mostrado su verdadera cara, esa que se repite una y otra vez, es merecedora. Frente a ella aun no se ha presentado el camión de la suerte y las oportunidades que la sacaría de la cadena de situaciones adversas que la han perseguido. Quien la recibiría a su llegada, nunca la esperó en el aeropuerto, no contestó sus llamadas. Al llegar a ese país de inmediato quedó sin el techo prometido, así fuera temporalmente mientras ella se asentaba, por lo menos uno que sirviera para cubrir sus cabezas y resguardarlas de las inclemencias del tiempo, porque mentalmente era consciente de que no tenía una base sólida sobre la cual construir sus ideas y recomenzar en ese país extraño. Estaba confundida, hizo ese viaje bajo mucho estrés, y un temor inmenso de que Agustin, el padre de Saanvi cumpliera su palabra. Al estar sola con una niña de apenas tres años de edad, teniendo detrás de ella a un hombre acosandola, prometiendo una vida perfecta, después de casi haber acabado a golpes con su vida de tanto maltrato que le hizo al punto de obligarla a asistir en varias ocasiones a la emergencia de un centro de salud por la gravedad de las lesiones que le ocasionaba por lo desalmado que era al no tener compasión y hacer de ella una saco de box donde descargaba su ira sin que ella hiciera algo que justificara sus arremetidas, no lo pensó dos veces cuando la mujer que ahora parecía un espectro telefónico, le propuso apoyarla. Desanimada avanzó por el pasillo, miró el reloj que adornaba su delgada muñeca, y pensó que aún tenía muchas horas por delante para ir a la agencia de colocación para buscar la información del lugar donde ir a hacer el servicio ese día. Hasta celebró tener algo en qué distraerse esa mañana, porque la mañana del día anterior había renegado de asistir dado que le pareció una pérdida de tiempo y dinero en pasajes que luego de recibir la desagradable noticia de la señora María, era consciente que debía evitar. De solo recordar la trayectoria de su día anterior, hubiera preferido saltarselo por unos cuantos más y adelantar el calendario. Inicio del Flashback: La mujer de piel color canela y ojos color miel, observaba totalmente embelesada a su pequeña Saa, diminutivo de Saanvi, así le dice a su hija por amor, cuando escuchó su nombre en el altavoz de la casa que viene ocupando desde hacía cuatro meses, se sobresaltó,sus ojos reflejaron el susto ante el nivel de distracción en el que encontraba y había venido presentando en los últimos días. Estos se abrieron como si fueran a salirse de su órbita. La voz de la señora María, una mujer de unos cincuenta y cinco años de edad, de origen mexicano, que arrienda pequeñas piezas a los latinos que toman la decisión de aventurarse a ese país en busca de una oportunidad, ilusionados con comenzar una vida diferente y darle a sus familiares mejor calidad de vida de la que lamentablemente muchos han tenido, logró alterar a la chica. Como impulsada por un resorte, Peyton se incorporó del catre que le servía de cama desde que estaba ocupando ese espacio reducido de dos ambientes, constantes de un cuarto cuatro por cuatro y un espacio mucho más pequeño que hacía las veces de sanitario y ducha. —Mami, ¿qué pasó? —la dulce voz de Saa, la obligó a girar el rostro de manera abrupta para mirarla. —Eh, eh, nada, nada, miel —así le dice como expresión ante el amor infinito que siente por ella por ser lo único y más valioso que ha tenido y tiene en la vida. —¡Aaah! ¡Me asustaste! —exclamó la pequeña acentuando la expresión con su mirada. Sus ojos son del mismo color de los de Peyton, pero más vivaces, tiernos, totalmente ausentes del signo de sufrimiento que sí se refleja en la mirada de su madre, y que la hace ver aún más humilde, como si necesitara hasta del aire para poder respirar. —Disculpa, miel —le pidió al tiempo que se inclinó para depositar un tierno beso en su mejilla pegajosa. Tenían apenas una hora de haberse despertado, y Peyton esperaba a que Saa terminara de comer la última porción del cereal para asearla, vestirla y llevarla a la guardería. Se había propuesto ir a visitar algunos lugares para buscar un segundo empleo en algún restaurante lavando trastes o trapeando los pisos cuando no la llamaran de la agencia de colocación. Resopló, y puso sus manos en lo alto de su cabeza para alborotar su cabellera en señal de nerviosismo porque se dio cuenta que estaba realmente mal. La situación que estaba viviendo le rebasaba, ya no sabía qué hacer. Su cuerpo se estremeció al sentirse como si estuviera sumergida en un pozo oscuro y profundo del cual no podría escapar nunca. El poco dinero que junta de los pagos de las jornadas de limpieza no le estaba alcanzado y por rumores de los inquilinos parecía que la señora María haría un aumento en el arriendo, la razón de su distracción y preocupación actual. De no ser por el llamado de la señora María, se hubiera quedado sumergida en el universo paralelo que construyó en su mente y donde vive dos realidades, una donde vislumbra un futuro más deprimente del presente que tenía y siempre le había acompañado, mientras que en la otra realidad, todo era casi perfecto, se veía con Saanvi en una casa de ambas y con todas las comodidades, Saa estudiando y ella en un puesto de trabajo real, de esos que son permanentes, el que le aseguraría la paz y tranquilidad que tanto había deseado, donde no tendría que preocuparse por saber si podrá pagar o no el arriendo del mes siguiente o si tendrá para el cereal y las pocas frutas que puede comprarle a Saa para paliar su decadente alimentación. De la impresión, un dolor de cabeza le atacó de pronto. Se llevó la mano a un costado porque cuando se incorporó de darle el beso a Saa, sintió una presión extraña que le tapó los oídos. Lo justificó con que había sido por haberse parado con brusquedad y por la ausencia de alimentos. La noche anterior no cenó y en la hora que llevaba despierta solo había ingerido agua, no quiso comer de lo poco que les quedaba para así tener un poco más de comida para Saa. —Peyton Wilson —una vez más el altavoz le recordó que requerían su presencia. Apretó su cabeza del lado donde el dolor fue más agudo. —Miel —llamó la atención de Saa que así como le advirtió haberla asustado, se abstrajo en el dibujo animado que estaba viendo en el pequeño televisor— te voy a dejar sola un par de minutos, no le abras la puerta a nadie, ¿sí, mi melcochita? —inquirió mirándola desde lo alto, pero Saa parecía no prestarle atención. Al final se decidió por tomar las llaves y cerrar con seguro para que nadie pudiera invadir la habitación. Apresurada salió, cerró y se aventuró por el largo pasillo del tercer nivel de la casa de cuatro pisos. —Buenos días, Peyton —la saludó uno de los inquilinos—. ¿Preparada para ir ante la señora María? —le preguntó con expresión de ser ahorcado. —No exageres, no es tan malo ir de vez en cuando con ella, a veces hacen falta unas buenas sacudidas —contestó optimista procurando llevarle el ritmo al buen ánimo del señor Milton—. Buenos días —agregó al tiempo que le guiñó un ojo y se alejó. Con la mano en el lado donde el dolor de cabeza era un tanto martirizador, bajó las escaleras hasta la primera planta. Como si sintiera que le faltaba la respiración descansó unos segundos, tocó la puerta de una habitación casi del tamaño de su cuarto, que hace las veces de oficina. —Adelante —la voz grotesca de María se escucha al fondo. —Permiso —dijo Peyton asomando de a poco la cabeza por la desgastada puerta de madera que en alguna oportunidad tuvo mejor presentación, tenía manchones de pintura que segura estaba le habían colocado para darle mejor aspecto y en sus bordes se evidenciaba el paso de las termitas. —Pasa, ahí tienes una llamada de Melrose Hospital —le informó la mujer señalando el teléfono, lo que causó curiosidad en Peyton, se quedó mirando fijamente el aparato—. Te voy a dejar sola un momento —anunció poniéndose de pie, lo que hizo que Peyton volviera su atención a ella—, no creo que sea necesario advertirte que no debes tocar nada —agregó la regordeta en un tono de voz que a Peyton le resultó odioso y hasta ofensivo. Fastidiada por el comentario, avanzó hacia la mesa que servía de escritorio y tomó el auricular mirando a María alejarse hacia la puerta, torció los ojos por lo desagradable que la mujer la hizo sentir. Sonrió levemente, miró alrededor el deprimente espacio y se preguntó ¿qué podía haber allí que a ella le interesara? o ¿qué costara lo suficiente como para que decidiera arriesgarse a meterse en un problema policial? Resopló y volvió a torcer los ojos ante lo que estimaba era una estupidez de la señora María. Se dijo a sí misma que más objetos de valor había visto en los lugares donde la habían enviado de la agencia de colocación en la que estaba inscrita para realizar servicios de limpieza, y ni porque la dejaban sola y con tanta necesidad, era capaz de tomar lo que no era suyo. Sacudió la cabeza a los lados en negación por la ofensa y se llevó el aparato al oído. —¿Sí? —era su forma de saludar habitual. —Buenos días, ¿hablo con la señorita Peyton Wilson? —escuchó una voz femenina al otro lado de la línea. —Sí, sí, soy yo. Buenos días. —La llamo de parte del doctor Graham del centro de diagnóstico de Melrose Hospital, West Brattleboro —le aclaró la voz femenina. —Ajá, dígame —alentó a la mujer a continuar, estaba curiosa. —Debe venir a la consulta el día de hoy o mañana a las dos de la tarde, el doctor Graham le manda a decir que no deje de venir, es imprescindible que pase por aquí —le dijo la mujer en un tono de voz casi insistente. —¿Consulta? —cuestionó—. Yo no he pedido ninguna consulta —adujo contradiciendo a la mujer. —Según el registro, usted asistió a este Hospital por los estudios de rutina que le exigió la agencia de colocación Adecco Staffing hace dos meses ¿cierto? —Hmm, sí —respondió con duda. —Pues en razón de esos estudios es que el doctor Graham le pide no dejar de venir a la consulta, ya tiene un lugar reservado cualquiera de estos dos días a esa hora —le informó la mujer. —Eh, gracias —contestó Peyton dudosa, y como si no se permitiera que lo olvidara, el dolor de cabeza punzó en el lado izquierdo posterior de su cabeza—. ¡Auch! —exclamó—. Disculpe pero no creo que pueda ir, tengo que trabajar esos dos días, no puedo perder esos turnos —manifestó preocupada, aunado a que no creía necesario ir allí—. Dígame por aquí qué desea hablar ese doctor conmigo, no puedo faltar al trabajo. —Disculpeme señorita Wilson, pero solo cumplo con la orden de notificarle la cita, para obtener mayor información debe venir al Hospital —adujo. —Eh, bueno… —pausó el habla porque en ese instante la puerta se abrió para dar paso a la señora María, quien la miró con expresión de fastidio y le hizo seña al reloj, como si Peyton hubiera realizado la llamada. La ignoró y volvió su atención a la chica al otro lado de la línea—Gracias, lo tendré en cuenta. Sin esperar respuesta de la mujer que la llamó colgó el auricular y caminó hacia la puerta decidida a abandonar el espacio antes de que María buscara desahogar sus frustraciones lanzándole más ofensas o acusaciones sin sentido y le dijera algo del supuesto incremento del arriendo. —Gracias, señora María —le dijo desde la puerta. —Eh, Peyton… —la llamó en voz alta. —Disculpe, si puede hablamos en la noche, ya estoy algo retardada —le dijo acelerada estando en el pasillo—. Gracias, feliz día —agregó y cerró la puerta. Apresurada avanzó hacia las escaleras para volver a la habitación, y solo cuando metió la llave en la cerradura, soltó la respiración al pensar que en esa ocasión se había salvado, y de inmediato su mente volvió a la llamada. Sintió curiosidad, hasta se preguntó si era normal que la llamaran de un centro de salud donde asistió solo a hacerse los estudios pre-empleo y de los cuales le habían informado que todo estaba bien para ingresar a la agencia. Recibir esa llamada y pasado todo ese tiempo, le estaba resultando extraño. Le dio qué pensar. No obstante ello, ante la premura por estar casi sobre la hora en la que debía salir, adicional al dolor de cabeza que la acompañaba y que no estaba dándole tregua, dificultándole un poco pensar con mediana claridad, decidió no darle importancia a la llamada y le sonrió a Saa cuando la niña levantó la mirada para verla. —¡Regresaste! —celebró la niña y se puso de pie sobre el catre para abrir los pequeños brazos buscando que Peyton la levantara y le diera mimos. Como ya era costumbre entre ellas, Peyton le dedicó un minuto de besos, un abrazo bastante apretado y cosquillas en los costados para manifestarle todo su amor —Ay, ya es tarde, mejor vamos a prepararnos —le dijo a la pequeña y la dejó nuevamente sentada en el catre. —¿Por qué debo ir a ese lugar? —se quejó Saa—. ¡Quiero ir contigo! —agregó mostrándole uno de los tantos berrinches que armaba casi a diario. —Miel —le dijo inclinándose y tomó su mentón para mirarla a los tiernos ojitos que ya vislumbraban unas cuantas lágrimas—. Sabes que mamá debe trabajar ¿verdad? —Saa asintió en un movimiento de cabeza e hizo un puchero—. También sabes que en los lugares donde trabajo no aceptan que los padres lleven a sus niños, sino no me dan el empleo ¿recuerdas que te lo he dicho? —la pequeña volvió a asentir—. Bueno, mi melcochita, si me quedo contigo entonces no tendremos dinero para comprar alimentos ni para estar en este lugar, nos quedaríamos en la calle y moriríamos de frío y hambre, ¿quieres eso para mamá y para ti? Saa pese a su corta edad, entendía muchas cosas de la vida, entre ellas lo que es pasar penurias por hambre y el miedo de no tener un lugar donde pasar la noche. Era algo que tenía fresco entre sus recuerdos, pues apenas habían transcurrido tres meses que ambas vivieron esa desagradable experiencia. —No mami —expresó mientras levantó las manos y las pasó por sus ojos estrujándoselos para limpiarse las lágrimas, como lo hace un adulto cuando decide espantar los malos pensamientos y enfrentar las adversidades de la vida. —Pues vamos mi melcochita, ayuda a mamá a hacer todo esto más fácil, al final de la tarde iré por ti, el fin de semana te compensaré —le prometió con dulzura. Para Peyton estaba siendo difícil llevar el día a día en ese país, pero no más que si hubiera mantenido la idea de quedarse en un lugar donde no solo no tenía oportunidades de empleo, estaba comenzando a vivir en condiciones precarias, se estaban disminuyendo los pocos ahorros que le dejó su madre recién fallecida, sino que también el padre de Saa la amenazaba constantemente con quitarsela, lo que para ella hubiera sido la muerte. Peyton recordó eso y miró a Saa, pensó que cualquier esfuerzo que hubiera hecho para estar allí y el que le tocara hacer en el futuro para darle a su pequeña la felicidad que no había tenido, valía la pena, pero juntas. Peyton era de esas mujeres que vivían con una esperanza ciega, pese a sus estados intermitentes de viaje al multiverso donde dividía su realidad en dos espacios, los embates de la vida por momentos la habían llevado a ver lo peor de su futuro, eso si desiste de luchar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD