[Capítulo 3: Encerrada]
Punto de vista Rosie.
Moscú, Rusia.
Mis rodillas tocan mi pecho mientras mis brazos están alrededor mis piernas, mi cabeza recostada en la cima de mis rodillas. No sé cuántas horas llevo en este lugar, pero sé que han pasado muchísimas porque ahora entra una pequeña rendija de luz de sol.
Me han traído a un maldito calabozo, el olor es desagradable y todo es muy frio, mi cuerpo no ha dejado de temblar y lo único que he tenido para mi protección ha sido mi propio cuerpo, el cual duele debido al golpe de la caída.
Siento un dolor muy fuerte en mi cadera derecha, que fue la más afectada pues caí sobre ese lado. He destapado mis ojos al fin, pero en vano, porque hasta hace unos pocos minutos me envolvía la total oscuridad. Aunque veo que la pequeña rendija de luz natural no será suficiente para iluminar el espacio y dejarme ver realmente en donde estoy a qué me enfrento.
Mis lagrimas ya han acabado, ahora el único dolor que siento es físico porque lo que más siento es rabia y decepción.
Nunca me imaginé que mi propio padre me fuera a traicionar y ¿entregarme a la mafia Rusa? Esa fue la gota que derramó el vaso. ¿Quién en su sano juicio estaría bien con hombres completamente aterradores, capaces de matar solo porque pueden? Yo no, definitivamente yo no.
Estoy pensando seriamente en que mi padre ha tenido problemas en su cabeza, tal vez un derrame, esquizofrenia o algo así para haber caído tan bajo y tomar decisiones tan poco correctas, porque el hombre que yo conocía no sería capaz de tener lazos con la mafia nunca.
Respirar en este lugar cuesta, más que debido al mal olor, se debe al ambiente, es pesado, está cargado de dolor y sufrimiento. Y les juro que no miento, yo siento que en este lugar pasaron cosas espantosas y temo que voy por el mismo camino.
Las horas pasan y pasan y la luz de la rendija desaparece, es noche de nuevo y yo aún no he probado bocado, mi estomago ruge, pero me niego a siquiera gritar pidiendo ayuda. ¿Quién me va a ayudar en un lugar como este?
Estoy deshidratada, mareada, no he dormido en todas estas horas por miedo a no volver a despertar.
He tenido que hacer mis necesidades en un rincón, que he encontrado a tientas tocando la pared, tuve mucho miedo de que me fuera a salir un animal, oriné en tiempo récord y el olor, aunque es mío, es horrible.
Me siento fatal y vuelvo a hacerme bolita de medio lado en el suelo.
Quiero salir de acá, necesito hacerlo.
***
Segunda noche que paso en vela, la luz del sol nuevamente se filtra por la rendija, pero esta vez es diferente, escucho ruido sobre mi cabeza, levanto la mirada únicamente, ya que siento mi cuerpo muy pesado como para levantar el cuello, aunque sea un poco. Entrecierro mis ojos ante la horrible luz que me da directo. El cielo esta sobre mi cabeza, ¿he estado todo este tiempo en un pozo a la intemperie?
El mismo hombre de dientes torcidos se alza sobre mí.
—¡Buen día, preciosa! ¿Cómo pasaste la noche? —su pregunta es irónica porque después de hacerla ríe con fuerza y me arroja una naranja, esta rueda por mis pies cayendo justo en el lugar donde yo hice mis necesidades.
Cierro mis ojos con fuerza, mi garganta arde y me siento muy deshidratada. El hombre vuelve a cerrar la escotilla y nuevamente me quedo sola en medio de la poca luz que puedo obtener. Ahora entiendo porque sentía tanto frio.
Tengo hambre y sed y aunque sé que la naranja ha caído en un pésimo lugar, tengo la esperanza de que la cascara cubra todo el interior y así pueda comer, tomo la naranja y el suelo no está muy mojado ya, se ha secado la mayoría de líquido, lo cual es bueno, limpio la naranja con mi ropa y con mis uñas trato de arrancar la cascara, es algo dura y tengo que hacer mucha fuerza para pelar la cascara, pero lo logro y las primeras gotas de naranja se siente como jubilo en mi boca.
Me como aquella fruta como si fuera el manjar más delicioso del mundo.
No sé qué hora es, he perdido toda la noción del tiempo, solo lo intuía cuando veía que la rendija perdía luz, pero ahora la noche ha llegado pronto.
Truenos se escuchan sobre mi cabeza.
—No, no —pido al cielo, como si mi suplica fuera suficiente para detener la furia del planeta. No lo hace y una fuerte tormenta se desata en el cielo, los truenos retumban casi en mis oídos, el agua comienza a filtrarse por la compuerta y a caerme encima, no hay mucho lugar para refugiarme y todo empeora cuando el calabozo o pozo, como quiera llamarse, comienza a inundarse.
¿A qué monja asesiné para tener esta suerte?
El frio cala mis huesos, no hay mucho de mí que aun permanezca completamente seco. Aun estando de pie, no logro alcanzar la escotilla, salto muchas veces cayendo con fuerza en el charco que se ha formado, el agua salpica por todas partes y yo no consigo llegar a la salida.
Mi cuerpo duele, pero dejo a un lado el dolor para intentar salir. La tormenta se hace mucho más fuerte, el agua cala con más fuerza, casi llega a mis tobillos. Estoy completamente empapada temblando del frio. En uno de mis saltos, mi tobillo se dobla y caigo al suelo de costado. Me quedo unos segundos allí tendida, con medio rostro metido en el agua.
Mi respiración esta agitada. Me levanto de nuevo, aunque tan solo para quedarme sentada contra la pared, no puedo quedarme totalmente bajo el agua. Y por fin pierdo la batalla contra el cansancio y me duermo.
***
—No esta tan fea, creo que nos puede servir —escucho la voz de una mujer, abro mis ojos lentamente, parpadeando varias veces para acostumbrar a mis ojos de la luz. Mi cuerpo descansa sobre algo blandito y ya no tengo frio.
—Aun no quiero meterla en los negocios —dice una voz que se me hace conocida —, es muy pronto para dejarla salir, podría escapar. Tenemos que hacer que su fidelidad este con nosotros.
—Eso es absurdo, Boss —responde la mujer —. Ninguna chica que es usada para esos fines tiene su fidelidad con nosotros, pero yo sé cómo someterlas para que no quieran escapar.
—Sé tus tácticas Ekaterina, las conozco bien.
Mis ojos se abren, aunque todo me parece borroso, veo un techo rojo aterciopelado, creo que estoy en una cama y estoy viendo un dosel.
—Tu amenazas con destruir sus familias si intentan huir, pero ella ya no tiene a nadie. Con lo único con el que la puedes amenazar es con su propia vida y en este momento no creo que luche mucho por ella.
Deja escapar una risa y yo toso un poco.
—Pues para no querer luchar, se ha despertado y eso ya dice mucho —comenta la mujer, Ekaterina.
Los ojos acaramelados de quien confirmo en Nikolai se encuentran con los míos, mi pecho sube tomando una profunda respiración. Su barba es espesa y aun así logro ver que su mandíbula esta apretada.
—Mírale esos ojos, Boss. Se venderá muy fácil.
Miro a la mujer, apartando mis ojos del Boss¸es alta, delgada, con el cabello corto a la altura de la barbilla y de color rojo intenso. Sus ojos están delineados de color n***o y viste ropa muy apretada y de cuero negra. Una de sus manos tiene un guante de color rojo que deja ver sus dedos. Sus labios están pintados de azul y tiene un piercing en su nariz. Tiene un abrigo de color blanco a medio poner, es de pelaje y muy grueso.
—Por ahora no, Ekaterina. No lo vuelvo a repetir.
La mujer se acongoja un poco ante la seriedad del Boss, pero rápidamente se compone aclarando su garganta.
—Como tu digas. —Acomoda su abrigo y da un paso hacia él, besa con demasiado entusiasmo la comisura de su labio pasando sus manos por el ancho pecho de Nikolai, el cual se deja ver un poco debido a la camisa abierta que lleva, hay más tinta negra que piel libre.
Ella se va y me quedo sola, con su compañía, en esta habitación.
El lugar es muy pequeño o así se siente por la presencia del él. Hay una ventana a mi lado izquierdo, la puerta frente a la cama y un baño sin puerta a mano derecha, una cómoda cerca a la ventana y no hay nada más.
—¿Te dejarás cuidar ahora o te vuelvo a encerrar? —pregunta caminando hasta quedar muy cerca de mí, sus piernas tocando el borde de la cama.
—Prefiero que no me cuiden si lo harán de esa forma —le digo moviendo mis manos, que están amarradas a los barrotes de la cama. —Véndeme al mejor postor, o luego será peor para ti.
—No recibo amenazas de niñitas indefensas amarradas a la cama —dice con burla y subiendo su mano para acariciar mi mejilla. Giro mi rostro para evitar su tacto.
—Te he comprado yo, ¿por qué vendería algo que aún no he usado?
Sus palabras me ponen a temblar.
—No pagaste por mi —le digo, él hace una mueca subiendo sus cejas.
—Tal vez, o tal vez quería tenerte. Te he salvado de un pequeño infierno, ¿no lo notas?
—Si, para meterme en un infierno más grande. Ya me quedó clarísimo.
Él tiene el descaro de reír.
—Si colaboras serás tratada como una invitada, pero si no, serás tratada como alguien que tenemos en contra de su voluntad.
—¡Secuestrada! —exclamo frente a él removiendo mucho mis manos y haciéndome daño —. Así es como me tienen.
—Pero es porque así lo has querido tu —dice —, no me gusta hacerle daño a las mujeres hermosas como tú, pero no me queda más que hacer si tu no pones de tu parte.
—Déjame ir, jamás hablaré de ti con nadie, me mantendré oculta el tiempo necesario o para siempre —suplico sintiendo como mis ojos se llenan de lágrimas.
—Aún no entiendes que ya perteneces a este lugar y de acá nadie sale.
Las lágrimas bajan por mi rostro y sollozo con fuerza.
—Por favor, quiero salir.
—Nadie sale.
Sus últimas palabras me destrozan el alma, sale de la habitación dejándola con llave y a mi aun amarrada.
¿Realmente nunca podré irme de acá?