[Capítulo 5: En busca de una tregua]
Punto de vista Rosie.
Moscú, Rusia.
A la mañana siguiente, la puerta de la habitación se abre y deja paso al hombre del que ya me estoy acostumbrando a su presencia. Es muy notorio que es él por el mal olor que desprende; o para este punto, puede venir de mí. No lo sé, ya ni siquiera me importa. Lo observo y veo que esta vez no trae una bandeja de comida; viene con mi mochila y mi maleta de viaje. Mis pertenencias, por fin. Me levanto rápidamente de la cama y voy a tomar mis cosas.
Él no se opone a que yo las tome, y eso me sorprende. Tomo con rapidez mi mochila de mano, donde guardé lo más importante para mí: la ropa y las cosas que haya metido mi padre en la maleta de viaje no me interesan. Toda mi vida está resumida en esa pequeña mochila; espero que nada haya sido robado.
Reviso sacando todo sobre la cama; todo está allí, y suspiro con alivio. El hombre no ha permanecido más tiempo del necesario en este lugar, así que enciendo mi iPad. Está descargado, así que debo buscar un tomacorriente y enchufar el cargador a la pared, y este al iPad. Mi portátil tiene un poco de batería, pero no tengo acceso a internet, así que no sirve de mucho. No voy a poder pedir ayuda por este medio.
Ahora estoy más asustada que nunca. Hace menos de 24 horas tenía un arma apuntando a mi sien, estoy a punto de perder la vida en manos de la mafia rusa. Quiero decir que es mi culpa, que yo provoque al Boss.
Pero, ¿por qué sería mi culpa si yo tan solo tengo una necesidad de querer vivir y salir de acá? Necesito encontrar una manera de poder huir, de escapar. Él ha dicho cosas que me han dejado temblando, como cuando dijo: «Soy el dueño de tu vida»
No le pertenezco a nadie. Me pertenezco a mí misma. Mi vida no puede ser controlada por nadie más que no sea yo. No es justo permanecer encerrada tanto tiempo, pagar por un error que no ha sido mío. Fui una moneda de cambio, y me siento tan abandonada. Quiero irme, quiero salir, quiero volver a la universidad, quiero retomar mis clases, quiero ir a tomar cerveza con mis amigos, quiero volver a tener mi vida. Quiero volver a ser yo, la Rosie que no estaba secuestrada por la mafia, la Rosie que tenía una vida por delante, que en la vida no esperaba encontrarse con personas tan malas y tan despiadadas.
No pertenezco a este lugar, nunca lo he hecho y nunca lo voy a hacer. Este lugar está lleno de sangre, de muertes y de agonías. Nikolai me da mucho miedo. En un momento parece una persona dócil, tranquila, y luego en otro es el ser más aterrador, amenazante y cruel que he conocido en la vida.
Pudo haber volado mi cabeza. Puede hacerlo. Pero me dejó vivir y no sé si eso es peor o si es una nueva oportunidad para poder salir de acá. El hecho es que no quiero volver a ver a ese hombre, es muy bipolar. Sus cambios de humor me afectan. Creí que teníamos una conversación tranquila, donde le estaba demostrando por qué me sentía tan incómoda en este lugar. Él preguntó. Pensé que me entendería, irónicamente creí que él comprendería mi situación y me diría: «Sí, tienes razón, puedes irte».
Le habría prometido que yo nunca hablaría con nadie sobre lo sucedido en este lugar, pero fui muy inocente, muy ilusa y muy estúpida. ¿Cómo se me ocurrió a mí, una simple jovencita, creer que iba a haber algún trato, una especie de acuerdo con el jefe de la mafia rusa?
Solo a mí, de verdad, se me ocurre que él me iba a escuchar y me iba a liberar. Pues, sorpresa, no ha sido así. Ahora tengo miedo de salir, porque si pudo amenazarme en el cuarto donde, según él, voy a estar segura. No quiero ni pensar en lo que me puede hacer si tengo que poner un pie afuera. Sé que su amenaza no era en vano. Sé que tipos como él no amenazan por amenazar, ellos avisan solo una vez y en la segunda atacan, porque no están para rogarle a nadie. Sé un poco de cómo funcionan las mafias, de cómo es este bajo mundo de sus negocios corruptos, ilícitos y legales.
No me es muy difícil sumar dos más dos y saber que aquella mujer que hace poco estuvo en mi habitación, bueno, en la habitación que en ese momento ocupo yo, y hablaba de venderme es una proxeneta. Porque soy muy consciente de que la mafia rusa trabaja con trata de blancas y yo puedo ser una cara perfecta para ser vendida cada noche a un postor diferente.
Aquí es donde nuevamente juega la bipolaridad de Nikolai, porque me retuvo, porque no me dejó ir con aquella mujer. Entiendo su punto de que yo habría huido, obviamente lo habría hecho, no me habría dejado morir porque ya no tengo nada por perder. A mí no me pueden amenazar con nadie, es verdad, lo único que tengo es mi vida y perderla sería un alivio o una tragedia, aún no me queda muy claro.
¿Cómo se define si es suerte o maldición?
En este punto de mi vida, no sé si estoy viviendo o sobreviviendo. Me he rendido. Pero, ¿por qué lo hice?, me pregunto a mí misma, porque tengo que rendirme justo ahora si yo siempre he sido buena para salir adelante. Bueno, en el pasado fui una consentida de mi padre, cualquier capricho que tenía me era dado, jamás me faltó nada, siempre lo tuve todo y ahora que estoy acá siento que he perdido gran parte de mi vida jugando a ser la hija de papi que nos íbamos de lo que se le pedía.
Ahora no lo tengo a él, solamente me tengo a mí misma. Nadie vendrá a salvarme porque nadie sabe que estoy acá. Si yo misma no me salvo, estaré condenada a vivir encerrada bajo las garras de la mafia rusa.
Tengo que ser mi propio héroe. Porque no hay nadie más.
Decía que eso era de comenzar a jugar nuevas cartas, a probar la forma de salir de acá. La maldita frase «si no puedes contra el enemigo, únete» sigue presente en mi cabeza, y esta vez decido seguirla. Te digo que es momento de pedir una tregua, de pedir llevar la fiesta en paz, de que ni ellos me molesten ni yo los moleste a ellos.
Unirme a una causa jamás me había dado tanto miedo como lo tengo ahora, pero sé que para sobrevivir tengo que ponerme de su lado, ganarme su confianza. Y cuando se me dé la oportunidad, escapar.
Mientras permanezca cerrada en esta habitación, no puedo conseguir nada, pero sí he de fingir que ellos me van a cuidar y que estaré bien viviendo acá. Comenzaré a tener más libertad. Podría dejar de estar encerrada con llave, podré salir a observar los alrededores de esta casa, conocer los puntos más fáciles de huir, hacerme amiga de las personas que pueda y así sacar información útil que me sirva para cuando pueda escapar.
No me gusta el camino que debo tomar, pero un medio siempre llega a un fin y el único medio que veo ahora es rendirme y ofrecer disculpas, tragándome todo mi orgullo, y decirle a Nikolai Volkov: «Lo acepto, me quedaré en este lugar, siempre y cuando me permitan ya no estar encerrada y que pueda salir sin temor a que ninguno de tus hombres me dispare».
Para ello tengo que dejar a un lado el miedo que le tengo a Nikolai y tener una conversación.
No es una idea tan descabellada. Obviamente, la propiedad está repleta de guardias, de hombres armados, que no dejan entrar ni salir a quienes no pertenecen a este lugar. Escapar está difícil, pero no imposible. No deja de ser imposible si no se intenta.
Lo primero que debo hacer es esperar a que aquel hombre vuelva y pedirle que le diga a Nikolai que necesito hablar con él.
Decido en ese tiempo darme un poco de amor propio, un buen baño, organizar mi cabello que ahora parece un nido de ratas, exfoliar mi piel que ha quedado maltratada por el frío que he pasado en el calabozo y por las malas horas de sueño que he tenido últimamente.
Mi padre ha metido todo lo que yo tenía en el baño, así que no me hace falta nada. Tengo mascarillas exfoliantes, crema para el cuerpo, mi tratamiento de cabello y todo lo que necesito. Entro al baño; el agua es tibia. Rusia es un país bastante frío, en especial Moscú, y más en esta época del año que ya casi es invierno.
Me tardé un buen tiempo duchándome y he dejado escapar toda la mugre que tenía acumulada. He restregado mi cuerpo por tantos minutos que he quedado roja en varias partes con mi piel sensible. Pero ahora, al menos, mi piel se siente suave. Ya no está tan deshidratada, y mi cabello ahora no es un buen hogar para ratas.
Cuando salgo del baño, me doy cuenta de que ya hay una bandeja con comida sobre la cama. Maldigo el haberme demorado tanto dentro del baño porque he perdido la oportunidad de decirle al hombre que quiero hablar con Nikolai.
Tendré que esperar hasta mañana o rogar porque hoy él nuevamente se atrevió a aparecer. Ojalá que sea así, porque la tregua tiene que empezar.