Afortunadamente el día después de la fiesta era festivo, porque a pesar de haber dormido hasta el mediodía, cuando me levanto, no siento las piernas. El día anterior había sido todo un cumulo de emociones y me noto absolutamente exhausta, tanto física como emocionalmente.
Roberto comienza a desperezarse a mi lado, lleva unos cinco minutos dando vueltas cuando alcanza a ver el reloj despertador y lo noto que da un bote en la cama. – ¡Las doce y media!¡Mierda, tengo partido! - Esas palabras marcan el final de la paz, Roberto salta literalmente de la cama y aterriza en la alfombra. Comienza a lanzar cosas desde dentro del armario y a llenar su bolsa mientras farfulla que hoy jugara sólo con una espinillera. De nada valen mis pobres intentos de convencerle de que el resto del equipo, después de la fiesta de ayer estará en iguales o peores condiciones.
Finalmente claudico, me levanto y le acompaño en la cocina donde está intentando comer, por no decir engullir, dos empanadas que quedaban en la nevera.
Yo no puedo evitar una carcajada. –¿Están buenas? – Le pregunto, a lo que él me responde – No sé, todo me sabe a cartón, ha debido ser el tequila… ¿Quieres? - Me pregunta mientras me extiende una empanada. -No gracias, creo que hoy voy a alimentarme exclusivamente de zumo détox – La cara de Roberto es un poema, pese a estar a punto de enfrentarse a un esfuerzo físico para el que claramente no ha descansado suficiente, la idea del zumo de pepino y apio es lo que le provoca nauseas.
En pocos bocados Roberto se acabó lo que quedaba de las empanadas y salió por la puerta sosteniendo la bolsa de deporte. Y entonces fue cuando la realidad me golpeó con toda su fuerza, aún no le he dicho a Roberto que me han despedido y probablemente cuando vuelva esta noche, después de haber perdido el partido no estará de humor para hablar de algo tan serio. Noto como la ansiedad se apodera de mí, llegándome incluso a faltarme el aire. Quiero que pare y se cómo, aunque se que no debo, pero lo necesito.
Voy al congelador y saco un puñado de hielos y los echo en la batidora, me acerco al mueble bar y saco la botella de vodka buena. Añadir soda, triturar y en menos de tres minutos tengo listo el coctel más triste que uno puede imaginar. En cualquier caso, se que bastará para acallar mis preocupaciones.
Me siento en el sofá mientras pongo un reality show en la tele, este trata de unos famosos venidos a menos a los que mandan a una isla en la que no tienen por qué hacer nada pero no está permitido ningún comportamiento remotamente s****l, por no poder no pueden ni darse besos. En verdad parece una norma fácil de cumplir, pero en la primera hora ya la han incumplido tres veces.
Ciertamente, el alcohol está haciendo su efecto y empiezo a sentirme más relajada, casi se me ha olvidado que era aquello que me preocupaba tanto. De pronto y sin saber por qué, siento una pena tremenda y comienzo a llorar desconsoladamente. Empiezo a notarme cada vez más cansada y en algún punto me quedo dormida sin siquiera ser consciente de haber dejado de llorar.
Me despierta Roberto cuando está intentando cogerme en brazos para llevarme a la cama.
- Vaya, con que zumos detox… ¿Has tenido visita? – Pregunta cuando ve los vasos y la jarra de bebida casi vacía. Yo no quiero explicarle lo que ha ocurrido, así que me invento algo. – Si, Carmen se ha pasado por aquí, de hecho, no hace ni diez minutos que ha salido. Justo me he sentado cuando se ha ido y me he quedado dormida.
No se si Roberto se lo ha creído, pero lo que sí que parece es bastante cansado. Aun así, insiste en llevarme en brazos a la cama, pese a que ya no es necesario. Yo omito preguntarle por el partido, si no dice nada, mejor no sacar el tema.
Finalmente, los dos caemos rendidos en la cama y nos dormimos en cuestión de minutos.