Cuando llego a casa, Roberto ya está allí comenzando a prepararse para la noche. Me saluda, con una broma.
-¿Ya en casa gatita? Pensaba que a los banqueros no os dejaban salir antes de la hora de cenar gatita - El apodo “gatita” viene de mi nombre, cuando empezamos a salir, el me llamaba Cat, un día le dije que dejará de hacerlo que Cat es como gato en inglés y comenzó a llamarme “gatita”, por fortuna solo en la intimidad. De pronto, Roberto se fija en las bolsas. - ¡Previo paso por el centro comercial por lo que veo! ¿Luis Alejandro ha tenido otro infarto? - Tengo que contenerme para no contárselo en ese momento, pero me sereno y le digo con una mueca – No creas que no voy a pagarlo la próxima semana.
-No te entretengas, José y Claudia nos van a recoger en una hora.
-Vale, pero necesitaré el baño solo para mí.
Roberto, que parece que preveía esta situación, sale del baño completamente listo y con una sonrisa de oreja a oreja. Saca una cerveza de la nevera y se sienta en el sofá.
Me meto en el baño con todas mis bolsas, puesto que no quiero que Roberto vea aun lo que he comprado. Normalmente suelo vestir con un estilo bastante formal, casi anticuado, en parte debido a mi trabajo, perdón, ex-trabajo. Pero los recientes acontecimientos habían provocado en mí un sentimiento de rebeldía o más bien locura que habían hecho que me volviera bastante más atrevida de pronto. Para esa noche me había decidido por un vestido de fiesta n***o con un pronunciado escote acabado en pico. Pero lo más atrevido iba por debajo, el conjunto de lencería n***o que acabada de comprar bien podría haber saldo de una película para adultos, constaba de unas medias finas con liga de encaje que se sujetaban a un liguero que iba perfecto a mi cintura, complementaba el conjunto un minúsculo tanga y un sujetador que prácticamente colocaba mis pechos junto a mi garganta.
Tras una rápida ducha, me pongo todo el conjunto y no puedo sino sentirme excitada cuando me pongo la ropa interior y me veo en el espejo, esta tarde siento que me recorre un lado salvaje que no sabía que tenía y en el fondo, me gusta, me gusto. Sin dejar de notar ese calor que me recorre, me termino de vestir y comienzo con una sesión de maquillaje mucho más intensiva de lo que estoy habituada. Finalmente me calzo unos tacones de 12 centímetros y cuando me miro al espejo no me reconozco, casi mejor así, esta noche no quiero ser yo misma, quiero dejar los problemas en casa y salir a divertirme.
Cuando aparezco en el salón Roberto se queda literalmente con la boca abierta, tanto es así que derrama la cerveza en el sofá. Hace un ademán de intentar levantarse a recoger el desastre, pero para cuando se quiere dar cuenta me he sentado a horcajadas sobre él y le he susurrado al oído – Feliz cumpleaños – Comenzamos a besarnos, primero poco a poco pero enseguida con más intensidad, yo ya noto como él está ya tan caliente como yo y eso me vuelve aún más loca, comienzo a besarle el cuello y el me agarra con firmeza el trasero para que e pegue más a él. Yo siento que no puedo aguantar más y justo cuando comienzo a tantear los botones de su pantalón suena el timbre de la casa. Nos miramos durante un segundo y ambos estallamos en una sonora carcajada.
-No te preocupes, ya abro yo, tu… relájate.
Contesto al telefonillo, efectivamente son José y claudia, que ya han llegado a recogernos.
Cuando salgo a la calle mi look para la ocasión no les pasa desapercibido, Claudia lanza un silbido y José bromea con Roberto – Es lo que pasa amigo, en cuanto te haces viejo se ponen a buscar a otro sin remilgo alguno – En otras circunstancias me habría sonrojado, pero hoy no.
José y Claudia fueron quien nos presentaron a Roberto y a mí, Claudia ha sido mi mejor amiga desde nuestro primer día en la facultad de económicas, José comenzó a trabajar la misma semana que Roberto en el aeropuerto. Ellos iban al mismo instituto y son novios desde que eran adolescentes, de hecho, se casaron muy jóvenes y llevan un par de años intentando tener un hijo, pero de momento no han tenido suerte y parece ser un tema delicado para ellos, ya que nunca hablan de ello.
El plan para esta noche es cenar los cuatro en un asador cerca de nuestra casa antes de dirigirnos a la discoteca. Menos mal, porque mi nuevo fuego interno me tiene famélica.
Nos sientan en una mesa que nos tienen reservada y seguidamente nos toman nota, la velada avanza de forma muy distendida y está consiguiendo que me relaje por completo, pero para mí desgracia cuando estamos esperando los postres, Claudia me saca de mi ensoñación.
- Cati, ¿Qué tal van las cosas en tu trabajo en Smith & Watson? ¿He oído que las aguas están un poco agitadas?
La pregunta me coge como un jarro de agua fría, Claudia trabaja para una oficina del gobierno, si me ha preguntado es porque ya ha oído algo. Me cruzo una mirada con ella en la que creo que es capaz de comprender de pronto todo lo que pasa. Tras unos silenciosos segundos, que a mí me parecen una eternidad, me doy cuenta de que aún no he respondido, así que intento hacerlo con la sonrisa más convincente que soy capaz de poner en ese momento.
- Bueno, desde luego exageran, hemos perdido un par de clientes importantes, pero es la rotación habitual en esta época.
En ese momento estoy segura de que Claudia me ha leído la mente, simplemente añade – Si, ya sabes lo que le gusta hablar a la gente.
Roberto, que parece incluso aburrido con el cariz que está tomando la conversación decide zanjarla entre risas. – José tío, ¿tú tienes la más remota idea de lo que hablan? A veces creo que se lo inventan todo para dejarnos como unos catetos. – a José se le escapa la risa floja entre asentimientos.
Finalmente, la velada pasa entre charlas insustanciales, yo me relajo y empiezo a tomar bastante más vino de lo que es habitual en mí. En cuanto tomamos los postres, pagamos la cuenta y tomamos un taxi para ir a la discoteca donde hemos quedado con los demás.