Luego de eso, la comida transcurrió en silencio, miradas iban y venían. La intensidad que se respiraba en el ambiente era poderosa, mis niveles de excitación se mantenían por los cielos, mis pezones se marcaban por encima de la tela, haciendo imposible que escaparan a sus ojos, que no perdían detalle a mi escote. Sentir sus escaneos, aumentaba mi humedad, su silenciosa seducción me estaba desquiciando, la idea de suplicarle que me hiciera suya, resonaba en mi cabeza sin cesar, al tiempo que lo único que podía hacer para calmar el fuego en mi entraña, era apretar los muslos. En la hora del postre, fue cuando realmente, empezó la tortura. La malicia en su rostro era indescriptible, del la fuente tomaba las fresas con chocolate y las degustan haciendo gestos sugerentes con su lengua, mien