A Presidencia
— ¡Allí viene! — rápidamente me acomodo el uniforme.
— ¡Buenos días señor! —
El galante hombre de traje, ignora por completo mi saludo y sigue su camino como de costumbre. Desilusionada doy un enorme suspiro, me tiro en mi asiento y coloco el “manos libres”.
— Siempre es lo mismo, soy complemente invisible —
No entiendo por qué sigo esforzándome, es obvio que para un hombre como él, una simple empleada como yo, es un “cero a la izquierda”, a pesar de tener eso muy claro, sigo queriendo llamar la atención de mi jefe — ¡Parezco adolescente! —
Su personalidad distante me tiene fascinada, además que los destellos grises de sus cabellos le dan un toque interesante, al que no me puedo resistir. Pero, es inútil, en los años que llevo trabajando para esta compañía, ni una sola vez ha volteado a mirarme y a fin de cuentas, es lo mejor, no estoy en condiciones de llamar la atención, aunque me moleste admitirlo.
Me llamo Florence, tengo 28 años, llevo tres años en esta corporación y cuatro viviendo en Manhattan, afortunadamente me ha ido bastante bien y no me quejo, aunque confieso que mis inicios en esta ciudad fueron difíciles. Al ser una chica sola e inmigrante no me fue fácil adaptarme y seguir adelante, lo importante es que en la actualidad esos momentos duros quedaron en el pasado y ahora soy otra persona.
Por otro lado, tengo una fascinación por los hombres maduros, que queda en evidencia por el Crush con el presidente de esta compañía, quien más de una noche me ha quitado el sueño. Algunos rumores dicen, que es un hombre vil y despiadado pero, a mí no me lo parece, admito que su expresión es rígida e inflexible y es bastante exigente, pero no tanto para que sea una mala persona.
Después de soñar despierta por unos minutos, me incorporo a mis actividades de siempre, sin dejar de pensar de vez en cuando en mis anhelos, aquellos que deje atrás en el preciso momento que decidí cambiar de vida. En eso, el sonido del teléfono principal me saca de mis pensamientos.
— Señorita Stone, la espero en mi oficina en 5 minutos —
— ¡Enseguida señor! — contesto nerviosa.
Mi quijada cae al suelo, no puedo creer que sea el propio señor Smith quien me requiera. Es la primera vez que escucho su voz, es tal como la imaginaba; grave, profunda y muy varonil. Sin perder tiempo, le pido al mensajero que me cubra en mi puesto y corro a tomar el ascensor para llegar a presidencia. El corazón me late a mil por segundo, siento mucha curiosidad, al mismo tiempo que muero de terror.
Las puertas se abren y lo primero que veo es el escritorio de su secretaria personal, quien me escanea de arriba abajo odiosamente.
— ¡Por favor siga! Al jefe no le gusta esperar — señala de mala gana.
Asiento con la cabeza y me apresuro; antes de tocar la puerta me aseguro de estar perfectamente arreglada, es la primera vez que tendré la oportunidad de estar a solas con el jefe y podría decirse que es como cumplir un sueño personal.
— ¡Adelante! — El sonido de su voz es intimidante.
— ¡Buenos días señor! ¿Quería verme? — Las manos me tiemblan.
— ¡Tome asiento! — Ordena, dejándome helada.
— ¡Claro señor! — Alcanzo a decir con desafino.
El ambiente se siente pesado, no sé por qué, pero tengo una sensación de peligro inminente que me recorre el cuerpo, un vacío en el estómago que me incomoda, añadido a que el silencio de su parte no está ayudando. El señor León, me mira con malicia, abre uno de los cajones de su escritorio y saca una carpeta tres aros, blanca tapa dura, dejándola caer sobre la madera con fuerza. Sobresaltada doy un brinco.
— ¡Vamos revise! —
El aire empieza a faltarme debido al pánico que me produce imaginar el contenido de esa carpeta — ¡Dios mío! Que no sea lo que estoy pensando — suplico.
Con las manos temblorosas, tomo el archivo, al abrirlo mis peores temores se confirman. Es un expediente completo sobre mi pasado, mi verdadera identidad y todos los demonios que quise enterrar cuando llegué huyendo a este país — ¡Estoy perdida! Hasta aquí llegó mi buena suerte — pienso, consumida por el miedo.
— ¿Y bien? — Inquiere altivo.
— ¡Señor! Por favor, puedo explicarlo — balbuceo nerviosa.
En mi cara, mi jefe suelta una carcajada burlona, mofándose de mi desgracia. Parece disfrutar mi sufrimiento, en este momento me doy cuenta que es verdad todo lo que decían sobre él, aparentemente su objetivo es verme suplicar.
— Señorita Stone, como comprenderá ya no puede seguir trabajando en esta oficina, sin mencionar que estoy obligado a entregarla a las autoridades — Se sentó sobre el escritorio, levantando lentamente mi rostro con su dedo índice, para mirarme a los ojos.
Sentí que el mundo se me desmoronaba, inevitablemente las lágrimas inundaron mis ojos.
— ¡No señor! Por favor se lo suplico — replico desesperada.
— Señorita, es mi deber, ¡Cómo cree que voy a resguardar a una criminal internacional en mi empresa! — Señala con cinismo.
— Señor por favor, soy inocente —
— No según lo que está en estos documentos, quien iba a pesar que algo tan turbio se escondería detrás de ese rostro tan lindo — Besa delicadamente mi mejilla.
Horas antes habría estado fascinada por ese gesto, pero ahora, por el contrario, estoy llena de asco, así que lo único que hago es apretar con fuerza mis ojos y reprimir las náuseas que me consumen. Su mano fuerte, sostiene mi quijada impidiéndome desviar el rostro.
— ¿Qué es lo que quiere? ¡Hare lo que sea! Pero por favor no me entregue — suplico, desesperada.
Estoy segura que me arrepentiré de haber pronunciado esa frase, pero no estoy dispuesta a regresar a ese infierno, lo primero que harán será sentenciarme a muerte, por haber sido una ingenua. Nunca me dejaran probar mi inocencia.
— Vaya señorita Stone, acaso quiere chantajearme para que no cumpla con mi deber con la justicia — Este hombre es un sádico, disfruta del sufrimiento ajeno.
Estoy llena de rabia e impotencia, quiero abofetearlo, golpearlo con lo primero que encuentre por hacerme humillar de esta manera, pero no puedo, este sujeto me tiene en sus manos, atentar contra él, solo terminaría de desgraciar la poca vida que me queda. Trago grueso, comiéndome mi orgullo y dignidad.
— ¡Estoy dispuesta a hacer lo que quiera! — repito, reprimiendo mi llanto. Una sonrisa maliciosa se dibuja en su rostro, al tiempo que me desnuda con la mirada.
— ¡Es una oferta bastante tentadora! Me encanta ver que sea tan buena negociadora — Se saborea — Admito que me encantaría divertirme con su cuerpo un rato — hace una pausa y pasa sus manos por mi escote — Pero, ¡No la quiero para eso! — Mis ojos se abren como platos.
Vuelve a colocarse frente a mí, sosteniendo mi quijada con fuerza, incluso me lastima un poco, se puede ver en sus ojos que sus intenciones no son precisamente buenas.
— ¡Tengo otros planes para usted! — Sonríe victorioso.