Después de una noche infernal, me levanto extremadamente cansada, el infeliz de mi jefe me obligo a estar cuatro horas desnuda parada en medio del frio, soportando su mirada despectiva y cínica. Hasta que finalmente se aburrió, recogió sus cosas, me colocó una bata de baño y me dio permiso de acostarme a dormir, eran las tres de la madrugada cuando lo vi marcharse.
Asqueada y avergonzada lloré por un largo rato hasta quedarme dormida. La alarma lleva varios minutos sonando estruendosamente, ninguna fibra de mi ser tiene animo de levantarse, no le veo sentido — ¡Esto no es vida! — pienso.
De que me sirve, ceder a todos los deseos de ese mal nacido, si de igual manera padezco torturas peores de las que sufriría a manos del gobierno de mi país — ¡Prefiero la condena de muerte, que pasar p
