—¿Cuánto le debo por su amabilidad? —No aceptaré nada— indicó el granjero Giles—. No me he desviado mucho y me alegra haber podido serle útil. Josina le dio las más efusivas gracias y se despidió de él tendiéndole la mano. Recordaba que su madre le había comentado que en Inglaterra, a diferencia de otros muchos países, a la gente le agradaba estrechar la mano de los demás cada vez que se presentaba la ocasión de hacerlo. Saltó de la carreta, advirtiendo entonces que un sirviente había aparecido en lo alto de la escalinata. Éste se dirigió hacia ella y Josina le pidió: —¿Podría ser tan amable de bajar mis baúles de la carreta? Advirtió la sorpresa en el rostro del sirviente, pero eso no impidió que subiera la escalera hacia la puerta principal. Al llegar a la misma, observó que un hom