Las veredas estaban señaladas con luces en sus orillas y algunos faroles chinos colgaban de las ramas de los árboles. Repentinamente él se detuvo. La miró a los ojos y, cuando se acostumbró a la luz de las estrellas, ella pudo observar su rostro con toda claridad. —No me lo creerá— manifestó su acompañante con voz profunda—, mas, desde el momento en que entré en el salón de baile y la vi, comprendí que estaba enamorado. —¡Pero eso no puede ser verdad!— objetó Lady Margaret. —Usted me descubriría si le estuviera mintiendo— manifestó el desconocido—. ¡La he estado buscando durante toda mi vida, y ahora que la he encontrado no puedo dejarla ir! —Usted... no... comprende— susurró Lady Margaret—. Estoy... comprometida en matrimonio con el Príncipe Frederick de Lucenhoff. A lo que su parej