Entonces, llamaron. —¡Abran!— dijo la voz de un hombre—, o echaré la puerta abajo! El Duque saltó de la cama y le ordenó a la Condesa: —¡Métete debajo de la cama! La Condesa obedeció. Mientras, el Duque se puso una bata que reposaba sobre una silla. Volvieron a llamar a la puerta. —¡Abran, o romperé la puerta! No cabía duda de que el hombre que hablaba tenía acento francés. El Duque avanzó hacia la puerta. La Condesa había desaparecido bajo la cama. El Duque miró con rapidez hacia ella, para asegurarse de que quedaba por completo oculta a la vista. Entonces, preguntó, con fingida voz adormilada: —¿Qué sucede? ¿Quién es? —¡Qué abra la puerta le digo!— gritó el Conde. El Duque puso la mano sobre la manija para abrirla. De pronto, Josina comprendió que, si el Conde entraba en