El dolor que Samuel llevaba consigo se remontaba a su infancia, marcada por la pérdida de su madre a una edad temprana. Desde entonces, su vida había sido una sucesión de desafíos y dificultades, agravadas por el trato injusto que recibía por parte de quienes deberían haberlo protegido y cuidado.
Recuerdos fragmentados de su madre se agolpaban en su mente, recordándole la dulzura de su voz y el calor de sus abrazos. Pero también había recuerdos dolorosos, momentos en los que se sentía abandonado y desamparado, mientras su madre parecía prestar más atención a Elena que a él. ¿Por qué ella siempre la prefería a ella?, se preguntaba una y otra vez, sintiendo un nudo en la garganta.
La ausencia de su madre dejó un vacío insondable en el corazón de Samuel, uno que nadie parecía capaz de llenar. Se sintió abandonado y desprotegido, y la sensación de injusticia lo persiguió durante años. ¿Qué hice para merecer esto?, se preguntaba en silencio, incapaz de comprender por qué el destino parecía empeñado en hacerle sufrir.
A medida que crecía, Samuel se encontraba constantemente en busca de afecto y aceptación, pero cada intento era recibido con indiferencia o rechazo. Se sentía como si estuviera atrapado en un ciclo interminable de dolor y soledad, sin escape a la vista. No sirvo para nada, se repetía a sí mismo, convenciéndose cada vez más de que era indigno de amor y atención.
La presencia de Elena en sus vidas solo exacerbó sus sentimientos de resentimiento y amargura. Mientras ella era tratada con cariño y ternura, él era relegado al segundo plano, una sombra en la periferia de la familia. Nadie me quiere, pensaba con tristeza, sintiéndose abandonado y olvidado.
A medida que crecía, Samuel intentaba desesperadamente encontrar su lugar en el mundo, pero cada paso que daba parecía llevarlo más lejos de la felicidad que tanto anhelaba. Las relaciones que intentaba construir siempre terminaban en fracaso, dejándolo más desilusionado y desesperado que antes. ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?, se preguntaba, sintiéndose atrapado en un ciclo interminable de dolor y desesperación.
Cuando Elena apareció en su vida nuevamente, todo el dolor y la amargura que había acumulado a lo largo de los años parecieron aflorar a la superficie. La mera vista de ella le recordaba todo lo que había perdido, y la ira que había mantenido cuidadosamente oculta durante tanto tiempo amenazaba con consumirlo por completo. No puedo permitir que ella se acerque de nuevo, pensó con determinación, consciente de que su propia supervivencia dependía de mantenerla alejada.
A medida que los días pasaban, Samuel intentaba seguir con su vida, pero la imagen de Elena seguía invadiendo sus pensamientos. Su presencia había reabierto heridas que nunca habían sanado por completo. Aunque había logrado mantenerla alejada la primera vez, sabía que Elena era persistente y que volvería a buscarlo. *No puedo seguir viviendo así, con este miedo constante de que aparezca de nuevo*, pensaba Samuel, con el peso del pasado aplastando su espíritu.
Finalmente, un día, mientras trabajaba en la finca, decidió que era hora de dejar atrás ese lugar y buscar un nuevo comienzo. Sabía que escapar de su pasado no era la solución ideal, pero sentía que era la única manera de protegerse del dolor que Elena traía consigo. *Debo seguir adelante, por mí mismo*, se dijo, tratando de convencerse de que estaba tomando la decisión correcta.
Con determinación, Samuel comenzó a hacer planes para irse. Empacó sus pocas pertenencias y se despidió de los pocos conocidos que tenía en la finca. Aunque le costaba admitirlo, dejar ese lugar también significaba dejar atrás los recuerdos de su tiempo en el orfanato y las familias adoptivas que nunca lo quisieron. *Quizás en otro lugar, pueda encontrar algo de paz*, pensó, con una mezcla de esperanza y resignación.
Sin embargo, Elena no era de las que se rendían fácilmente. Después de su segundo encuentro, decidió que no podía dejar que su hermano se alejara sin intentarlo una vez más. Sabía que Samuel estaba herido y que necesitaba tiempo para sanar, pero también creía que merecían una oportunidad de reconstruir su relación. *No puedo dejar que él siga sufriendo solo*, pensó Elena, su corazón lleno de determinación y amor por su hermano perdido.
Con la ayuda de Ronald, Elena investigó el paradero de Samuel y descubrió que había dejado la finca. No fue fácil, pero finalmente logró rastrear su ubicación hasta una pequeña ciudad a unas horas de distancia. Sabía que el viaje no sería fácil, pero estaba decidida a encontrar a Samuel y demostrarle que él no estaba solo.
Samuel había encontrado trabajo temporal en una nueva finca, tratando de establecerse en un lugar donde nadie conociera su pasado. Sin embargo, la llegada de Elena lo tomó completamente por sorpresa. La vio desde lejos, caminando con determinación hacia donde él trabajaba. Su corazón se aceleró y un torrente de emociones lo invadió: ira, tristeza, miedo y, en lo más profundo, una pizca de esperanza que no quería admitir.
Elena lo encontró limpiando el establo, con la cabeza baja y los hombros tensos. Al ver a su hermano en esa situación, su corazón se rompió un poco más, pero también se llenó de una resolución inquebrantable.
—Samuel, por favor, escúchame —dijo Elena, su voz firme pero suave.
Samuel se volvió lentamente hacia ella, sus ojos llenos de dolor y resentimiento.
—¿Qué haces aquí, Elena? Te dije que me dejaras en paz —respondió con frialdad, aunque su voz traicionaba una leve vacilación.
Elena dio un paso adelante, decidida a no retroceder esta vez.
—No puedo hacer eso, Samuel. Somos familia, y no puedo abandonarte. Necesitamos hablar sobre lo que pasó, sobre lo que sentimos. No estoy aquí para juzgarte ni para hacerte daño. Solo quiero que encontremos una manera de sanar juntos.
Samuel la miró con incredulidad, incapaz de creer que ella realmente quisiera ayudarlo después de todo el tiempo que había pasado.
—No entiendes, Elena. No sabes lo que he pasado. No sabes cómo me han tratado, cómo me han dicho una y otra vez que no sirvo para nada, que nadie me quiere —dijo, su voz temblando de rabia contenida.
Elena sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de su hermano. Sabía que no podía borrar el dolor que él había experimentado, pero también sabía que no podía rendirse.
—Lo siento tanto, Samuel. Siento que no estuve allí para ti, siento que te sentiste solo y abandonado. Pero quiero estar aquí para ti ahora. Quiero ayudarte a sanar y encontrar la paz que ambos merecemos. Por favor, dame una oportunidad para demostrarte que no estás solo.
Samuel bajó la mirada, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar. Por un momento, el muro que había construido alrededor de su corazón pareció tambalearse. La sinceridad en la voz de Elena, la determinación en sus ojos, hicieron que algo en él comenzara a suavizarse.
—¿Por qué sigues intentándolo? —preguntó con voz rota—. ¿Por qué no puedes dejarme en paz y seguir con tu vida?
Elena se acercó aún más, colocando una mano gentilmente en el brazo de su hermano.
—Porque te quiero, Samuel. Eres mi hermano, y no puedo seguir adelante sabiendo que estás sufriendo. Quiero que encontremos un camino juntos, quiero que ambos podamos sanar. No te dejaré solo, no otra vez.
Las palabras de Elena finalmente lograron penetrar la coraza de Samuel. Aunque el dolor y el resentimiento seguían presentes, algo en su interior comenzó a ceder. Quizás, solo quizás, había una pequeña posibilidad de que pudieran reconstruir lo que se había perdido.
—Está bien, Elena —dijo finalmente, con un suspiro pesado—. Podemos intentarlo. Pero no me prometas que todo será fácil, porque no lo será.
Elena asintió, sus ojos brillando con lágrimas de alivio.
—Lo sé, Samuel. Pero lo haremos juntos. Y eso es lo que importa.