Elena sintió un alivio abrumador cuando Samuel finalmente aceptó intentarlo. Se abrazaron tímidamente, y aunque el abrazo fue torpe y lleno de tensión, para ella significó un pequeño avance. Samuel, sin embargo, ya tenía un plan en mente. Aunque algo en su interior anhelaba creer en las palabras de su hermana, la desconfianza y el resentimiento aún eran fuertes. Decidió ir con Elena, pero también decidió que buscaría cualquier debilidad en ella, cualquier motivo para desmoronar la fachada de su aparente bondad.
De regreso a la casa de Elena y Ronald, Samuel intentó comportarse con amabilidad, fingiendo interés y simpatía. Elena, feliz por tener a su hermano cerca, no notó la sutileza de sus verdaderos sentimientos. Ronald, sin embargo, observaba con una mezcla de cautela y escepticismo. Algo en el comportamiento de Samuel le parecía forzado, como si estuviera actuando un papel en lugar de ser genuino.
Una noche, mientras cenaban, Samuel comenzó a preguntar sobre la vida de Elena y Ronald, tratando de obtener información que pudiera usar a su favor.
—Entonces, Ronald, cuéntame más sobre tu trabajo —dijo Samuel, tratando de sonar casual—. Debe ser bastante interesante.
Ronald levantó la vista de su plato, sus ojos fijos en Samuel.
—Trabajo en el sector financiero. Es desafiante pero gratificante. ¿Y tú, Samuel? ¿Qué has estado haciendo estos años?
Samuel forzó una sonrisa, sintiendo la tensión en el aire.
—He trabajado en varios lugares, haciendo lo que podía para sobrevivir. Nada tan estable como lo tuyo, por supuesto.
Elena, ajena a la desconfianza de Ronald, sonrió a Samuel.
—Pero ahora que estás aquí, podemos ayudarte a encontrar algo más permanente. Estoy segura de que con el tiempo todo se acomodará.
Samuel asintió, aunque por dentro se sentía cada vez más irritado por la aparente perfección en la vida de Elena. Decidió que debía seguir con su plan, manteniendo su fachada de amabilidad mientras buscaba cualquier oportunidad para encontrar y explotar las debilidades de su hermana.
Durante los días siguientes, Samuel se esforzó por ganarse la confianza de Elena, ayudando en la casa y mostrando un interés genuino en su vida. Sin embargo, Ronald seguía observando con sospecha. Una noche, después de que Samuel se retiró a su habitación, Ronald decidió hablar con Elena.
—Amor, ¿no te parece que Samuel está... actuando de forma extraña? —preguntó Ronald, tratando de sonar diplomático.
Elena frunció el ceño, sorprendida por la pregunta.
—¿Extraña? ¿A qué te refieres?
—No sé. Parece demasiado interesado en nuestros asuntos. Siento que hay algo detrás de su amabilidad —dijo Ronald, eligiendo sus palabras con cuidado.
Elena suspiró, comprendiendo la preocupación de Ronald pero sintiendo la necesidad de defender a su hermano.
—Ronald, ha pasado por tanto. Está tratando de adaptarse, de encontrar su lugar. Es natural que quiera saber más sobre nosotros.
Ronald asintió lentamente, aunque sus dudas persistían.
—Solo quiero que tengas cuidado. No quiero que te lastime más de lo que ya has sufrido.
Elena le tomó la mano y sonrió con ternura.
—Agradezco tu preocupación, Ronald. Pero necesito creer que Samuel puede cambiar, que puede encontrar la paz con nosotros.
Ronald la abrazó, sabiendo que no podía cambiar sus sentimientos pero decidido a mantenerse vigilante.
Mientras tanto, Samuel continuaba con su juego, cada vez más seguro de que encontraría la manera de desmoronar la confianza de Elena. Una tarde, mientras estaban en el jardín, aprovechó para hablar a solas con ella.
—Elena, quería agradecerte por todo lo que estás haciendo por mí. Sé que no ha sido fácil, pero realmente aprecio tu apoyo —dijo Samuel, intentando sonar sincero.
Elena sonrió, tocada por sus palabras.
—Eres mi hermano, Samuel. Siempre estaré aquí para ti.
Samuel asintió, sintiendo una mezcla de culpa y satisfacción al ver la confianza en los ojos de su hermana. Pero en su interior, el dolor y la necesidad de venganza seguían dominando sus pensamientos.
«Pronto», pensó Samuel, «pronto encontraré la manera de hacerla entender el dolor que he sentido todos estos años».
A medida que pasaban los días, Ronald seguía observando con atención, decidido a proteger a Elena, sospechando que la aparente reconciliación de Samuel era solo una fachada. La tensión entre los hermanos y la preocupación de Ronald creaban un ambiente cargado de incertidumbre y desconfianza, donde cualquier pequeño error podría desencadenar consecuencias impredecibles.
Una noche, mientras todos dormían, Samuel salió a dar un paseo por el vecindario para despejar su mente. Los pensamientos sobre cómo ejecutar su plan lo abrumaban. Fue entonces cuando sintió un tirón brusco y todo se volvió oscuro.
Cuando despertó, Samuel se encontró en una habitación oscura y fría, atado a una silla. Frente a él, dos hombres con rostros endurecidos por la vida lo observaban con una mezcla de curiosidad y malicia.
—¿Dónde estoy? —preguntó Samuel, tratando de mantener la calma.
—No importa dónde estás —respondió uno de los hombres, su voz áspera—. Lo que importa es cuánto vales.
Samuel sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Había oído historias de personas secuestradas por dinero, pero nunca pensó que le sucedería a él.
—No tengo dinero —dijo, su voz temblando ligeramente.
—No te preocupes, no te necesitamos a ti —dijo el otro hombre, esbozando una sonrisa siniestra—. Necesitamos a alguien que sí tenga valor.
Samuel comprendió de inmediato. Elena. Sabía que, a través de Ronald, Elena tenía acceso a recursos significativos. En ese momento, una idea oscura y retorcida comenzó a formarse en su mente. Si jugaba bien sus cartas, no solo podría salvarse, sino también ejecutar su venganza.
—Escuchen —dijo Samuel, tomando un profundo aliento—. Puedo conseguirles a alguien que vale mucho más que yo. Mi hermana, Elena. Su esposo tiene mucho dinero. Ella vale más que yo.
Los hombres se miraron entre sí, intrigados.
—¿Y por qué deberíamos creerte? —preguntó uno de ellos.
Samuel sonrió con una frialdad que incluso lo sorprendió a sí mismo.
—Porque sé cómo atraerla. Ella confía en mí. Si me dejan ir, les prometo que la traeré directamente a ustedes.
Los secuestradores intercambiaron miradas, considerando la propuesta. Finalmente, uno de ellos asintió.