Ronald no había dejado de pensar en María, y su búsqueda constante lo había llevado a recorrer caminos peligrosos. Una tarde, mientras conducía por una carretera sinuosa cerca del pequeño pueblo donde María trabajaba, su vehículo perdió el control y cayó por un acantilado.
El accidente fue devastador. El auto quedó destrozado en el fondo del barranco, y Ronald quedó atrapado entre los restos del vehículo. Los lugareños, al enterarse del accidente, se apresuraron a ayudar. Los rumores se difundieron rápidamente en el pequeño pueblo, y pronto todos sabían que un hombre había caído por el acantilado.
Cuando los equipos de rescate finalmente lograron sacar el cuerpo de Ronald de entre los escombros, estaba aún con vida, pero respiraba débilmente. Lo trasladaron de urgencia al pequeño hospital local, donde los médicos luchaban por estabilizarlo.
María, al enterarse del accidente, sintió una punzada de preocupación. Aunque aún tenía dudas sobre su identidad y sobre Ronald, no podía ignorar el dolor y la confusión que sentía. Algo dentro de ella la impulsaba a estar a su lado.
Llegó al hospital esa misma noche, su mente llena de recuerdos vagos y sentimientos encontrados. Al ver a Ronald conectado a varios equipos médicos, su corazón se contrajo de dolor. Se sentó a su lado, sosteniendo su mano y susurrando palabras de consuelo, aunque él no podía escucharla.
Esa noche, mientras velaba junto a Ronald, el celular de él comenzó a sonar. María lo tomó y vio un nombre en la pantalla: Martín. Decidió contestar, esperando poder dar una explicación.
—¿Hola? —dijo con voz temblorosa.
—¿Señor Wilson? —preguntó la voz al otro lado, claramente preocupada.
—No, soy María. Ronald tuvo un accidente y está en el hospital. Está en estado crítico, pero está vivo.
Hubo un silencio al otro lado de la línea antes de que Martín respondiera. —Dios mío... llegaré lo más rápido que pueda. Manténme informado, por favor.
María pasó la noche en el hospital, su preocupación por Ronald creciendo a medida que los médicos trabajaban incansablemente para estabilizarlo. No podía apartar la vista de su rostro, sintiendo que había algo profundamente familiar en él, algo que no podía ignorar.
A primeras horas de la mañana, Martín llegó al hospital, visiblemente agitado y preocupado. Encontró a María en la sala de espera, y al verla, su rostro se suavizó un poco.
—Gracias por estar aquí, María —dijo con sinceridad—. Sé que todo esto es confuso para ti, pero tu presencia significa mucho para el señor Wilson y para mí.
María asintió, sintiéndose reconfortada por la presencia de Martín. —No podía dejarlo solo. Algo en mí me dice que debo estar aquí, aunque no entienda todo.
Martín le tomó la mano, dándole un apretón reconfortante. —Lo entenderás con el tiempo. Lo importante ahora es que Ronald se recupere. Estaremos a su lado, pase lo que pase.
Los días siguientes fueron una mezcla de esperanza y desesperación. Ronald permanecía en estado crítico, pero cada pequeño signo de mejoría traía un rayo de esperanza. María y Martín se turnaban para estar a su lado, hablando con los médicos y tratando de mantener el ánimo.
María comenzó a sentir una conexión más profunda con Ronald, como si los hilos de su pasado estuvieran comenzando a tejerse nuevamente en su mente. A veces, mientras miraba su rostro, sentía que casi podía recordar algo, pero los recuerdos seguían siendo esquivos.
Una tarde, mientras María sostenía la mano de Ronald, un recuerdo fugaz atravesó su mente. Se vio a sí misma caminando junto a un hombre en un parque, riendo y hablando sobre el futuro. La sensación era tan real que casi podía sentir la brisa en su rostro.
—Ronald... —susurró, con la voz quebrada—. ¿Realmente eres tú?
Los ojos de Ronald se movieron ligeramente bajo sus párpados cerrados, como si hubiera escuchado su voz. María se inclinó más cerca, susurrando palabras de aliento y amor, esperando que, de alguna manera, su voz pudiera alcanzarlo en la oscuridad.
La madre de Ronald, Alicia, llegó al hospital poco después. Martín no le había querido decir sobre el accidente para no preocuparla, pero tras la prolongada ausencia de Ronald, ella había comenzado a sospechar que algo andaba mal.
Alicia entró al hospital con una expresión de firme determinación. Al ver a su hijo en tal estado, se mantuvo fuerte, pero el dolor en sus ojos era evidente. Inmediatamente tomó el control de la situación, organizando que médicos más calificados fueran traídos para atender a Ronald.
—No podemos arriesgarnos más —dijo Alicia, su voz firme pero con un temblor de emoción contenida—. Lo trasladaremos a la ciudad, donde puede recibir la mejor atención posible.
Los médicos llegaron con rapidez, y bajo la dirección de Alicia, comenzaron a preparar a Ronald para el traslado. María, aunque preocupada y confusa, decidió que debía acompañar a Ronald a la ciudad. Sentía una responsabilidad profunda hacia él, aunque no entendía completamente el porqué.
El viaje a la ciudad fue tenso y silencioso. María no podía apartar la vista de Ronald, temiendo por su vida y sintiéndose impotente. Alicia, aunque agradecida por la presencia de María, se mantenía reservada, enfocada en la recuperación de su hijo.
Al llegar a la ciudad, Ronald fue ingresado en uno de los mejores hospitales. Los especialistas comenzaron de inmediato un tratamiento intensivo para estabilizarlo y mejorar sus posibilidades de recuperación. María y Alicia se mantuvieron cerca, unidas en su preocupación por Ronald.
El ambiente en la habitación del hospital era silencioso, salvo por el sonido constante de los monitores que vigilaban el estado de Ronald. Alicia y María estaban sentadas una frente a la otra, la tensión y la incertidumbre colgando en el aire entre ellas. Alicia había estado observando a María con una mezcla de preocupación y curiosidad, sabiendo que había llegado el momento de tener una conversación profunda y esclarecedora.
Alicia respiró hondo y comenzó. —María, sé que esto es muy difícil para ti, pero necesito entender lo que te ha pasado durante todo este tiempo. Cuando Ronald y tú desaparecieron, mi mundo se vino abajo.
María asintió, sintiendo el peso de las palabras de Alicia. —Lo entiendo. Yo... no recuerdo nada de lo que pasó antes de llegar a este pueblo. Solo sé que un día desperté sin memoria y me dijeron que mi nombre era María.
Alicia la miró con tristeza. —A ti y a Ronald los secuestraron. Fueron unos momentos terribles. Pagamos el rescate, pero solo liberaron a Ronald. Después de eso, no tuvimos noticias tuyas. Fue como si te hubieras desvanecido del mundo.