—Diego, ¿todo está listo? —preguntó, su voz llena de confianza pero también de ansiedad.
Diego la miró con una sonrisa tranquilizadora. —Sí, todo está en su lugar. Vamos a hacerlo rápido y sin problemas. Confía en mí.
María asintió, abrazando a su bebé un poco más fuerte. —Confío en ti.
El traslado comenzó al anochecer. El equipo se movía con eficiencia, asegurando cada paso del camino. María permanecía cerca de Diego, sintiendo su presencia reconfortante.
A mitad del viaje, mientras el convoy avanzaba por una carretera aislada, Diego notó algo extraño en la distancia. Un vehículo desconocido se acercaba rápidamente.
—Detente —ordenó Diego al conductor—. ¡Alto!
El convoy se detuvo, y el equipo se puso en alerta. Diego tomó la mano de María, su mirada intensa. —Quédate aquí. Voy a investigar.
María asintió, aunque su corazón latía con fuerza. Observó cómo Diego y algunos de sus hombres se acercaban al vehículo desconocido. La tensión era palpable.
Después de unos momentos que parecieron una eternidad, Diego regresó. —Falsa alarma. Era solo un viajero perdido. Podemos continuar.
María soltó un suspiro de alivio, agradecida por la eficiencia y la calma de Diego. —Gracias, Diego.
Continuaron el viaje, y finalmente llegaron a su nuevo refugio, una casa segura en una ubicación aún más remota. El lugar era más grande y mejor preparado que el anterior, proporcionando un nuevo nivel de seguridad.
Esa noche, después de asegurar que todo estaba en orden y que el equipo había tomado sus posiciones, Diego y María se encontraron nuevamente en su habitación.
—Lo logramos, María. Estamos en un lugar más seguro ahora —dijo Diego, cerrando la puerta detrás de ellos.
María se acercó a él, abrazándolo con fuerza. —Gracias, Diego. No sé cómo habría hecho todo esto sin ti.
Diego la sostuvo con ternura. —No tienes que hacerlo sola, María. Estamos juntos en esto, siempre.
María lo miró a los ojos, su gratitud y amor por él brillando intensamente. —Diego, quiero agradecerte de una manera especial. Quiero entregarme a ti completamente, esta noche.
Diego sintió una oleada de emoción y deseo recorrer su cuerpo. —María...
Ella puso un dedo en sus labios, silenciándolo suavemente. —Shh, déjame hacer esto.
María se acercó más, besando a Diego con una pasión que encendió un fuego en ambos. Sus labios se movieron con urgencia, explorando y redescubriendo el deseo que había comenzado la noche anterior. Diego respondió con igual intensidad, sus manos recorriendo el cuerpo de María, sintiendo la calidez de su piel a través de la ropa.
María comenzó a desabotonar la camisa de Diego, sus dedos temblando ligeramente por la anticipación. Cada botón que desabrochaba revelaba más de su piel, y ella no pudo resistir la tentación de besar cada nuevo centímetro que se exponía. Diego gimió suavemente al sentir los labios de María sobre su pecho, su respiración volviéndose más pesada.
—María... —susurró Diego, su voz cargada de deseo.
Ella lo empujó suavemente hacia la cama, haciéndolo sentarse al borde. Luego, se despojó lentamente de su ropa, dejando que el vestido cayera al suelo y revelando su cuerpo desnudo bajo la luz suave de la habitación. Diego la miró con admiración y deseo, sus ojos recorriendo cada curva de su figura.
María se levantó ligeramente y luego se dejó caer sobre Diego, permitiendo que él la contemplara en toda su belleza. Su cuerpo desnudo era una obra de arte, cada curva y cada línea reflejando una sensualidad natural que dejaba a Diego sin aliento. Su piel, suave y cálida al tacto, tenía un tono ligeramente dorado que brillaba bajo la luz tenue.
Sus pechos eran grandes y perfectamente formados, con una firmeza y plenitud que Diego encontraba irresistibles. Sus pezones, de un tono rosado suave, se endurecieron al sentir la mirada y el toque de Diego, enviando un escalofrío de placer a través de su cuerpo. Los pechos de María se movían ligeramente con cada respiración, atrayendo la atención de Diego y haciendo que su deseo por ella creciera aún más.
Su cintura, estrecha y delicada, acentuaba aún más la plenitud de sus caderas, que se curvaban suavemente hacia abajo. Su vientre plano se contraía ligeramente con cada respiración, y Diego no pudo resistir la tentación de acariciar esa piel tersa y suave, disfrutando de la respuesta de María a cada caricia.
Más abajo, las caderas de María eran redondeadas y proporcionadas, fluyendo en unas piernas largas y esbeltas que Diego adoraba. Su cuerpo irradiaba una combinación de fuerza y delicadeza que lo fascinaba, y cada parte de ella parecía estar diseñada para encender su deseo.
María se acercó a él, colocando sus manos sobre sus hombros y empujándolo suavemente hacia atrás hasta que quedó recostado en la cama. Subió a horcajadas sobre él, sus cuerpos alineándose perfectamente.
Diego la miró con una mezcla de admiración y deseo, sus manos descansando en sus caderas. —Eres increíble, María —dijo, su voz ronca por la emoción.
María sonrió, inclinándose para besarlo nuevamente. Sus labios se encontraron en un beso profundo y apasionado, sus lenguas explorando con un hambre insaciable. María comenzó a mover sus caderas, frotándose contra él y provocando gemidos de placer en ambos.
—Diego, te deseo tanto —murmuró María, susurrando contra sus labios.
Diego deslizó sus manos por la espalda de María, acariciando su piel suave y tirando suavemente de ella para acercarla más. —Y yo a ti, María. Siempre te he deseado.
Con movimientos lentos y sensuales, María se levantó ligeramente y luego se dejó caer sobre él, permitiendo que Diego entrara en ella. Ambos soltaron suspiros de placer, disfrutando de la sensación de estar completamente unidos. María comenzó a moverse, estableciendo un ritmo lento pero firme, sus cuerpos sincronizándose en una danza de pasión y amor.
Diego la sostuvo con firmeza, sus manos recorriendo su cuerpo, provocando gemidos suaves y jadeos en María. Sus movimientos se volvieron más intensos, y la habitación se llenó con el sonido de sus respiraciones entrecortadas y sus murmullos de placer.
—María... eres perfecta —dijo Diego, su voz temblorosa mientras aumentaban el ritmo.
María arqueó la espalda, sus manos apoyándose en el pecho de Diego para tener más control. —Diego, sí... no pares —jadeó, sintiendo cómo el placer crecía dentro de ella.
Diego respondió a su petición, sus movimientos se volvieron más rápidos y profundos, llevando a ambos al borde del éxtasis. La pasión y el amor que compartían hacían que cada movimiento, cada caricia, fuera más intenso y significativo.
—María, estoy cerca —dijo Diego, su respiración entrecortada mientras sentía el clímax acercarse.
—Yo también, Diego —murmuró María, sus ojos cerrados y su cuerpo temblando de anticipación.
Con un último movimiento profundo, ambos alcanzaron el clímax al mismo tiempo, sus cuerpos temblando y sus voces unidas en un grito de éxtasis. Diego se desplomó suavemente sobre María, ambos respirando pesadamente mientras el placer se desvanecía lentamente.
Diego, aún sintiendo la conexión intensa con María, decidió alargar ese momento de unión. Bajó su mirada y besó suavemente el vientre de María, provocando un escalofrío que recorrió su cuerpo. Con delicadeza, fue descendiendo más abajo, abriendo suavemente las piernas de María. Ella, con una mezcla de anticipación y deseo en sus ojos, lo dejó hacer.
Diego posó sus labios sobre el punto más íntimo de María, comenzando a besar y lamer con una suavidad y ternura que la hicieron gemir de placer. Sus movimientos eran lentos y precisos, buscando y encontrando los lugares que más placer le daban a María. Ella arqueó la espalda, sus manos aferrándose a las sábanas mientras sentía cómo una oleada de placer se apoderaba de su cuerpo.
—Diego... no pares... —jadeó, su voz cargada de deseo y necesidad.
Diego continuó, aumentando gradualmente la intensidad de sus movimientos, sintiendo cómo el cuerpo de María respondía a cada caricia, a cada beso. Sus gemidos se hicieron más fuertes y su respiración más rápida, acercándose cada vez más al borde del éxtasis.
Finalmente, con un grito ahogado, María alcanzó el clímax, su cuerpo temblando y sus manos aferrándose aún más fuerte a las sábanas. Diego la miró, maravillado por la expresión de placer en su rostro, y se incorporó para besarla nuevamente, compartiendo con ella el sabor de su intimidad.
María, aún respirando con dificultad, decidió que era su turno de darle placer a Diego. Con una mirada traviesa, se deslizó hacia abajo, besando y acariciando su cuerpo, hasta llegar a su punto más sensible. Diego soltó un suspiro de placer al sentir los labios de María en él, y cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones.
María, con movimientos lentos y sensuales, comenzó a darle placer con su boca, su lengua moviéndose con habilidad y conocimiento de lo que más le gustaba a Diego. Él gimió, sus manos enredándose en el cabello de María, su respiración volviéndose más pesada con cada movimiento.
El placer aumentó rápidamente, llevándolo al borde del clímax. Con un último gemido profundo, Diego alcanzó el éxtasis, su cuerpo temblando mientras María seguía con sus caricias, prolongando el momento de placer.
Ambos, exhaustos pero completamente satisfechos, se abrazaron en la cama, disfrutando del calor de sus cuerpos y del amor que los unía. La noche era aún joven, y sabían que había más momentos de pasión por venir, pero por ahora, se contentaron con estar juntos, abrazados y felices..