Ahora eres mia

1277 Words
Una noche, después de un día agotador de preparativos, María se sentó en el pequeño salón del refugio, sosteniendo una taza de té caliente. Diego se unió a ella, llevándose una silla cerca. —Ha sido un día largo —dijo María, mirando el vapor que salía de su taza. Diego asintió, relajándose en su silla. —Sí, pero estamos preparados. Todo saldrá bien. María lo miró, sus pensamientos volviendo a la extraña mezcla de sentimientos que tenía por él. —Diego, quería agradecerte por todo lo que has hecho. No sé cómo lo habría hecho sin ti. Diego sonrió, sus ojos reflejando el cansancio y la determinación. —Haré lo que sea necesario para mantenerte a salvo, María. Tú y tu bebé son lo más importante ahora. María sintió un nudo en la garganta, emocionada por su sinceridad. —Diego... tú también eres importante para mí. El silencio que siguió fue cargado de emociones no dichas, de sentimientos que ambos estaban empezando a aceptar. Diego tomó su mano, apretándola suavemente. —Vamos a salir de esto, María. Lo prometo. María asintió, sintiendo una calidez que la llenaba de esperanza. A pesar de todo, estaba empezando a creer que el futuro podía ser brillante, especialmente con Diego a su lado. Los días siguientes pasaron con una mezcla de preparación y creciente cercanía entre ellos. María notaba que sus sentimientos por Diego se hacían más profundos, y aunque el miedo a Ronald seguía presente, la esperanza de un futuro seguro y feliz empezaba a tomar forma en su corazón. María comenzó a experimentar una transformación interna. Su creciente atracción por Diego y la confianza que había desarrollado en él la hicieron sentir más segura de sí misma. Decidió expresar sus sentimientos de una manera más directa. Esa noche, mientras se preparaba para la cena, eligió un vestido más sensual, uno que resaltara su figura y que rara vez se había permitido usar desde que comenzaron a huir. Cuando Diego la vio entrar en la sala con ese vestido, se quedó sin palabras por un momento. María, normalmente tan recatada y preocupada, ahora lucía una confianza que lo dejó atónito. Su vestido rojo abrazaba sus curvas de una manera que nunca había notado antes, y su cabello, que ahora tenía un tono más claro, caía en suaves ondas alrededor de sus hombros. —María... te ves increíble —dijo Diego, su voz reflejando una mezcla de sorpresa y admiración. María sonrió, disfrutando del efecto que causaba en él. —Gracias, Diego. Pensé que era hora de cambiar un poco las cosas. Durante la cena, la tensión entre ellos era palpable. Cada mirada, cada roce accidental de sus manos mientras pasaban los platos, estaba cargado de una energía que no habían compartido antes. Después de la cena, se trasladaron al pequeño salón, donde la conversación se volvió más íntima. —Diego, he estado pensando mucho en nosotros —dijo María, tomando un sorbo de su vino—. Todo lo que hemos pasado juntos... siento que nos ha acercado mucho. Diego la miró, sus ojos oscuros llenos de emociones. —Yo también he estado pensando en eso, María. No puedo negar lo que siento por ti. María se acercó a él, sus ojos fijos en los suyos. —Diego, no quiero seguir fingiendo que esto es solo una relación de protector y protegida. Siento algo por ti, algo profundo. Diego tragó saliva, sintiendo cómo el aire en la habitación se hacía más pesado. —María, yo... yo también siento lo mismo. Pero no quiero que sientas que estoy aprovechándome de ti. María tomó su mano, acercándola a su pecho. —No estás aprovechándote, Diego. Esto es lo que quiero. Diego no pudo resistir más. Se inclinó y la besó suavemente, sintiendo sus labios cálidos y suaves contra los suyos. El beso fue lento al principio, exploratorio, pero pronto se intensificó, lleno de pasión contenida. Diego deslizó sus manos por la espalda de María, sintiendo la suavidad de su piel a través del fino material del vestido. María respondió con igual intensidad, sus manos viajando por el cuerpo de Diego, sintiendo sus músculos tensarse bajo sus dedos. —Diego... te deseo —susurró, su voz entrecortada por el deseo. Diego la levantó en brazos, llevándola a su habitación sin romper el contacto visual. La colocó con cuidado en la cama y se detuvo un momento para admirarla. —Eres hermosa, María —dijo, su voz ronca por la emoción. María sonrió, tirando de él para que se uniera a ella en la cama. Sus manos exploraban el cuerpo del otro, despojándose de la ropa con una mezcla de urgencia y ternura. Diego besó su cuello, succionando suavemente mientras sus manos acariciaban sus senos, provocando gemidos suaves de placer en María. —Diego... —murmuró ella, arqueando su cuerpo contra el suyo. Diego continuó su exploración, bajando sus labios por el cuerpo de María, deteniéndose para besar y lamer cada centímetro de su piel. María cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones. Cuando Diego llegó a sus muslos, sus besos se volvieron más intensos, provocando que María jadeara de placer. Finalmente, Diego volvió a subir, posicionándose sobre ella. Sus miradas se encontraron, y en ese momento, todo lo demás desapareció. —Te amo, María —susurró Diego, entrando lentamente en ella. Esa noche, María y Diego durmieron profundamente, abrazados, sintiendo una conexión más fuerte que nunca. A la mañana siguiente, la luz del sol se filtró a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación. María fue la primera en despertar, sintiendo el calor y la seguridad de los brazos de Diego a su alrededor. Se quedó ahí, disfrutando del momento, recordando la noche anterior. Nunca había sentido algo tan intenso y tan lleno de amor. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el suave susurro de Diego. —Buenos días, hermosa —dijo él, abriendo los ojos lentamente y sonriendo. María se giró para mirarlo, devolviéndole la sonrisa. —Buenos días, Diego. Diego acarició suavemente su rostro. —Anoche fue... increíble. María asintió, sintiendo un calor en su pecho. —Sí, lo fue. Gracias por estar aquí, por todo. Diego la besó en la frente. —Siempre, María. No voy a ir a ninguna parte. Pasaron unos momentos más en silencio, disfrutando de la intimidad. Finalmente, Diego se levantó y se estiró. —Tenemos mucho que hacer hoy. Preparativos para el traslado y asegurar que todo esté en orden. María asintió, levantándose también. —Lo sé. Estoy lista para lo que venga, mientras estés conmigo. Después de vestirse y desayunar, comenzaron a trabajar en los detalles del traslado. Diego organizó al equipo de seguridad mientras María se aseguraba de tener todo lo necesario para su bebé. A medida que avanzaba el día, la tensión de la tarea se mezclaba con una nueva confianza en su relación. Más tarde, en un momento de calma, Diego encontró a María sola en la sala, mirando por la ventana. —¿En qué piensas? —preguntó Diego, acercándose y colocando una mano en su hombro. María suspiró, sin apartar la vista del paisaje exterior. —En lo que nos espera. Pero con todo lo que ha pasado, siento que podemos enfrentarlo juntos. Diego la giró suavemente para que lo mirara. —Lo haremos, María. Y no importa cuán difícil sea, siempre encontrarás fuerza en nuestro amor. María sonrió, sintiendo una nueva oleada de determinación. —Lo sé, Diego. Vamos a superar esto. La tarde transcurrió rápidamente y la hora del traslado se acercaba. El equipo estaba listo, y Diego revisaba los últimos detalles con sus hombres. María, con su bebé en brazos, se acercó a él.
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