Esa noche, después de susurrar palabras de amor y promesas de un futuro juntos, María y Diego finalmente se durmieron abrazados. La fatiga del día y la intensidad de sus emociones los envolvieron en un sueño profundo y reparador. Sin embargo, para María, ese sueño pronto se transformó en algo más inquietante.
En su sueño, María se encontraba en un lugar oscuro y desconocido. A su alrededor, las sombras se movían inquietas, y la sensación de incertidumbre la envolvía. De repente, una figura familiar emergió de entre las sombras: Ronald.
Pero Ronald no se veía como el hombre frío y peligroso que Diego siempre había descrito. En lugar de eso, tenía una expresión suave y cálida en sus ojos, y su sonrisa era casi tierna. Se acercó a María con una gentileza que la desarmó.
—Elena... —susurró Ronald, su voz baja y cargada de emoción—. Te he estado buscando por tanto tiempo.
María retrocedió un paso, su corazón latiendo con fuerza. —Ronald, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, su voz temblorosa.
Ronald extendió una mano hacia ella, sus ojos llenos de un deseo que parecía sincero. —He cometido errores, Elena. Pero mi amor por ti siempre ha sido real. Nunca dejé de buscarte, de desearte.
María sintió una oleada de confusión y emoción. En el sueño, los recuerdos de su pasado con Ronald se mezclaban con las palabras de Diego. Pero aquí, Ronald parecía diferente, casi vulnerable. Se acercó a él, atraída por la calidez en su mirada.
—Ronald, no sé qué pensar... —murmuró, sintiendo una extraña mezcla de deseo y miedo.
Ronald la tomó suavemente de la mano, acercándola a él. —Déjame mostrarte, Elena. Déjame demostrarte cuánto te amo.
Antes de que pudiera protestar, Ronald la abrazó y la besó con una pasión que la dejó sin aliento. En el sueño, María se sintió envuelta en una sensación de cariño y deseo que era innegable. Sus manos recorrieron su cuerpo, sus caricias llenas de ternura y amor. El beso se profundizó, y María sintió que su resistencia se desvanecía.
Los movimientos de Ronald eran suaves y llenos de intención. La tomó en sus brazos y la llevó a un lugar más cómodo, donde la recostó con delicadeza. Sus besos recorrieron su cuello y su pecho, provocando gemidos de placer en María. Ella se entregó a las sensaciones, sintiendo que cada caricia y cada beso la acercaban más a él.
—Elena, eres todo para mí —murmuró Ronald, su voz cargada de emoción mientras continuaba explorando su cuerpo con manos y labios.
María cerró los ojos, dejando que el placer la envolviera. En ese momento, el deseo y el cariño que sentía por Ronald parecían reales y profundos. Sus cuerpos se movieron juntos en una danza armoniosa, cada movimiento sincronizado y lleno de pasión.
Cuando finalmente llegaron al clímax, María sintió una oleada de emociones que la abrumaron. Abrió los ojos y miró a Ronald, su corazón latiendo con fuerza. —Ronald, yo...
Pero antes de que pudiera terminar, la escena comenzó a desvanecerse, y María se encontró despertando en la habitación, con Diego a su lado. Su respiración era rápida, y su corazón aún latía con fuerza por la intensidad del sueño.
Diego, despertado por sus movimientos, la miró con preocupación. —¿María? ¿Estás bien?
María asintió, tratando de calmarse. —Sí, solo fue un sueño... —dijo, su voz temblorosa.
Diego la abrazó, acariciando su cabello. —Estoy aquí, María. Estás a salvo.
María se aferró a él, intentando procesar las emociones confusas que el sueño había despertado en ella. Aunque estaba segura de su amor por Diego, no podía ignorar la sensación de deseo y cariño que había experimentado en su sueño con Ronald.
Mientras se acomodaba nuevamente junto a Diego, María se preguntó qué significaba realmente ese sueño y cómo afectaría su vida y sus sentimientos a partir de ahora.
Los días siguientes pasaron en relativa calma. Diego y su equipo habían hecho un trabajo impecable asegurando el nuevo refugio, y poco a poco, María comenzó a sentirse más segura y estable. A pesar de la confusión y las emociones que su sueño había despertado, se centró en su vida presente con Diego y su bebé.
El nuevo refugio estaba ubicado en una zona rural, rodeado de naturaleza y lejos de las miradas curiosas. Era una casa amplia y bien equipada, con todo lo necesario para vivir cómodamente y con seguridad. Con el tiempo, se convirtió en un hogar para María, Diego y su bebé, un lugar donde finalmente podían comenzar a vivir como una familia.
Una tarde, mientras Diego trabajaba en el jardín, María lo observaba desde la ventana de la cocina. Verlo allí, bajo el sol, cuidando de su nuevo hogar, le llenaba el corazón de una calidez reconfortante. Su bebé, que jugaba en una manta cercana, balbuceaba felizmente, y María se dio cuenta de lo afortunada que era de tener a Diego a su lado.
Diego levantó la vista y le sonrió, haciendo un gesto para que se uniera a ellos. María dejó lo que estaba haciendo y salió al jardín, disfrutando de la suave brisa y el sonido de los pájaros.
—¿Cómo va todo aquí? —preguntó, acercándose a Diego y tomando su mano.
—Muy bien, estamos casi listos para plantar las primeras semillas —respondió Diego, dándole un beso en la mejilla—. Esto realmente está empezando a sentirse como un hogar.
María asintió, mirando alrededor. —Sí, lo está. Y todo gracias a ti.
Diego la abrazó, disfrutando del momento. —Gracias a nosotros, María. Somos un equipo.
Más tarde, después de un día de trabajo y juego, la familia se reunió en la sala para cenar. La mesa estaba llena de comida fresca y casera, y el ambiente era relajado y lleno de amor. Después de cenar, se acomodaron en el sofá, con el bebé dormido en los brazos de María.
—Diego, nunca pensé que podríamos tener algo así —dijo María suavemente, mirando a su hijo—. Un lugar donde podamos estar tranquilos, donde nuestro hijo pueda crecer seguro.
Diego sonrió, acariciando el cabello de María. —Lo merecemos, María. Y haré todo lo que esté en mi poder para proteger este lugar y a nuestra familia.
María sintió una oleada de gratitud y amor. A pesar de los desafíos y el miedo constante, habían encontrado un refugio seguro. Y lo más importante, se habían encontrado el uno al otro.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, María recordó su sueño sobre Ronald. Aunque seguía siendo un recuerdo confuso y cargado de emociones, decidió no dejar que afectara su felicidad presente. Sabía que el futuro estaba lleno de incertidumbre, pero con Diego a su lado, se sentía capaz de enfrentar cualquier cosa.
Antes de apagar las luces, Diego se giró hacia ella y la abrazó. —Buenas noches, María. Te amo.
María sonrió, acurrucándose más cerca de él. —Buenas noches, Diego. Yo también te amo.
Con su bebé durmiendo plácidamente en la cuna a su lado, María se dejó llevar por el sueño, sintiendo una paz que no había conocido en mucho tiempo. Sabía que, sin importar lo que el futuro les deparara, mientras estuvieran juntos, podrían superar cualquier obstáculo.