Ronald abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz brillante del hospital. Sintió un dolor sordo en todo el cuerpo, pero lo que más le dolía era el vacío en su corazón. Miró a su alrededor, tratando de recordar lo que había sucedido. Luego, sus ojos se encontraron con los de María, que estaba sentada a su lado, con los ojos hinchados por el llanto y la preocupación.
—María... —murmuró Ronald, su voz débil.
María se inclinó hacia él, su rostro una mezcla de alivio y angustia. —Ronald, gracias a Dios estás despierto. Ha sido una pesadilla...
Ronald vio la desesperación en sus ojos y sintió una punzada de miedo. —¿Qué ha pasado? ¿Dónde está nuestro bebé?
Las lágrimas brotaron de los ojos de María. —Lo secuestraron, Ronald. Lo llevaron del hospital y no sabemos dónde está.
Ronald sintió como si el mundo se desmoronara a su alrededor. La preocupación y el dolor lo golpearon con fuerza, pero también sintió una chispa de determinación. Sabía que tenía que actuar, incluso si su cuerpo aún estaba débil.
—Llama a Martín —dijo Ronald con la voz entrecortada—. Necesitamos organizar la búsqueda de inmediato.
María asintió y se levantó para llamar a Martín. En poco tiempo, Martín llegó al hospital, listo para ayudar en todo lo que fuera necesario.
—Señor Wilson, ¿cómo te sientes? —preguntó Martín, preocupado.
—No importa cómo me sienta —respondió Ronald, luchando por mantener la voz firme—. Lo único que importa es encontrar a nuestro hijo. Necesitamos revisar las cámaras del hospital y las aledañas. Cada segundo cuenta.
Martín asintió, compartiendo la determinación de Ronald. Juntos, comenzaron a coordinar la búsqueda. Ronald, aún débil y confinado a la cama del hospital, dirigía las operaciones mientras Martín se encargaba del trabajo de campo.
Revisaron todas las grabaciones de las cámaras de seguridad del hospital, buscando cualquier pista que pudiera llevarlos al secuestrador. Analizaron cada fotograma, cada sombra, cada movimiento, pero no lograron obtener una captura clara del rostro del secuestrador. Era como si el secuestrador hubiera planeado todo meticulosamente, asegurándose de no dejar rastro.
Ronald apretó los puños con frustración. —¡Tiene que haber algo! Nadie puede desaparecer sin dejar ninguna pista.
Martín puso una mano en el hombro de Ronald, tratando de calmarlo. —No nos rendiremos, Señor Wilson. Seguiremos buscando hasta que encontremos una pista. No dejaremos ninguna piedra sin voltear.
María, aunque agotada, se acercó a la cama de Ronald y tomó su mano. —Tenemos que tener esperanza. Nuestro hijo nos necesita, y lo encontraremos.
Ronald miró a María, sintiendo la fuerza de su amor y su determinación. Sabía que no podían rendirse. Tenían que seguir adelante, por su hijo y por ellos mismos.
Los días pasaron en una mezcla de angustia y esperanza. Ronald, aunque todavía débil, seguía coordinando la búsqueda desde su cama de hospital. Martín se encargaba de rastrear cualquier pista que pudiera aparecer, mientras Alicia utilizaba todos sus contactos y recursos para ayudar en la investigación.
Un día, mientras revisaban las grabaciones de las cámaras de seguridad nuevamente, Martín notó algo. Era un vehículo sospechoso que había estado estacionado cerca del hospital en varias ocasiones. Aunque no se veía claramente al conductor, era una pista.
—Ronald, mira esto —dijo Martín, señalando la pantalla—. Este vehículo ha estado cerca del hospital en varias ocasiones. Podría ser una pista.
Ronald asintió, sintiendo un rayo de esperanza. —Rastrea ese vehículo, Martín. Averigua a quién pertenece y dónde ha estado.
Martín se puso a trabajar de inmediato, utilizando todos los recursos disponibles para rastrear el vehículo. Aunque era una tarea difícil, no se detendrían hasta encontrar una pista concreta.
Mientras tanto, María permanecía junto a Ronald, su amor y apoyo inquebrantables. Sabía que la lucha sería larga y difícil, pero estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para recuperar a su hijo.
Finalmente, después de días de intensa investigación, Martín encontró una pista. El vehículo había sido visto en una zona aislada fuera de la ciudad. Aunque no era una certeza, era un lugar para comenzar.
—Ronald, tenemos una pista —dijo Martín, entrando en la habitación del hospital—. El vehículo fue visto en una zona aislada fuera de la ciudad. Podría ser un buen lugar para empezar.
Ronald asintió, sintiendo que la esperanza renacía. —Vamos a buscarlo. No podemos perder más tiempo.
Aunque todavía débil, Ronald estaba decidido a acompañar a Martín y al equipo de búsqueda. Sabía que no podía quedarse quieto mientras su hijo estaba en peligro.
La búsqueda estaba lejos de terminar, pero con cada paso, se acercaban más a la verdad. Ronald, María y Alicia sabían que no se rendirían hasta encontrar a su hijo y traerlo de vuelta a casa.
La desesperación aumentaba con cada día que pasaba sin noticias del bebé. Ronald, aunque aún convaleciente, dirigía la búsqueda con una intensidad implacable. Una pista los llevó a una doctora que había estado presente en el momento del parto. Martín la localizó y la llevó al hospital para interrogarla.
En la sala de interrogatorios improvisada, Ronald observaba a la doctora, quien estaba visiblemente nerviosa. María y Alicia se encontraban en una habitación cercana, esperando noticias.
—Doctora, necesitamos saber dónde está nuestro hijo —dijo Ronald, su voz tensa pero controlada—. Si sabes algo, por favor, dínoslo ahora.
La doctora sacudió la cabeza, con lágrimas en los ojos. —No sé dónde está. No tengo la información que buscan.
Martín, a su lado, se acercó, su presencia intimidante. —No juegues con nosotros. Cada segundo cuenta. Habla ahora o...
Ronald levantó una mano, deteniendo a Martín. —Doctora, entendemos que estás asustada, pero tienes que ayudarnos.
Ella respiró profundamente, tratando de calmarse. —No pueden entender lo que me han hecho. Mi hija está secuestrada. Me dijeron que la liberarían solo si intercambiaba un par de bebés. No tenía opción. Le dieron de alta con la documentación de otro bebé, yo solo tenia que ponerle otra etiqueta. No sé dónde está su hijo.
La revelación cayó como una bomba en la sala. Ronald sintió una mezcla de horror y compasión. —¿Tu hija? ¿La tienen secuestrada?
La doctora asintió, las lágrimas rodando por sus mejillas. —Sí. Han amenazado con matarla si hablo. No sé dónde está su hijo, y no sé dónde está mi hija. Solo hice lo que me ordenaron para mantenerla a salvo.
Martín miró a Ronald, buscando una dirección. Ronald cerró los ojos por un momento, luchando por mantener la calma. Sabía que la situación era aún más complicada de lo que habían pensado.
—Doctora, ¿tienes alguna pista de quiénes son estas personas? —preguntó Ronald, tratando de encontrar alguna esperanza en la situación.
—No, no sé quiénes son. Todo fue muy secreto. Las instrucciones llegaban por mensajes anónimos, y nunca vi a nadie en persona.
Ronald suspiró, sintiendo la desesperación crecer en su interior. —Martín, tenemos que encontrar a su hija también. Esto no se trata solo de nosotros.
Martín asintió, su expresión severa. —Haré todo lo posible, Ronald. Doctora, necesitamos que cooperes completamente con nosotros. Vamos a encontrar a tu hija y a nuestro bebé.
### La Búsqueda Se Intensifica
Con la nueva información, la búsqueda se intensificó. Ronald y su equipo empezaron a rastrear cualquier pista que pudiera llevarlos a los secuestradores. Cada mensaje, cada movimiento estaba siendo analizado con una precisión meticulosa.
A medida que pasaban los días, la tensión aumentaba. María estaba devastada por la pérdida de su hijo, y la preocupación por Ronald solo añadía más angustia. Alicia se mantuvo fuerte, proporcionando apoyo tanto emocional como logístico.
Un día, mientras revisaban una serie de mensajes encriptados, Martín encontró una pista. Había una serie de transacciones financieras sospechosas que parecían estar conectadas con la doctora y el intercambio de los bebés. Siguiendo el rastro del dinero, llegaron a una casa en las afueras de la ciudad.
—Tenemos que actuar con cautela —dijo Ronald, aunque su impulso era irrumpir de inmediato—. No podemos arriesgarnos a poner en peligro a los niños.
Martín asintió, organizando al equipo. Entraron a la casa con una estrategia bien planificada, dispuestos a enfrentarse a cualquier cosa.
Dentro, encontraron a una mujer custodiando a una niña pequeña. La mujer fue inmediatamente detenida y la niña identificada como la hija de la doctora. Aunque había esperanza en encontrar al bebé de Ronald, aún no había señales de él.
—¿Dónde está nuestro hijo? —gritó Ronald, su voz quebrada por la desesperación.
La mujer, bajo la presión de Martín, finalmente confesó que el bebé había sido trasladado a otro lugar, pero no sabía exactamente dónde. Solo sabía que estaba en manos de una organización más grande que manejaba tráfico de niños.