Confiar en la persona equivocada

1383 Words
El día siguiente al rescate de la niña, María recibió un mensaje en su teléfono. Al leerlo, su corazón se hundió: "Si quieres ver a tu bebé, debes alejarte de Ronald y venir sola al punto que te indicaré. No intentes nada o nunca lo volverás a ver." María mostró el mensaje a Ronald, su rostro reflejando la desesperación. Ronald tomó una decisión rápida y firme. —No puedes ir, María. Es demasiado peligroso. —Ronald, es nuestro hijo. No puedo quedarme aquí sin hacer nada. —Los ojos de María brillaban con determinación. Ronald la tomó de las manos. —Sé lo que sientes, pero estos hombres no cumplen sus promesas. Si vas, podrías no volver a verlo ni tú tampoco. Pero María ya había tomado su decisión. —Lo siento, Ronald. Amo a nuestro bebé más que a nada en este mundo. Tengo que intentarlo. Sabiendo que María no cambiaría de opinión, Ronald ideó un plan. Llamó a Martín y le explicó la situación. —Martín, necesito que envíes un equipo para seguir a María. Que la protejan, pero que no se den a conocer. Deben ser discretos. Martín asintió, entendiendo la gravedad de la situación. —Entendido, señor Ronald. Nos encargaremos de ello. María salió de la casa sin mirar atrás, con el corazón apesadumbrado pero lleno de esperanza. Llegó al punto indicado, un parque desierto a las afueras de la ciudad, y esperó. Miró su reloj y notó que estaba llegando a la hora acordada. Sin embargo, no había nadie. De repente, su teléfono vibró con un nuevo mensaje. Al abrirlo, su rostro se descompuso al leer: "No cumpliste con las condiciones. Olvídate de tu bebé." Adjuntas al mensaje, había fotos del equipo de vigilancia de Ronald. María sintió cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies. Habían jugado con sus esperanzas y ahora estaban más lejos de encontrar a su hijo. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, sintiéndose más impotente que nunca. Mientras tanto, Ronald, que había estado en constante comunicación con Martín, recibió la noticia de la traición. Sabía que tenían que actuar rápido. —Martín, no podemos detenernos ahora. Si tienen a nuestro hijo, hay una posibilidad de rastrearlos. Usaron tecnología avanzada para interceptar nuestro equipo de vigilancia. Debe haber algún rastro que podamos seguir. Martín asintió, su rostro serio. —Entendido. Nos pondremos en ello de inmediato. La situación se había vuelto aún más desesperada, pero Ronald y su equipo redoblaron esfuerzos. Analizaron las fotos y los datos de vigilancia, buscando cualquier pista que los llevara a los secuestradores. Cada minuto era crucial. En el hospital, María regresó a la habitación de Ronald, su rostro marcado por la angustia. Alicia estaba allí, y la tomó de la mano, brindándole un apoyo silencioso. —Vamos a encontrarlo, María —dijo Ronald con una firmeza que no dejaba lugar a dudas—. No pararemos hasta traer a nuestro hijo de vuelta. María estaba deshecha, la traición de Ronald la había sumido en una desesperación sin fondo. En la habitación del hospital, la rabia y el dolor se apoderaron de ella. —¡Te odio, Ronald! —gritó, su voz resonando en las paredes estériles—. Si no hubieras hecho eso a escondidas, quizás ahora estaría con nuestro bebé. ¡Todo esto es tu culpa! Ronald, aún debilitado, intentó calmarla. —María, solo intentaba protegerte... —¡No me importa! —lo interrumpió María, las lágrimas corriendo por su rostro—. ¡Yo necesitaba hacer esto sola! ¡Tú lo arruinaste! María salió de la habitación a toda prisa, dejando a Ronald con el corazón roto y sin saber qué hacer. Alicia, que había presenciado la escena, intentó ir tras ella, pero Ronald la detuvo. —Déjala, mamá. Necesita un momento a solas. Alicia miró a su hijo con preocupación, pero asintió. —Está bien, Ronald. Pero tenemos que encontrar una manera de recuperar a ese bebé. María vagó por las calles sin rumbo, perdida en su angustia. No sabía a dónde ir ni qué hacer. Cada paso la alejaba más de la esperanza de recuperar a su hijo, y la culpa de haber confiado en Ronald la consumía. Se detuvo en un parque y se dejó caer en un banco, sollozando incontrolablemente. La situación parecía sin salida, y la desesperación la envolvía como un manto. Mientras tanto, en el hospital, Ronald no podía quedarse de brazos cruzados. Llamó a Martín y le explicó la situación. —Martín, necesitamos encontrar a nuestro hijo. Han usado tecnología avanzada para interceptar a nuestro equipo de vigilancia. Debe haber algún rastro que podamos seguir. Martín asintió, sabiendo que cada minuto era crucial. —Entendido, señor Ronald. Nos pondremos en ello de inmediato. María estaba sentada en el banco del parque, sumida en su desesperación, cuando un hombre se le acercó lentamente. Vestía ropa casual, pero había algo en su porte que le resultaba inquietantemente familiar. María, agotada y emocionalmente destrozada, no hizo nada por alejarlo. —Hola, María —dijo el hombre con una voz suave pero firme. Ella levantó la vista, sus ojos llenos de lágrimas—. Me llamo Diego. Soy un amigo de la familia, alguien que quiere ayudarte. María lo miró con desconfianza. —¿Ayudarme? ¿Cómo? Nadie ha podido ayudarme hasta ahora. Diego se sentó a su lado, manteniendo una distancia respetuosa. —Sé por lo que has pasado. Sé lo que te hizo Ronald. Y también sé dónde está tu hijo. La esperanza y el miedo lucharon en el rostro de María. —¿Dónde está? ¿Qué quieres a cambio? Diego la miró con una expresión comprensiva. —No quiero nada a cambio, María. Solo quiero que estés a salvo y que recuperes a tu hijo. Pero hay una condición: tienes que alejarte de Ronald para siempre. María frunció el ceño, tratando de procesar la información. —¿Por qué debería confiar en ti? ¿Cómo sé que no eres uno de ellos? Diego sacudió la cabeza. —Entiendo tu desconfianza. Pero déjame explicarte. Ronald ha estado manipulándote desde el principio. Quiere usar al bebé para quitarte todo, tal como lo hicieron con tu memoria. Yo soy un familiar lejano, y he estado siguiendo tu situación desde que desapareciste. Mi único interés es tu bienestar. María sintió una mezcla de emociones, pero la desesperación por ver a su hijo prevalecía. —¿Dónde está mi bebé? Diego se inclinó hacia ella, bajando la voz. —Está en un lugar seguro, lejos de la influencia de Ronald. Si vienes conmigo ahora, te llevaré a él. Pero tienes que prometer que no volverás con Ronald. Solo así puedo garantizar tu seguridad y la de tu hijo. María miró a Diego a los ojos, buscando alguna señal de verdad. Su intuición, nublada por el dolor y la desesperación, le decía que debía confiar en él. Respiró hondo y asintió. —Está bien. Iré contigo. Solo por favor, llévame con mi hijo. Diego sonrió levemente y se levantó, extendiendo su mano hacia María. —Vámonos entonces. No tenemos tiempo que perder. Mientras Tanto, en el Hospital Ronald estaba en la habitación del hospital, hablando con Martín y analizando cualquier pista que pudieran encontrar. Sentía una creciente angustia por la ausencia de María, pero sabía que tenía que mantenerse concentrado. —Martín, revisa de nuevo las cámaras del parque y las aledañas. Tiene que haber algo que se nos haya pasado. Martín asintió y se dispuso a cumplir la orden. Mientras tanto, Ronald intentaba mantener la calma, sabiendo que cada minuto que pasaba era crucial para encontrar a su hijo. María y Diego caminaron hasta un coche estacionado en las cercanías. Diego le abrió la puerta y María se subió, sintiendo una mezcla de miedo y esperanza. Mientras el coche se alejaba del parque, María no pudo evitar mirar hacia atrás, dejando atrás todo lo que conocía por una promesa incierta. Diego condujo en silencio por un tiempo, hasta que finalmente habló. —Vamos a un lugar seguro, María. Un lugar donde estarás lejos de cualquier peligro y donde podrás reunirte con tu hijo. María asintió, abrazándose a sí misma para encontrar algo de consuelo. Sabía que estaba tomando un riesgo enorme, pero su amor por su hijo la impulsaba a seguir adelante.
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